El nacimiento, casamiento y fallecimiento
- Fecha de publicación: Sábado, 14 Abril 2012, 02:57 horas
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Aunque no todos, la mayoría de personas que llegan a la edad adulta pasan por estas tres etapas, nadie puede alterarlo. Los lugares y las circunstancias cambian: no todos nacieron a la misma hora del mismo día, ni en el mismo lugar; no todos son iguales al nacer pues hay varones y mujeres, hay más sanos y más débiles, negros y blancos, etc.
Pero es cierto que estas tres etapas son singularmente importantes para todos los seres humanos y tanto más para el cristiano.
Bueno, veamos primero el nacimiento. El día del nacimiento le da a cada ser humano la oportunidad de ser algo y alguien. Los que nunca nacieron no sufrieron ni gozaron, simplemente nunca nacieron. Muchas personas que tienen que sufrir en alguna forma suelen lamentarse diciendo: «Ojalá nunca hubiera nacido». Hace muchos años que el escritor sagrado dijo: “Y alabé yo a los finados, los que ya murieron, más que a los vivientes, los que viven todavía. Y tuve por más feliz que unos y otros al que no ha sido aún, que no ha visto las malas obras que debajo del sol se hacen” (Ec. 4:2, 3).
El escritor sagrado menciona muchos de los problemas de lo que se puede llamar las injusticias de la vida, por ejemplo la opresión del pobre y el débil; la falta de sabiduría de quien tiene mucho para saber cómo aprovecharlo; la incapacidad del hombre para hacer lo que es recto; la inclinación distorsionada de las motivaciones poco plausibles que imperan en el corazón del hombre.
Pero... ¿Qué nos ofrece el nacimiento? Primero el crecimiento físico. La persona debe nacer para poder crecer pasando por todas las etapas de la vida: infancia, adolescencia, juventud y finalmente la vida adulta. Aunque amamos mucho a los pequeños, nos entristecemos si el bebé no crece, ya que no lo queremos siempre bebé, deseamos que se desarrolle aunque con su desarrollo vienen nuevas responsabilidades y compromisos. Algunos crecen altos y verdaderos gigantes, otros de baja estatura; algunos son corpulentos, fornidos, otros delgaditos y a veces débiles. En esto del desarrollo físico podemos ayudar un poco, pero en cuanto a la estatura casi nada. Aquí tenemos la oportunidad de alimentarnos bien o mal, cuidar o descuidar nuestra salud física, pero sobre todo la de los pequeños que dependen de nosotros. El hacer o no hacer ejercicios, son cosas que cada uno decide.
En la Biblia tenemos casos de algunos gigantes increíbles, tan altos como hombres de cuatro metros tal vez, por ejemplo en el libro de Deuteronomio 3:11 leemos: “Porque únicamente Og rey de Basán había quedado del resto de los gigantes. Su cama, una cama de hierro, ¿no está en Rabá de los hijos de Amón? La longitud de ella es de nueve codos, y su anchura de cuatro codos, según el codo de un hombre”. Este caballero llamado Og medía nada menos que cuatro metros o por lo menos su cama era de este tamaño, pues él tal vez medía sólo tres metros y medio.
El nacimiento permite que el nacido se desarrolle físicamente y en segundo lugar que se desarrolle intelectualmente. Una de las áreas más llamativas de una criatura es verla cómo avanza intelectualmente. Pronto comienza a pronunciar algunas palabras, a reconocer a sus padres, o a sus familiares o tutores. En breve aprende cómo conseguir lo que quiere, si con gracia o con llanto. A medida que pasan los días va aprendiendo a leer luego a escribir. Después lo vemos adelantando poco a poco, haciendo algunos ejercicios, pedaleando la bicicleta y aprendiendo a mantener el equilibrio. Casi inadvertidamente se involucra en algún deporte y comienza a escuchar música y apreciarla.
Es verdaderamente maravilloso cómo se desarrolla una criatura. Todos los que hemos llegado a cierta edad pasamos por lo mismo, solamente que para nosotros en ese momento, no era nada novedoso ni interesante, sin embargo, mirando retrospectivamente sí reflexionamos. También es cierto que este desarrollo físico muchas veces tropieza con la mala alimentación, la pobreza extrema y consecuentemente las enfermedades que de otra manera tal vez se habrían evitado, a veces con la muerte física prematura. En tercer lugar también hay desarrollo espiritual.
