Las 3 limitaciones que Dios impone al hombre
- Fecha de publicación: Jueves, 03 Abril 2008, 17:52 horas
- Escrito por Pastor, J. A. Holowaty
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Leyendo la Palabra de Dios y teniendo en cuenta que él desea la salvación de todos, es fácil notar que además de creer en Cristo, aceptándole por Salvador y Señor, también es cierto que el hombre no puede permanecer indiferente sin sufrir graves consecuencias.
Analicemos algunos aspectos muy severos relacionados con la vida, y con la seriedad que Dios quiere que cada pecador tome los asuntos espirituales. No podemos jugar con las cosas del Señor por mucho tiempo sin sufrir las consecuencias, no podemos burlarnos de Dios, de Cristo y del Espíritu Santo, sin recibir la paga declarada claramente en la Biblia.
Tampoco podemos darnos el lujo de rechazar por tiempo indefinido el plan de nuestra salvación por medio de Cristo, sin exponernos a la desgracia eterna de ser condenados por habernos sobrepasado con nuestro rechazo y postergación al límite que Dios nos impone. No menos cierto es que un cristiano no puede estar mimando un pecado sin exponerse a una muerte física repentina.
El pecado que no tiene perdón
Vamos a plantearnos esta pregunta: «¿Cuál es el pecado que no tiene perdón?». Las respuestas varían, pero es raro que alguien conteste satisfactoriamente esta pregunta. La misma surge a raíz de una seria declaración de Jesús cuando se refirió al pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo y declaró, que a diferencia de otros pecados, la blasfemia contra el Espíritu Santo NO TIENE PERDÓN JAMÁS.
En Mateo 12:31 y 32, Jesús dice: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero”. Ahora ¿qué había sucedido allí? ¿Qué habían dicho aquellos a quienes Jesús le dirigió estas palabras tan cargadas de significado?
En los versículos 22 al 24 del capítulo 12 de Mateo dice: “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. Y toda la gente estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios”.
Debido a este incidente Jesús pronunció la sentencia de que hay cierto pecado que no puede ser perdonado a los hombres jamás. Definitivamente la incredulidad es un pecado muy grande, porque los hombres, todos pecadores, sólo pueden ser salvos por medio de Cristo. Todos los salvos, lo son porque depositaron su fe en los méritos del Señor. Sin embargo, aunque los fariseos no creyeron en Él, Jesús no los acusó de incredulidad, sino por lo que dijeron. Pero... ¿Qué fue lo que comentaron? ¿Cuáles fueron esas palabras que pronunciaron? Son estas: “Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios”. De acuerdo con las palabras del Señor Jesucristo, con esto blasfemaron al Espíritu Santo y por haberlo hecho se cerraron las puertas del cielo para siempre.
Notemos lo que dice un poco más adelante: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt. 12:36, 37). Esta declaración de Jesús debe ser vista y estudiada a la luz de su contexto, y el contexto es justamente el cuadro de la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Sin duda, la incredulidad es un pecado por no creer, pero un incrédulo por mucho que sea, si no ha blasfemado contra el Espíritu Santo, siempre tiene la oportunidad de ser salvo. En cambio uno que ha blasfemado contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, NI EN ESTE SIGLO NI EN EL VENIDERO. Sin embargo hay muchas cosas que hacen los hombres que de acuerdo con nuestro punto de vista podríamos considerar imperdonables.
Allá por el año 1971, un señor de nombre Juan Corona fue acusado de haber dado muerte a más de una docena de trabajadores en los campos de California. Él siempre lo negó, pero fue declarado culpable en la corte y fue condenado a prisión de por vida. No obstante, si se arrepiente y acepta a Cristo, aunque aquello por lo que fue acusado fuera verdad, todo le será perdonado.
