El viaje del "portador de Cristo"
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En 1451 nació en Génova un niño llamado Cristóbal Colón. “Cristóbal” significa “Portador de Cristo” y a no dudar fue llamado así por San Cristóbal, el santo patrono de los viajeros. En esos días las personas tomaban el significado de los nombres con mucha seriedad, y Colón aceptó el suyo como una señal de que debía llevar el nombre de Cristo a través de los mares a esos que no le conocían.
A la edad de veinte años, ya había experimentado un naufragio en las costas de Portugal. Después de llegar a la playa se unió a su hermano en Lisboa. En 1484 los dos hombres estaban empleados como cartógrafos. Colón se convenció que el camino más corto para llegar al Oriente era viajando hacia el occidente. Calculó que la distancia entre las islas Canarias y Japón era cuatro mil cuatrocientos cuarenta y dos kilómetros. Obviamente estaba equivocado, pero Dios sabía que había algo importante para descubrir sólo a doscientos cuarenta y un kilómetros más distante, donde según él se encontraba Japón.
Colón le hizo una propuesta al rey Juan Segundo de Portugal para que le financiara la expedición, pero el monarca la rechazó. Luego se convenció que Dios deseaba que el rey Fernando y la reina Isabel de España le patrocinaran, y ellos finalmente estuvieron de acuerdo en hacerlo.
Cuando su embarcación zarpaba hacia el oeste en dirección a lo desconocido, escribió en su diario versículos de la Biblia, tales como estos que dicen: “Oídme, costas, y escuchad, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria... dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Isaías 49:1 y 6).
El 9 de octubre tuvo lugar una conferencia de emergencia entre Colón y Martín y Vicente Pinzón. Los dos hermanos le advirtieron que tenían temor de un motín a menos que regresaran de inmediato a España. Él finalmente pudo llegar a un acuerdo con ellos, conviniendo que si en tres días no divisaban tierra para el doce de octubre emprenderían el viaje de regreso.
A la mañana siguiente el convoy desplegó las velas cubriendo más kilómetros que en ningún otro momento del viaje hasta entonces. Ese día, por primera vez, Colón fue desafiado abiertamente por la tripulación.
Para el 11 de octubre de 1492, los hombres estaban tensos y los oficiales irritados, pero él tenía confianza en que Dios pronto revelaría la tierra prometida. Luego se escuchó un grito desde la Pinta de que habían divisado en el agua un junco junto con una pieza de madera cuya figura obviamente había sido hecha por el hombre. A continuación la Niña división una pequeña rama con rosas en ella. El humor de la tripulación se transformó. Con los ojos fijos en el horizonte, Colón y un marinero vieron fugazmente una luz a las diez de la noche que desapareció al cabo de unos pocos minutos.
A las dos de la mañana siguiente, sólo cuatro horas antes del amanecer en el día tercero final antes de regresar, el vigía a bordo de la Pinta gritó: “¡Tierra, tierra!”. Allí alumbrada por la luz de la luna vieron una colina baja blanca.
Colón fue la primera persona en descender a tierra. Y le dio a la isla el nombre de San Salvador, queriendo implicar con esto, “El Salvador Santo”. Todos se pusieron de rodillas en la arena con lágrimas en los ojos mientras el almirante oraba y decía: “Oh Señor, Dios Todopoderoso y eterno, por tu santa Palabra creaste los cielos y la tierra, y el mar; bendito y glorificado sea tu nombre y elevado por tu majestad, la cual designó usar a humildes siervos, para que tu Santo Nombre pueda ser proclamado en esta segunda parte de la tierra”.
Reflexión
¿Hasta qué grado cree usted que Dios estuvo involucrado en el descubrimiento de América, en “esta segunda parte de la tierra”? ¿Cree que Colón fue sincero en su deseo de proclamar el Evangelio?
Dijo el Señor por medio del Salmista: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmos 2:8).