Una criatura quiera o no, también va absorbiendo el aspecto espiritual. Podemos desarrollarnos ya sea en lo divino o en lo diabólico, pero este desarrollo sucede casi automáticamente. Es por esta razón que los cruzados de la Nueva Era procuran tan diligentemente capturar la mente de los pequeñitos. No hay nada mejor que grabar en esa mente tierna la cizaña del ocultismo en sus variadas formas. En Lucas 1:80 dice: “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. Esto se dice de Juan el Bautista, cuyo crecimiento era paralelo, crecía físicamente, pero también se fortalecía en su vida espiritual.
Al hablar del desarrollo físico debemos depender bastante del pediatra a fin de saber cómo alimentar a la criatura recién nacida. Cuando llega el turno de lo intelectual los padres deben intervenir directamente. La idea antigua de llevar a la criatura al preescolar y luego verlo avanzar ya es historia. Hoy los padres deben decidir a qué escuela enviar al pequeño, si es confiable la escuela pública del barrio o tal vez no. Si no se tiene dinero para mandar al pequeño o a la pequeña a una escuela cristiana, podríamos echar mano de algún método de escuela en el hogar.
Los padres deben revisar lo que su hijo o su hija leen y asegurarse que en la escuela están aprendiendo lo que les corresponde. Pero cuán importante es el desarrollo espiritual. Algo puede ayudarnos mucho, y es el lugar que ocupa la oración, la lectura, el estudio de la Biblia y las actividades de la iglesia en su familia.
Para los padres esto debe ser lo más importante, ya que sus hijos muy probablemente los acompañarán y continuarán en los pasos del Señor. Los padres deben asegurarse de que han hecho todo de su parte, todo cuanto pudieron durante los años en que la criatura dependía de ellos. Ni el pastor ni el maestro de la clase bíblica ni la misma influencia de la iglesia pueden tanto para que nuestros niños sean cristianos como nosotros mismos. La vida real la vivimos en nuestra casa, el trato verdadero que dispensamos a los demás ocurre en casa. La clase de vecinos que somos, parientes, padres, esposos, clientes, etc., todo esto transcurre en nuestra casa. Es allí donde nuestros hijos tienen la oportunidad para desarrollar sus facultades espirituales, el temor y el amor a Dios.
En segundo lugar viene el casamiento. Si la fecha de nuestro nacimiento es importante, también es demasiado importante el día de nuestro casamiento. En esto del casamiento hay asuntos más serios que la primera ceremonia nupcial, ya que Dios mismo la dirigió. Fue Él quien armó a la primera pareja: Adán y Eva. Aunque muchas veces hemos citado algo que se dijo en ese casamiento allá en el Edén, me gustaría ofrecerle una interpretación más sencilla y del todo bíblica: cuanto más tengan en común los que se han de casar tanto mejor, porque menos problemas tendrán: ambos deben tener más o menos la misma edad, una educación similar, gustos afines, han aprendido a congeniar, aman al Señor con la misma intensidad, tienen las mismas convicciones teológicas y estatura espiritual, son del mismo grupo étnico, provienen de hogares parecidos y ambos pertenecen, si es posible, a la misma denominación: “Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne... Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:23, 24).
¿Tiene alguna duda de que Adán y Eva eran parecidos en todo? ¡No! Yo creo sinceramente que muchos de los jóvenes que se casan y luego fracasan, aunque vivan toda la vida con la misma persona con la que se casaron, se debe a que en cierto modo ese joven no se unió a su mujer. Ella era para otro y él para otra, pero ya que se unieron no hay nada que hacer. Puesto que se casaron ya no queda otra cosa que aguantarse. Dios nos hace ver que es él quien mejor provee de cónyuge. Él capacita a ambos a hacer sus sondeos, pero finalmente sabe cómo hacer que aquellos que dependen de Él no cometan el error de atarse con una persona a la cual luego no puedan amar de verdad. Se ve que Adán hizo su parte, trató de llenar el vacío en su vida, pero la Biblia dice que no encontró su contraparte.
He aquí algunos ingredientes antes del casamiento:
• Asegúrese que sabe todo de la otra persona, todo cuanto necesita saber.