Hay casos de individuos que secuestran a niños de corta edad para cobrar rescate. Los padres desesperados y sin saber qué hacer, usan la televisión, suplican que no dañen a su hijo o a su hija, que pagarán el rescate, que no los denunciarán, etc., sin embargo los criminales reciben el dinero, y de todas maneras asesinan a la pobre criatura. Así ha ocurrido muchas veces. Nos indignan estos hechos, creeríamos que no hay perdón para estos asesinos, pero si los criminales se rinden a Cristo y le entregan su alma arrepentidos, reciben perdón.
Hace algún tiempo se vio por televisión a la madre de la actriz Sharon Tate, la que fue apuñalada en su residencia junto con otras personas por una banda de drogadictos encabezados por el famoso Charles Mason. Varias de las personas que participaron en estos horribles crímenes, ahora son cristianos, aunque todavía están encarcelados. Una de las jóvenes, de nombre Linda Kasabian, quien participó personalmente en la matanza de Tate, sentada cerca de la madre de la víctima en la corte, le pidió que la perdonara. Le dijo que estaba profundamente arrepentida de lo que había hecho, no obstante la señora no la perdonó y el juez la mandó nuevamente a la cárcel. Esa mujer, todavía joven, lloraba moviendo la cabeza y preguntándose cómo era posible que la mamá de la muerta, no la perdonara.
Gracias a Dios ella ya obtuvo otro perdón mucho mayor y sabe que es salva. La madre de la víctima no pudo ni quiso perdonar, pero Dios sí lo hizo. Se han dado muchos de estos casos donde la víctima de algún crimen no quiere perdonar y debido a esta actitud, el criminal es condenado a la pena capital.
Hay muchos pecados, crímenes, etc., que a nuestro juicio son imperdonables, pero el Señor habló de un solo pecado y dijo que el hombre que cometa ESE pecado jamás tendrá perdón. Pero... ¿En qué consiste exactamente este pecado? Para poder entender esto haremos dos cosas: Primero, notemos bien que cuando Jesús expresó esta sentencia tan única, ellos literalmente habían pronunciado ciertas palabras, las cuales están registradas en la Biblia, tal como ya hemos visto. En segundo lugar, vamos a ofrecer varios ejemplos donde muchas personas también murieron poco tiempo después de haber blasfemado contra el Espíritu Santo.
Tome especial nota de todo cuanto mencionaremos a continuación, pero no lo crea a menos que tenga sólida base bíblica. Consideramos que las palabras más terribles que podamos escuchar del Señor Jesucristo son estas: «Has cometido un pecado que NO te será perdonado. NO HAY PERDÓN para ti, ni en este siglo ni en el venidero». Es nuestro deseo que usted jamás tenga que escuchar esta sentencia, porque es completamente posible que cometa este pecado y entonces de nada valdrán sus mejores intenciones y deseos.
La blasfemia
Ahora, ¿qué es blasfemia? La palabra «blasfemia» en sí tiene su raíz en el griego que quiere decir «hablar injuriosamente». Lo que Jesús les dijo a esos fariseos, es que habían injuriado al Espíritu Santo al tildarlo a Él de espíritu diabólico por lo cual no tenían ya oportunidad de salvación.
¡Cuánto cuidado debemos tener con la lengua! Dios, sabiendo que es el único miembro de nuestro cuerpo que puede cometer este pecado mortal, lo ha encerrado dentro de una prisión doble y allí vive. Primero están las rejas de marfil que son los dientes, luego en la parte exterior la otra pared de carne de los labios y detrás de esa doble prisión se encuentra ese pequeño miembro listo para saltar como una serpiente y hacer que cualquiera cometa ese pecado que no le será jamás perdonado.
En la Biblia tenemos muchas advertencias sobre la lengua:
• “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un momento” (Pr. 12:19).
• “El perverso de corazón nunca hallará el bien, y el que revuelve con su lengua caerá en el mal” (Pr. 17:20).
• “La muerte y la vida están en poder de la lengua...” (Pr. 18:21).
