Tenga cuidado de la forma cómo ora
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En 1871 Dwight L. Moody era un líder evangélico muy conocido en Chicago. Siete años antes, a la edad de sólo veintisiete, había encontrado la Iglesia de la Calle Illinois, la cual es hoy la Iglesia Moody Memorial. A finales de la década de 1860 sirvió como presidente de la YMCA (Uai-em-ci-ei) de Chicago - la Asociación Cristiana de Jóvenes, y desempeñó un papel central en construir el primer edificio de esta asociación en Estados Unidos, el cual fue llamado Farwell Hall y tenía una capacidad para albergar a tres mil personas sentadas. Predicaba los domingos por la noche allí, ya que la asistencia superaba a la de la Iglesia de la Calle Illinois.
En ese tiempo Moody estaba luchando con lo que Dios le había llamado para que hiciera. Sabía que tenía que decidir entre ser un organizador social religioso por medio de la YMCA (Uai-em-ci-ei) o ser un evangelista. Bien profundo, sentía que Dios estaba llamándolo para un ministerio evangelístico internacional, pero rechazaba la idea porque su ego estaba atado a los proyectos de Chicago.
Su conflicto interior comenzó a hacer que disminuyera el poder de su predicación. Esto llegó a ser especialmente claro a dos mujeres en su iglesia, a Sarah Anne Cook y a la señora Hawxhurst. Cook una inmigrante recién llegada de Inglaterra y metodista libre se convenció que necesitaba orar incesantemente para que Dios le confirmara a Moody su voluntad. Fue así como las dos mujeres se sentaban en la primera fila y oraban sin cesar mientras Moody predicaba.
Las dos señoras compartieron su preocupación con él y finalmente apartaron el viernes por la tarde para orar en su compañía. La frustración espiritual de Moody era tan grande que finalmente el 6 de octubre de 1871, mientras estaban reunidos orando, le clamó a Dios con lágrimas en los ojos que le mostrara su voluntad.
El siguiente domingo 8 de octubre por la noche, Farwell Hall estaba colmado, mientras Moody predicaba un sermón titulado “¿Qué haré entonces con Jesús, el cual es llamado el Cristo?”. Y concluyó su mensaje diciendo: “Me gustaría que se llevaran este pensamiento a su casa con ustedes y que lo analizaran una y otra vez durante esta semana y el próximo sábado vendremos al Calvario y a la Cruz, y decidiremos qué hacer con Jesús de Nazaret”. Siguiendo el sermón, Ira Sankey, el líder del coro cantó:
Hoy el Salvador llama,
Para que volemos a su refugio
La tormenta de justicia cae
Y la muerte está próxima.
De súbito su voz fue ahogada por el sonido de las sirenas de los vehículos de bomberos que pasaron por la iglesia desplazándose a toda prisa. Podían escucharse gritos en la calle, y Moody se apresuró a concluir el servicio.
Moody y Sankey salieron a través de la puerta trasera y vieron las llamas que se elevaban en el cielo hacia el suroeste, y el viento que las impulsaba desde el centro de la ciudad. Moody se apresuró a llegar hasta su casa con su familia, mientras el fuego del suroeste alcanzaba casi la fuerza de un huracán. Fue el gran incendio de la ciudad de Chicago, y duró hasta el siguiente miércoles. Las llamas destruyeron el hogar de Moody, la Iglesia de la Calle Illinois y Farwell Hall.
Todo lo que le retenía en Chicago quedó reducido a cenizas. El único eslabón que lo ataba todavía era su propia voluntad. Semanas después, mientras caminaba tranquilamente por una calle muy transitada en la ciudad de Nueva York, el último enlace de la cadena se rompió y sometió su voluntad a Dios. Moody se convirtió en el evangelista líder en el mundo de habla inglesa a finales del siglo diecinueve. Viajó más de millón y medio de kilómetros y presentó el Evangelio oralmente y por medio de la palabra escrita a más de un millón de personas.
Cuando se cumplieron los veintidós años del incendio de Chicago, habló reflexivamente, y dijo: “Nunca he visto esa congregación desde entonces, y nunca volveré a verlos nuevamente hasta que las encuentre en el otro mundo. Pero quiero contarles de una lección que aprendí esa noche, la cual nunca he olvidado, y es que cuando predico, le enfatizo Cristo a las personas, y entonces y allí mismo, trató de llevarlos para que adopten una decisión... Le he pedido a Dios muchas veces que me perdone por haberles dicho esa noche que se tomaran una semana para pensarlo”.
Reflexión
Cuando oramos es de máxima importancia que pidamos para que se haga la voluntad de Dios, no la nuestra. El Señor desea que conformemos nuestra voluntad a la suya. Moody aprendió esta lección en una forma dura. Recuerde, tenga mucho cuidado respecto a lo que le pide a Dios, ¡porque puede otorgárselo!
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).