• Hable sobre el asunto con gente de su confianza, especialmente con sus padres.
• Hable mucho con Dios sobre sus sentimientos y deje que las cosas no se concreten si no es Su voluntad.
• Permita un margen de por lo menos doce meses de noviazgo, especialmente si no conoce bien a su candidato o candidata.
• Escuche lo que otros dicen de él o ella, es bueno que investigue usted mismo/a para asegurarse de las cosas.
• Tome nota de la conversación de la persona a quien pretende, o le pretende a usted. La dama especialmente debe tener en cuenta esto: tiene él temas espirituales, habla bastante de la Biblia y sus enseñanzas, conversa claramente de sus planes para la vida, tiene algún oficio y está trabajando, le gusta la música, el arte, los paseos, etc., es muy dado al deporte o le es indiferente. Es generosa la otra persona, siempre está ocupada trabajando, o tal vez hace meses que está buscando trabajo, y caso extraño, nunca lo encuentra. No se deje cautivar amada hermana por lo bien parecido que sea el caballero que la pretende, su hermosura puede salirle demasiado cara y no vale la pena. Todo esto permitirá que se evalúe el grado de compatibilidad que pueda existir entre ambos.
En el caso del joven, debe tener en cuenta si es ella una mujer que le gusta el hogar, la gente, si es sociable y agradable con los demás, responsable, prolija, luchadora. Tanto ella como él deben tener mucho cuidado antes de unir sus vidas, pero lo más importante es que tanto el joven como la señorita sean cristianos activos, dedicados y consagrados.
Ahora bien, cuando era un niño de muy corta edad, como me crié en el campo, pude ver muchas cosas que un niño criado en una gran ciudad nunca ha presenciado. Por ejemplo, he visto cómo una serpiente con la cabeza levantada, su lengua afuera y con los ojos fijos en su víctima la atraía hacia sí para devorarla. He visto como una rana con sus típicos saltos y contra su propia voluntad se encaminaba hacia la boca abierta de este peligroso reptil. Cómo me gustaba intervenir entonces para salvar a la rana. Tiraba una piedra o hacía un poco de ruido y la serpiente desaparecía temerosa dejando a la inocente rana en plena libertad.
Parece que la serpiente tiene cierto imán que impide que su víctima se salve, pero para ello no debe ser estorbada porque por lo visto es un tipo de hipnotismo. De este modo la rana es totalmente dominada por la serpiente. Es cierto que pude salvar a una rana, pero rara vez he tenido el mismo resultado tratando de salvar a alguna encantadora señorita. La joven aunque es más hermosa que la más linda de las ranas, cuando es atraída por la serpiente llamada “pretendiente inconverso” cae en sus garras y así echa a perder todas sus posibilidades de servicio para el Señor. He visto llorar a una señorita en más de una ocasión sabiendo que está mal lo que hace, pero alegando: «¡Es que lo quiero! ¡No podría vivir sin él!»
Otro caso que se me quedó grabado en la mente fue una película, un documental que vi por televisión tomado en la jungla amazónica de Brasil. Allí pude ver cómo la cámara enfocaba a un pájaro muy hermoso parado sobre una rama. Estaba realmente bien alto en un árbol, mientras que por un lado del mismo, una tremenda serpiente subía y se acercaba cada vez más, mientras que la hermosa ave permanecía inmóvil, sin salir volando a pesar de las grandes alas que tenía. Podía volar, pero no lo hacía. No podía creer lo que estaba viendo, me parecía imposible, me habría gustado ayudarla, pero era imposible porque simplemente era una película. Le aseguro que de haber estado en ese bosque me habría provisto de buen palo y esa serpiente nunca más habría tenido la oportunidad de atrapar a nadie.
He matado en mi vida muchas serpientes, las odio realmente. Lo qué pasó con el pájaro en cuestión, usted ya lo adivina. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la serpiente de un salto lo atrapó en su boca. En su gran boca totalmente abierta, engulléndose primero la cabeza, pude ver cómo las patitas y las plumas finales de las alas y de la cola desaparecieron. Y pensé luego: «¿No es esto mismo lo que ocurre en la vida de cada cristiano que se enamora de inconversos, alegando: ‘Es que no puedo dejarla’ o ‘Sin él no sé que sería mi vida?’»