• “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!... La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Stg. 3:2-6). ¡Cuán cierto es todo lo que estamos examinando ahora!
La lengua no es inofensiva, es capaz de pronunciar en algunas ocasiones sólo cuatro palabras contra el Espíritu Santo y cerrar para siempre las puertas del cielo. Jesús fue muy claro en esto. Pero... ¿Cómo cometen los hombres el pecado que no tiene perdón? Un pastor llamado J. Harold Smith quien también anduvo por todo Estados Unidos llevando a cabo campañas evangelísticas, ofrece varios ejemplos de personas que él mismo conoció y da detalles asombrosos de cómo murieron trágicamente:
«Sé - dice él - de 21 hombres que han cometido este pecado, pero entre todos esos millones de personas a quienes les he predicado en 41 años de ministerio nunca he conocido a una mujer que lo haya cometido. En todos los casos de blasfemia contra el Espíritu Santo, la persona que lo ha hecho no ha vivido ni siquiera 24 horas.
Blasfemia contra el Espíritu Santo es burlarse del Espíritu, hablar en su contra. Mientras viva nunca olvidaré esa ocasión en que asistí a una campaña evangelística en una pequeña iglesia en el campo, en la parte más baja por allá en el sur de Carolina. No recuerdo la fecha ni recuerdo el tema que prediqué esa noche, pero cuando estaba brindando la invitación vi a un joven en la última fila, en el último banco en el auditorio del templo, que parecía buscar a alguien de entre la congregación. Yo me di la vuelta y comencé a caminar por el pasillo hasta detenerme frente a él, le miré a los ojos y le dije: ‘Joven, ¿conoce usted al Señor Jesucristo como su Salvador personal?’. Él me respondió: ‘No señor, no le conozco como mi Salvador, pero yo no vine aquí para ser salvo ni tampoco para escuchar su predicación, vine en busca de un par de amigas para que me acompañen a un baile, y escúcheme señor, tan pronto como las localice podrá disponer de nuestro lugar’. Yo le dije: ‘Joven, el Señor me ha enviado hasta usted, el Espíritu Santo me hizo llegar hasta este lugar para hablarle acerca de su alma’. Este joven respondió: ‘Usted y su Espíritu Santo pueden ir al infierno’. Inmediatamente, Dios me hizo ver, como diciéndome: ‘Apártate de él, no le digas más una sola palabra; ha blasfemado contra mí, blasfemó contra el Espíritu Santo y yo le voy a dar muerte’.
Di media vuelta y me encaminé nuevamente hasta la plataforma y entonces públicamente anuncié: ‘Hermanos ¿ven ustedes a ese joven que está de pie en la última fila de los asientos? Al instante todos giraron la cabeza y vieron al joven. Yo entonces dije: ‘Yo no sé cuál es su nombre, pero sé que ha blasfemado contra el Espíritu Santo y Dios me ha hecho ver y me ha hecho entender que le va a quitar la vida pronto’. Nunca olvidaré a ese joven estirando sus manos y diciendo en voz alta: ‘Oh sí, ¿de veras?’.
A las nueve y quince de la noche concluí el servicio. El muchacho encontró a las dos chicas y partieron juntos hacia un pequeño salón de baile a unos ocho kilómetros de distancia. Cinco minutos antes de la medianoche este joven salió y se paró ante el portal ubicado enfrente del salón de baile con un amigo para fumarse un cigarrillo y tomar algún trago, tras haber aspirado el humo y luego que su compañero hubo ingerido un trago de la botella y se disponía pasársela al muchacho de nuestra historia, éste, doblándose sobre sí cayó de bruces frente al portal rugiendo de dolor como una pantera y antes de que los integrantes de la orquesta hubiesen dejado de tocar para correr a prestarle auxilio, este joven era ya un cadáver.