Tanto el joven como la señorita tienen las alas del Espíritu Santo, de la Palabra de Dios, del testimonio de tantos hermanos y su comunión. Pueden volar por las alturas de la felicidad, del gozo del cristiano, de grandes satisfacciones, de llevar almas a los pies del Salvador. Pueden instruir a muchos otros jóvenes y niños y ganar victorias por doquiera. Todo está a su alcance, como ese pájaro que con esas alas podía burlar a todas las serpientes del mundo. Pero no, deciden permanecer parados sobre la débil rama de su voluntaria ceguera espiritual, la rama de amistades inconversas, del abandono de los hermanos, de la indiferencia espiritual y es entonces cuando llega la serpiente. No como aquella que atrapó a ese pájaro, sino que es una serpiente que se pone traje, corbata, zapatos bien lustrados, usa buen perfume y posee ojos chispeantes y atractivos. Se trata de una serpiente que maneja un vehículo, que habla tan bien como esa que le habló a Eva en el Huerto del Edén. Francamente el pretendiente inconverso que procura conquistar a una señorita cristiana no es otra persona que Satanás mismo, quien usa a ese joven.
Alguien dijo que cuando una señorita se casa con un inconverso, se casa con un hijo del diablo, por lo tanto su suegro se llama Satanás. ¿Cómo podrá tener un matrimonio feliz con Satanás como suegro? Qué privilegio, ¿verdad?: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 P. 5:8, 9).
Cada vez que una señorita en una iglesia cristiana decide casarse, pretendiendo estar enamorada de un inconverso hay gran fiesta en el infierno. Cuando una joven cristiana se decide por un inconverso, el cielo está de luto porque un elemento más que pudo haber sido útil en las manos del Señor se está ofreciendo en el mercado demoníaco de Satanás.
Señorita cristiana, aunque piense que es la única que atraviesa por una experiencia que podríamos llamar enamoramiento conflictivo, y que pocos o casi nadie la entienden, permítame decirle algunas cosas. En primer lugar, este tipo de conflictos los tienen muchas otras cristianas en todo el mundo. En vez de buscar la manera de justificar este enamoramiento prohibido debe resistir firme en la fe. En otras palabras, acepte por la fe que no debe hacerlo, que la Biblia es palabra final a este respecto. No existe tal cosa como enamoramiento prohibido irresistible cuando la Biblia lo condena. De ser así, de la misma forma y usando los mismos argumentos, podríamos entonces justificar también al adúltero, quien suele decir: «Es que ya no quiero a mi esposa y quiero a esa otra mujer». Lo mismo ella, que alega diciendo: «No me importa que sea casado, él me quiere y yo lo quiero y esto basta. Nos hemos enamorado de verdad, nos queremos, no podemos vivir el uno sin el otro». En ambos casos hay algo en común, que ambas uniones están expresamente prohibidas en la Biblia. En el caso del casado, porque ya es casado y le debe lealtad absoluta a su cónyuge, en el del soltero, porque la Biblia prohíbe totalmente el matrimonio con inconversos y le debe absoluta lealtad al Señor. Dice la Biblia: “Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios. Porque si os apartareis, y os uniereis a lo que resta de estas naciones que han quedado con vosotros, y si concertareis con ellas matrimonios, mezclándoos con ellas, y ellas con vosotros, sabed que Jehová vuestro Dios no arrojará más a estas naciones delante de vosotros, sino que os serán por lazo, por tropiezo, por azote para vuestros costados y por espinas para vuestros ojos, hasta que perezcáis de esta buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado” (Jos. 23:11-13). ¡Qué palabras tan claras las que Dios puso en la mente y labios de Josué!
Jóvenes cristianos no se casen con inconversos: ni la señorita con un joven mundano ni el joven con una señorita mundana. Señorita si lo hace, el casamiento resultará en un verdadero lazo para tu cuello. Aunque ahora él parece amarle de verdad, muy pronto cuando ya sea su esposa, todo cambiará.
A continuación voy a pintarle su matrimonio, familia, su propia vida, porque no es nada difícil visualizarla de antemano. El elegante joven que ahora la visita, mañana cambiará radicalmente. Sus abrazos tiernos y atentos se convertirán en golpes en su espalda, sus palabras poéticamente expresadas y a veces hasta escritas que riman tan bien, se tornarán en insultos groseros. La llamará perra, asquerosa, puerca, ignorante, jorobada, maloliente y demás, le dejará moretones por todas partes. Le hablará cara a cara de sus aventuras con otras mujeres y probablemente le arroje bocanadas de humo en el rostro sin el menor respeto. Tal vez llegue borracho y prohíba que usted lleve a los pequeños a la iglesia, ordenando que su madre se encargue de sus hijos. No podrá quejarse ni llevar a la cárcel a su esposo por grosero, bruto y peligroso que sea, porque él le habrá dicho que de ocurrir tal cosa, usted, él y los niños morirán acribillados en el mismo día.
«¿En qué me he metido?», dirá, pero ya no podrá hacer nada. Sus cuñadas se burlarán de usted, su suegra le mandará, será la sirviente de todos. Muchas veces se le cruzará la idea del suicidio, olvidándose de sus hijos y su fe en Dios. Clamará a Dios, pero nada, el cielo parecerá cerrado. Nada frustra más a los pastores y a los padres que ver cómo los hijos o jóvenes de la iglesia, tanto varones como mujeres, siguen sus propios caminos sólo para luego lamentarlo por haber sido desobedientes.
Muchas veces las señoritas cristianas dicen: «Pero es que me ama de verdad y yo estoy enamorada de él». Ahora, ¿está segura o seguro de que lo que hay aquí es verdadero amor? Si se basa en las novelas y las películas, entonces lo que llama amor, debe ser únicamente en un contexto de fracaso rotundo y seguro.
Pero si habla de amor verdadero su definición la tenemos en 1 Corintios 13:4-8, dice Pablo: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser...” Ahora permítame expresar la definición a lo mundano. Si el inconverso dijera la verdad sobre el amor, lo definiría así: «El amor es romper corazones, es sexo, es conquistar más y más, todo para mí. Es probar lo que uno es, demostrar que se pueden tener a varias mujeres simultáneamente. El amor es empujar a los demás y hacer uno lo que quiera, es impedir que el matrimonio nos ate en forma alguna y para siempre. El amor es tener mucho dinero, salirse siempre con la suya, amarse a sí mismo. El amor es muy poca consideración a los demás, es sexo ahora mismo sin esperar hasta el matrimonio. El amor es justificado porque yo lo quiero o ella me quiere y eso es suficiente. El amor es que nos amamos, nos queremos, sin importar lo que digan el pastor, los padres, los consejeros, ni aun lo que diga la Biblia o la iglesia. Estoy enamorado o enamorada y esto justifica todo cuanto hago en nombre del amor».
Bueno, si el joven la ama bien y no es cristiano, respetará su persona y se alejará de usted sin hacerle sufrir ni enamorarla en ninguna forma. Si el joven la ama de verdad, procurará saber por qué para usted la fe cristiana significa tanto y pronto él mismo se convertirá. Si de verdad la ama, jamás hará algo que la haga sufrir tal como ocurre en todos los casos donde la señorita cristiana es pretendida por un joven incrédulo. El cristiano y el inconverso son incompatibles, porque operan en campos totalmente diferentes. El amo del cristiano es Dios mismo y Jesús es su salvador, el amo del inconverso es el mundo y su perdición es Satanás mismo. El cristiano hará planes para un hogar cristiano, el incrédulo hará un hogar mundano o tal vez religioso. El cristiano querrá enseñarles a sus hijos el amor de Dios y el temor del Señor. El incrédulo les enseñará a sus hijos el amor propio y la vida mundana. Por eso la Biblia prohíbe los matrimonios mixtos.
Es normal que los mundanos aborrezcan a los cristianos. Si algún joven pretende a una señorita cristiana y le ofrece matrimonio, ese sólo hecho revela una triste verdad: o bien la señorita le ha dado ciertas esperanzas o es mundana. Jesús dijo: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:18, 19).
Si la señorita es realmente cristiana sería una locura que un mundano pretendiera casarse con ella. El enamoramiento resulta tan remoto que virtualmente no existe. Algo anda mal cuando el mundo no nos aborrece. Cuando un mundano quiere a una cristiana algo funciona mal. Cuando Pedro predicó su primer sermón dijo: “...sed salvos de esta perversa generación”(Hch. 2:40). ¿Desde cuándo un perverso resulta atractivo a una señorita cristiana? Según la Biblia los incrédulos son perversos, pero los cristianos son santos. Si tenemos que ser salvos de esta perversa generación significa que tenemos que vivir libres de ella, de sus hechos, costumbres, religiones, vocabularios, etc.