Enviaron a buscar al médico del área y cuando llegó, contó que se encontraba esa noche también en el servicio sentado tres filas más adelante, no lejos de ese joven. ‘Lo vi - dijo el médico - y escuché cuando dijo lo que tenía que decir’. El mismo joven que había blasfemado contra el Espíritu Santo y cuyas palabras ya mencionamos caía muerto, habiendo transcurrido menos de tres horas desde que lo había hecho».
Alguien podría decir que esto es casualidad. Bueno, vamos a presentar otro cuadro. «En otra ocasión el mismo pastor estaba celebrando una campaña de avivamiento en Carolina del Norte, y uno de los educadores de allí fue invitado para asistir al servicio. Mientras el profesor cortaba el césped empujando su máquina cortadora, un diácono de la iglesia llegó hasta él para invitarle a asistir a los servicios de esa noche, pero el instructor le respondió así: ‘Permítame decirle que yo no asistiré a esa reunión, el predicador Smith no es más que un necio religioso especializado en hipnosis y sabe exactamente cómo hipnotizarle, sabe cómo llegar a usted, cuándo debe comenzar a recolectar la ofrenda y cómo hacer que su mano derecha vaya justo a su bolsillo trasero, tome la billetera y la desocupe en uno de los recipientes en donde se colecta la ofrenda’. Este diácono después de haber escuchado al maestro jurar y maldecir le dijo: ‘Lo siento profesor, no sabía que pensaba en esta forma, de haberlo sabido nunca le habría mencionado la campaña de evangelización’. A esta altura el diácono subió a su automóvil y partió en dirección a la reunión, mientras que el profesor prendió el motor de la cortadora, y según el testimonio de una dama que estaba al otro lado de la calle, sólo había avanzado escasos seis metros empujando la podadora cuando trató de asirse desesperadamente de algo, y dando un brutal alarido cayó de bruces en el suelo y murió. Con sólo 29 años en perfecta salud, y un minuto después de haber maldecido a Dios estaba muerto y su alma ya en el infierno».
También alguien dirá que esto es simplemente coincidencia. Vamos todavía a otro caso que registra este mismo siervo de Dios: «Dirigía yo una campaña evangelística en Luisiana en uno de esos grandes lugares destinados para el rodeo. Cuando llegó la última noche del servicio me puse a predicar el mismo sermón sobre el pecado que no tiene perdón. Cuando terminé mi mensaje, extendí la invitación, pero durante todo el tiempo del servicio estaban a mi derecha al final de la esquina de ese rodeo, tres hombres de negocios de esa ciudad; ellos se reían, hacían mofa, encendían sus cigarrillos, me maldecían a mí, a los acomodadores, a los que patrocinaban la campaña, burlándose de todo y de todos.
Cuando unas cuatrocientas personas se pusieron de pie y se encaminaron hacia la plataforma para dar testimonio público de su fe en Cristo, habiéndole aceptado como Salvador, estos hombres comenzaron a proferir toda clase de comentarios maliciosos y sucios acerca de esos que se acercaban hacia el altar. Yo les encontré cuando salía del rodeo y les dije: ‘No sé quiénes son ustedes, pero los tres han blasfemado contra el Espíritu Santo de Dios y han traspasado ese límite trazado por Él, por Dios’. Con sarcasmo uno de ellos me dijo: ‘Ah, ¿de veras?’. No pronuncié ninguna otra palabra y ellos salieron.
A la mañana siguiente a eso de las ocho de la mañana uno de esos hombres introducía la llave en la puerta de su negocio, pero cayó repentinamente al suelo muerto en la calle sin que hubiera podido siquiera abrir la puerta. A las once y treinta de la mañana ese mismo día, el segundo hombre se disponía a cruzar una calle de esa pequeña ciudad y cayó muerto en medio de ella, víctima de un ataque al corazón. A las cinco y treinta de la tarde del mismo día, el tercero estaba sentado en su oficina junto a su secretaria a quien le dijo: ‘Antes que se ponga el sol estaré en el infierno’. Ella le dijo: ‘Pídale perdón a Dios’. Él respondió: ‘Es demasiado tarde’, y se desplomó en ese instante de su silla y murió».