¿Cómo puede una señorita compartir su vida, su cuerpo, su vida cristiana, su experiencia con el Señor con un perverso? ¿Cómo puede un joven cristiano compartir su experiencia cristiana con una señorita perversa? Bueno, aquí tenemos el texto clásico: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co. 6:14-18). Dios prohíbe tales uniones mixtas que casi siempre fracasan, porque se están uniendo dos personas completamente incompatibles, que no tienen nada en común excepto que ambos son seres humanos, uno es hombre y otra es mujer.
Con cuánta insistencia Dios le advirtió a Israel que no hicieran alianza matrimonial con los paganos, pero los israelitas siempre hicieron lo contrario. Con cuánta insistencia el Nuevo Testamento repite lo mismo, pero nuestros jóvenes siguen uniéndose en matrimonio con incrédulos, deseosos de recibir maldiciones a raudales: “Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en pos de sus dioses... y te invitarán, y comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de los dioses de ellas” (Ex. 34:12-16).
La Biblia dice claramente que cuando se permiten los matrimonios mixtos, en lugar de que el cristiano gane al incrédulo, ocurre justamente lo contrario: el incrédulo arrastra al cristiano. Esto se debe a que la conversión, la regeneración de un pecador, no la logra ni el cónyuge ni el pastor del cónyuge cristiano ni la misma iglesia. La conversión o regeneración solamente puede lograrla el Espíritu Santo.
“Y no emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronto” (Dt. 7:3, 4). Lo que Dios dice es que cuando el matrimonio es mixto el cónyuge mundano inclina la balanza a su favor. Rara vez ocurre que el mundano se convierte, más bien el cristiano se torna mundano en su conducta: deja la iglesia, la Biblia, la oración y la confesión de sus pecados. Pero cuando vienen los frutos, este tipo de desobediencia suele manifestarse muy pronto, a los pocos meses o años de casados. La situación se agrava cuando los hijos crecen, ya que no son ni cristianos ni católicos ni budistas ni hindúes ni musulmanes, sino totalmente mundanos.
Ahora que son grandes y sabiendo lo que hizo su madre cuando joven, que de nada le sirvió su Salvador cuando se enamoró, ellos dicen: «¡Si a mi madre no le sirvió la fe cristiana, cómo me podrá servir a mí!» Joven y señorita cristianos, sáquense de la cabeza la sola idea, el más remoto pensamiento de buscar pareja en el mundo. En cuanto a la señorita, si el joven no es cristiano, no acepte su invitación, no salga con él. No le dé ninguna esperanza, ni se desespere pensando que tal vez se quedará sin esposo. Dios no la dejará jamás, él sabe que usted desea casarse, sabe que planea su vida, sabe que quiere ser madre y tener un hogar. Pero si desea hacerlo por su cuenta y no quiere esperar en él, un día lamentará mucho haber procedido así, pero ya de nada le valdrán sus lamentos. Nunca olvide lo que dice el Salmo 127:1-3 y Mateo 7:24-27 donde se habla, que de nada vale que el hombre construya un edificio si Jehová no está en eso, o luego cuando Jesús menciona a aquellos dos constructores, uno que construye su casa sobre la arena y otro sobre la roca.
Por último tenemos el fallecimiento. Primero el nacimiento, luego el casamiento y ahora el lúgubre fallecimiento. Aquí como que no hay mucho margen para consejos. Sin embargo, como las personas ya fallecieron tenemos algunas cosas que podemos aprender de ellas. En las tres etapas de la vida hay un orden que se sigue sin alteración aunque no lo queramos reconocer. Por ejemplo, al nacimiento le sigue el crecimiento, al casamiento le sigue el sufrimiento, al fallecimiento le sigue el endurecimiento. No es necesario explicar esto, es muy claro y nadie discute que al nacimiento físico siempre le sigue el crecimiento, el recién nacido crece rápidamente.