Este mismo predicador cuenta, «Que ese día a eso de las nueve y treinta de la noche sonó su teléfono y en el otro extremo estaba otro predicador que había asistido a la campaña y supo lo que sucedió en esos días, esto es lo que le dijo: ‘Hermano, toda la ciudad está conmovida por esto, ¿podría por favor venir el próximo domingo por la noche y predicar en la Primera Iglesia Metodista de esta ciudad?’. Finalmente el predicador dijo que logró que la iglesia donde tenía la campaña le permitiera predicar en aquella otra congregación esa última noche.
Esa tarde cuando llegó a esa pequeña ciudad listo para predicar, diecinueve hombres se pusieron de pie rápidamente de sus asientos y prácticamente corrieron hacia el altar para entregarle sus vidas a Cristo, esto antes de haber dicho una sola palabra».
¿Es todo esto casualidad? Yo no lo creo, lo que ocurrió aquí es que este predicador llevó nota de lo que ocurría, pero creo que son muchos los casos donde hay personas que mueren en esa misma forma, por haber blasfemado contra el Espíritu Santo.
¿Por qué todos ellos tuvieron que morir tan pronto? Bueno, si usted tiene problemas para reconocer la gravedad de este pecado y no piensa que Dios puede cerrar la puerta para quien blasfema contra el Espíritu Santo, a continuación le ofrecemos por lo menos algunos pasajes bíblicos.
En Marcos 4:10-12, Jesús dice: “Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados”. Pero... ¿No se estaría refiriendo nuestro Señor aquí a aquellos que habían cometido este mismo pecado? ¿Es posible que Jesús enseñe de tal manera que sus Palabras de vida no puedan ser entendidas por aquellos que tanto las necesitan?
Veamos otro pasaje paralelo: “Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis; porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyeron pesadamente, y sus ojos han cerrado, para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane” (Hch. 28:25-27).
La Biblia no dice que ellos blasfemaron contra el Espíritu Santo, pero tampoco hay evidencia de que no lo hicieron, ya que se negaron a creer, por eso Dios tomó medidas contra ellos hablándoles de manera que no entendieran.
El otro pasaje, es lo que ocurrió al comienzo mismo de la historia del hombre: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn. 3:22-24).
Claramente se nos hace ver aquí, que Dios tuvo que tomar estas precauciones para evitar que el hombre alargara su mano y comiera del árbol de la vida y viviera como pecador eternamente. Si aquellos que blasfemaron contra el Espíritu Santo vivieran más tiempo, muy probablemente se arrepentirían y Dios estaría obligado a perdonarles en cumplimiento de esa promesa. Por eso mueren tan rápidamente después de cometer el pecado que no tiene perdón.
¿Qué medidas deben tomarse para evitar caer en el pecado que no tiene perdón?
Recordemos que la primera limitación es el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, que Jesús dijo jamás será perdonado a aquel o aquella que lo hagan. Para evitar caer en este pecado que jamás tendría perdón:
• No posponga la salvación de su alma. La regeneración del hombre es la mayor garantía de que jamás caerá en este pecado.
• No se burle de las cosas divinas, tema a Dios. Tenga cuidado con la lengua.
• Evite la amistad de aquellos que se burlan de Dios.
• Evite libros y películas que pretenden involucrar a Dios y al Espíritu Santo en asuntos de pecado.
• El único recurso seguro contra la blasfemia contra el Espíritu Santo es que uno sea regenerado por ese mismo Espíritu.
Todo lo dicho nos hace pensar que muchas de las muertes misteriosas, que ya hemos analizado, bien pueden tener aquí su origen. Dios nos libre del grave pecado de blasfemar contra el Espíritu Santo.
Ahora entendemos mejor lo que dice en Hebreos 10:26-29: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?”. Estas palabras deben hacernos pensar con toda seriedad por qué los versículos 30 y 31 dicen: “Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”. Creo que este último versículo tiene relación directa con el versículo 29 cuando dice que «mayor castigo recibirá aquel que hiciere afrenta al Espíritu de gracia».
Esta es la primera limitación que Dios impone al hombre. Dios pone límite, dice hasta aquí y no más. Esta limitación es sumamente seria, porque el hombre puede fácilmente llegar a blasfemar contra el Espíritu Santo. Tenga mucho cuidado con su lengua, es probable que lo haga estando borracho, por eso la borrachera con más razón es un gravísimo peligro. También es posible, que inducido por un momento de camaradería, compañerismo con gente incrédula, blasfeme contra Dios, que diga algo que jamás le será perdonado.
Tal vez no está de acuerdo conmigo, pero creo que esta alarma es muy correcta y muy a tiempo.
Segunda limitación: El rechazo de la Gracia
Es un error fatal pensar que uno puede rechazar la gracia divina por tiempo indefinido, sin exponerse al peligro de morir inesperadamente antes de ajustar cuentas con Dios.
La Biblia dice claramente que tenemos que aceptar a Cristo en la primera oportunidad que se nos presente, sin embargo la gran mayoría de quienes se pierden eternamente son esos que pertenecen al grupo de personas que no tuvieron en cuenta el límite que Dios les impuso con relación a Su gracia.
¿Cuál es la diferencia entre el rechazo de la gracia divina y el pecado imperdonable?
A juzgar por sus resultados, no hay ninguna diferencia. En ambos casos la persona muere sin el perdón de Dios. En este grupo hay gente culta e inculta, religiosos y sin religión, conservadores y liberales, hombres, mujeres, jóvenes, niños y hasta ancianos. La Biblia advierte: “El que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina” (Pr. 29:1). ¿Qué quiere decir esto? ¿A qué se refiere Dios cuando dice que una persona “endurece la cerviz”? ¿Qué significa “de repente será quebrantado”? ¿Quiere decir que ya no habrá remedio para esa persona? Qué mejor exhortación que enfrentarnos con la Palabra de Dios, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:12, 13).
Hay hombres y mujeres que oyen la predicación de la Palabra de Dios y permanecen en su condición no salva, posponen y posponen su decisión indefinidamente, pensando que tienen en sus manos su vida, sus días, su tiempo y que la fecha que se propusieron es la mejor; sin embargo Dios puede actuar y destruirlos súbitamente, porque Su voluntad no es la de posponer, sino que dice en su Palabra: “...Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 4:7). “Porque dice: en tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2).
Cuando pienso en la gravedad de este pecado y en la gran multitud de quienes lo han cometido y ya han partido, siento un profundo dolor en mi corazón y no es para menos. Estoy convencido que la Biblia es terminante al respecto y sé perfectamente cuál es el paradero de aquellos que murieron así, posponiendo y posponiendo sin haber aceptado a Cristo.
Un ministro cuenta la siguiente experiencia: «Nunca - dice él - olvidaré ese lugar en donde una vez sirviera como pastor mientras predicaba un domingo por la mañana. Recuerdo que sentada enfrente de mí se encontraba una madre, una dulce madre, una de las mujeres más amorosas de nuestra iglesia junto con sus dos encantadoras hijas. Las dos jovencitas eran miembros de nuestra congregación, pero nunca había podido tocar el corazón de la madre, no había podido ganarla para Cristo. Era muy virtuosa, una buena mujer, una vecina muy amable, atendía los servicios de la iglesia con mayor regularidad que muchos de nuestros propios hermanos miembros de la iglesia, realmente su asistencia era mejor que la de ellos. Ese domingo por la mañana en particular, sentía una carga muy especial por ella y cuando presenté la invitación caminé en dirección hacia el lugar en donde estaba sentada, la tomé de la mano y le dije: ‘¿Vendrá usted esta mañana y le entregará su corazón a Cristo?’. Ella se quedó inmóvil, se estremeció y las lágrimas rodaron por sus mejillas, por un momento me miró y finalmente me dijo temblorosa: ‘Hermano pastor no, no en esta mañana, no ahora por favor’. Yo di media vuelta, regresé al púlpito y di por terminado el servicio.