En lo que se refiere al casamiento, es un hecho que vienen los sufrimientos. Esto es indiscutible: “A la mujer dijo (Dios): Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Gn. 3:16, 17). El casamiento, entre otras cosas, acarrea dolor y maldición. No importa cuán cristianos y correctos sean los cónyuges, ni cuánto se esfuerzan “el Adán” y “la Eva” de cada pareja, esto es inevitable para todos los matrimonios.
Dios no le dice estas cosas a los jóvenes solteros, sin embargo la pareja que se casa siempre recibe un paquete, un regalo que heredamos del primer casamiento o de la primera pareja. Ese paquete contiene dos artículos: dolor y maldición. Cuando Pablo escribe 1 Corintios 7, seguramente tiene en cuenta todo esto y dice: “¿Estás ligado a mujer? No procures soltarte. ¿Estás libre de mujer? No procures casarte. Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar” (1 Co. 7:27, 28).
Al casamiento le siguen los sufrimientos en todos los matrimonios. Me resulta gracioso escuchar a algunos consejeros matrimoniales, de cómo tener un matrimonio siempre en alto, feliz, gozoso, siempre en escala mayor, viento en popa. Recuerde joven: ¿Quiere casarse? Bueno, al nombre de su futura esposa agréguele estos otros dos nombres: “Maldición y Dolor”. Lo mismo pasa con la joven, al nombre de su futuro esposo le agregará estos dos: “Maldición y Dolor”: “...porque fuerte es como la muerte el amor...” (Cnt. 8:6). Sí, lo de nacimiento ya es historia para todos nosotros, lo del casamiento para muchos también ya es historia. Mientras que el fallecimiento sin duda todavía es futuro.
Pero... ¿Cómo muere la gente? Bueno, hay sólo dos maneras de morir: morir desesperado y angustiado o morir feliz y entusiasmado por el porvenir. A la hora de la muerte no hay incrédulos, ni apetitos pecaminosos ni ambiciones pecaminosas, a la hora de la muerte hay una despedida final del cuerpo, la puerta de la eternidad se abre de par en par, el espanto no tiene comparación para unos, mientras que para otros el regocijo llega a su cúspide. Hay dos poesías que escribieron dos personas antes de morir, presintiendo que ya llegaba su hora. Estas poesías fueron recogidas por el doctor Alba J. McKlein, ex-presidente del Grace Theological Seminary.
Una lleva el título de Invictus, la escribió William Ernest Henley, quien, dicho sea de paso, se suicidó. La otra fue escrita por una fiel cristiana llamada Dorothy Day su poema lleva el título de Mi Capitán.
Este es el contenido de Invictus:
«Más allá de la noche que me cubre,
Oscura como el abismo de polo a polo.
Agradezco a los dioses que pudiera haber,
Por mi alma inconquistable.
En la cruel empuñadura de las circunstancias,
No he retrocedido ni gritado a voces.
Bajo el aporreo de la ventura
Mi cabeza sangra, pero no está sometida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas,
Se destaca el horror de la sombra.
Sin embargo la amenaza de los años,
Me encuentra y me encontrará sin temor.
Poco importa cuán estrecha es la puerta,
Cuán cargado de castigos está el rollo
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma».
El otro poema titulado Mi Capitán, dice:
«Más allá de la luz que me deslumbra,
Brillante como el sol, de polo a polo.
Agradezco a Dios, que sé que es,
Por Cristo el conquistador de mi alma.
Dado su dominio de las circunstancias,
No retrocedería ni clamaría a voces.
Bajo ese gobierno que los hombres llaman ventura,
Mi cabeza con gozo está humildemente sometida.
Más allá de este lugar de pecado y lágrimas,
Es vida con Él y suya es la ayuda.
A pesar de la amenaza de los años,
Me guarda y me aguardará sin temor.
No tengo temor aun cuando estrecha es la puerta
Él despejó de castigo el rollo.
Cristo es el amo de mi destino,
Cristo es el capitán de mi alma».
Pues bien, para comprender mejor las dos maneras de morir, citaremos las palabras que pronunciaron algunas personas antes de morir, ya que ellas nos permiten ver cómo es el momento de la muerte para unos y para otros. En primer lugar, mencionemos a algunos moribundos que partieron a la eternidad sin Cristo, sin el perdón de Dios, por ejemplo:
Sir Francis Newport dijo: «¡Ay! Si pudiera pasar mil años en el fuego que nunca se apaga para comprar el favor de Dios y estar unido con él otra vez, pero es un deseo vano. Millones de millones de años no me acercarían más al final de mis tormentos que una sola hora. ¡Ay! Eternidad, eternidad para siempre y por siempre. ¡Ay! Los sufrimientos y tormentos del infierno».