Esa misma tarde como a las cinco en punto, ella se encontraba sentada en el frente de su casa con sus dos hijas. Tenían un jardín muy hermoso colmado de rosas. La dama le dijo a una de sus hijas: ‘Creo que voy afuera para cortar algunas de esas rosas tan hermosas para llevárselas al pastor así las podrá disfrutar toda la semana, se las pondré en el escritorio de su oficina’. Fue y tomó la tijera, bajó las pocas gradas que la separaban del sendero que conducía al jardín y súbitamente cayó muerta.
El martes por la mañana, yo estaba predicando en su funeral y mientras me encontraba en esa iglesia tan grande, la hija mayor de la dama se puso de pie, pensé que iba a ir al salón de estar de las señoras, pero en lugar de eso se encaminó hacia el altar en donde reposaba descubierto dentro del ataúd el cuerpo de su madre. Inclinada de rodillas puso sus manos sobre el ataúd y sosteniendo las manos heladas de su madre sollozó: ‘Mi madre, mi madrecita ahora estás en el infierno’.
Yo me encontraba en mitad del mensaje, pero no pude continuar y concluí el servicio. Todo el mundo en esa iglesia lloraba a gritos. Hermanos, yo no la pude ayudar, pero pienso ahora que si toda la congregación hubiera derramado lágrimas cuando yo le suplicaba que llegara hasta Cristo, como lloraban ese martes en su funeral habríamos podido ganarla para Cristo».
Pienso ahora, cuántas veces al hacer la invitación el pastor en una iglesia hay hermanos que ni siquiera inclinan sus rostros en una breve plegaria a Dios, intercediendo por aquellos pecadores que son duros como una roca. Cuán lejos estamos de la reverencia que el templo reclama, cuán lejos estamos del amor que debemos sentir hacia aquellos que todavía no son salvos. La mayoría de nosotros lloramos demasiado tarde, la mayoría oramos demasiado tarde, la mayoría de nosotros... en realidad sentimos la angustia y la pasión por los perdidos, demasiado tarde.
El mismo predicador cuenta: «En otra ocasión, cuatro personas iban a bordo de un automóvil, mientras yo predicaba en una emisora por la noche. Tres de ellos, dos varones y una joven, comenzaron a burlarse cuando mencioné el Espíritu Santo. La muchacha dijo en son de burla: ‘Oh, tengo miedo, estoy asustada, él está hablando de un espíritu’. La otra jovencita que sobrevivió al accidente contó: ‘Predicador, nos estrellamos contra el muro de concreto que nos separaba del río Tennessee, tres de ellos murieron instantáneamente’. No se trataba de jóvenes que no conocían la Palabra de Dios, se trataba de personas que conocían el evangelio y se complacían en el mundo. El pecado los tenía atrapados y Dios retrajo su mano de gracia para que murieran sin ser salvos».
Ningún pecador que acostumbra posponer la salvación de su alma sabe cuál es el minuto final que le llevará a traspasar ese límite, esa línea divisoria que Dios impone a los hombres. El Señor es muy terminante en cuanto al asunto de Su soberanía, Él es quien determina hasta cuándo el pecador puede ser salvo. Ciertamente es mientras viva, pero qué de estas muertes que podríamos considerar prematuras, inesperadas, de jóvenes y de personas adultas en plena flor de la vida, generalmente habiendo escuchado más de una vez la Palabra de Dios. El Señor dice: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre...” (Gn. 6:3a).