Thomas Payne un célebre libre pensador y famoso escritor norteamericano, dijo: «Yo daría mundos si los tuviera con tal de que la era de la razón nunca hubiera sido publicada. ¡Señor ayúdame! ¡Cristo ayúdame! Oh Dios, ¿qué he hecho para sufrir tanto? Pero si no hay Dios y si lo hubiera qué será de mí de aquí en adelante. ¡Quédense conmigo por el amor de Dios! Envíen aunque sea una criatura para que se quede conmigo, pues el estar solo es el mismo infierno. Si el diablo alguna vez tuvo una gente ese he sido yo».
Voltaire, el célebre libre pensador francés fue uno de los más fructíferos y talentosos escritores del mundo he hizo lo posible por demostrar y eliminar el cristianismo, mientras tuvo salud. Su grito con respecto a Cristo fue: «¡Maldito sea el miserable!» En una ocasión dijo: «Dentro de 20 años el cristianismo no existirá más. Con una sola mano destruiré el edificio que necesitó de doce apóstoles para levantarlo». Algunos años después de su muerte su propia máquina impresora fue utilizada para imprimir Nuevos Testamentos.
El médico cristiano que atendió a Voltaire durante su última enfermedad, dejó un testimonio con respecto a la partida de esta pobre alma perdida. Él le escribió a un amigo diciéndole: «Cuando comparo la muerte de un hombre justo, que es como el ocaso de un hermoso día, con la de Voltaire, veo la diferencia entre un clima brillante sereno y una tormenta oscura. Era mi destino que este hombre muriera bajo mis manos. Muchas veces le dije la verdad, sí amigo mío. A menudo me decía: ‘Usted es el único que me ha dado buen consejo, si tan sólo lo hubiera seguido no estaría en la horrible condición en la que me encuentro ahora. Todo lo que tragué fue humo, me intoxiqué con el incienso que me trastornó la cabeza. Usted nada puede hacer por mí, envíeme un médico loco, téngame compasión, yo estoy loco’».
El médico continuó su relato diciendo: «No puedo pensar en estas cosas sin temblar. Tan pronto como vio que todos los medios que había empleado para aumentar sus fuerzas simplemente tuvieron un efecto contrario, la muerte estuvo delante de sus ojos constantemente. Desde ese momento la locura tomó posesión de su alma, expiró bajo los tormentos de su frenesí». En otro momentos su médico citó a Voltaire, diciendo: «Dios y el hombre me han abandonado, le doy la mitad de lo que valga, si usted me da seis meses de vida, entonces yo iré al infierno, usted irá conmigo. ¡Oh Cristo, oh Jesucristo!»
Bueno, también podríamos citar a otros más, pero veamos a aquellos que murieron en Cristo:
Everett: «¡Gloria, gloria, gloria!» Esta expresión la repitió durante 25 minutos, y sólo cesó con la vida misma.
William Carey, el misionero: «Cuando me haya ido, hablen menos del doctor Carey y más de su Salvador».
Susana Wesley: «Hijos, cuando me haya ido, canten un cántico de alabanza a Dios».
Lady Glenorchy: «Si esto es morir, es la cosa más placentera imaginable».
Edward Perronet, pastor: «¡Gloria a Dios en las alturas de su divinidad! ¡Gloria a Dios en las profundidades de su humanidad! ¡Gloria a Dios en toda su suficiencia! En sus manos encomiendo mi espíritu».
John Pawson, ministro: «Sé que estoy muriendo, pero mi lecho de muerte es un lecho de rosas. No tengo espinas plantadas en mi almohada. ¡El cielo ya ha comenzado!»
Adoniram Judson: «No estoy cansado de mi trabajo, tampoco estoy cansado del mundo; sin embargo cuando Cristo me llame a casa, iré con el gozo de un niño que sale de la escuela».
Podríamos continuar con estos testimonios tan alentadores, pero considero que con lo mencionado es suficiente. Cuando usted tenga que partir pregúntese a cuál de los dos grupos pertenecerá.