¿Hasta cuándo piensa usted que Dios tiene que “esperarle”? ¿Cuántas veces escuchó usted su Palabra? ¿Cree que no corre ningún peligro posponiendo su salvación? ¿Cree que Dios tiene la obligación de esperar hasta que usted satisfaga todos sus apetitos pecaminosos o cumpla con todos sus deseos de la carne? Cuando Dios dice: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre”, la palabra «contender», quiere decir «pelear, lidiar, batallar, disputar, debatir, altercar». Dios dice que si le invita, le ruega, le llama y le muestra tantas evidencias de su amor, pero usted se niega a corresponderle, su actitud no debe ser tomada como algo que tendrá a su alcance indefinidamente, ya que tal vez cuando usted quiera, “Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino...” (Pr. 1:28, 31a).
Ahora permítame contarle otro incidente más que prueba cuán cierto es esto, que cuando una persona pospone indefinidamente su salvación, luego pareciera que Dios le cierra el camino. Veamos Juan 12:36b-40: “Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos. Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane”.
Jesús acusa a estos incrédulos, ya que habían visto muchas señales de Él. ¿No ha sido usted testigo del poder y del amor de Dios? Piense en la vida de algún cristiano cuyo cambio ha comprobado, tal vez algún pariente cercano. Piense en las veces que Dios le salvó la vida milagrosamente, le libró de la muerte. Piense en el amor que le han demostrado otros cristianos, tal vez incluso parientes que le manifiestan aprecio genuino por ser hijos de Dios. Sólo Dios sabe en qué momento el pecador llegará al límite fijado por Él. Notemos cómo dice Juan: “Por esto no podían creer”. Esto significa que aun cuando estén en sus cuerpos, por haberles Dios puesto este tipo de límite, ellos simplemente no pueden creer.
Recuerdo haber escuchado a algunas personas decir: «Pastor, yo no puedo creer como cree usted». Ahora, me pregunto si ellos hablaban en este contexto o simplemente no tenían valor para depositar su confianza totalmente en las promesas divinas o no entendieron lo que significa fe o creer.
Esto es lo que relata otro predicador: «Mientras me encontraba dirigiendo una cruzada evangelística en Lyon, Carolina del Sur, la noche del domingo en que se inició el servicio, mientras predicaba en la iglesia bautista en la avenida Luke, noté que a mi izquierda se encontraban dos lindas jovencitas, me acerqué a ellas y les pregunté si deseaban entregarse al Señor. La mayor me respondió muy encantadora: ‘Predicador, esta es la primera noche de servicios, pero mi hermana y yo hemos resuelto que antes que concluyan los servicios vamos a ser salvas’. Yo le interrumpí, y les dije: ‘Esto es pecado de presunción, ustedes no tienen derecho alguno de decir esto; yo digo lo que declara la Biblia: ‘He aquí AHORA el tiempo aceptable; he aquí AHORA el día de salvación’, citando 2 Corintios 6:2b. Hoy es el día de salvación, no endurezcan sus corazones porque este es el momento que Dios les ofrece para ser salvas’. Bueno, las jovencitas no cedieron y abandonaron ese servicio sin haberse entregado al Señor, pero murieron antes de que finalizara esa misma noche. Resulta que toda la familia fue asesinada y su casa incendiada, los ladrones le prendieron fuego.
Nunca olvidaré cuando me detuve frente a los restos humeantes de la casa y observé a los hombres, a los bomberos mientras rescataban los restos calcinados de las que fueran pocas horas antes dos hermosas jovencitas y luego cuando me encontraba predicando en el funeral de esa iglesia frente a los ataúdes de toda la familia alineados uno lado a lado con el otro y entonces exclamé: ‘Oh, Dios mío, hice todo lo que pude para ganar a esas dos jovencitas para Cristo, pero no pude’».
La Biblia advierte “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá. 6:7, 8). Los que siembran para la carne son esos que viven la vida presente sin Cristo, mientras que los que siembran para el Espíritu, son quienes permiten que el Espíritu Santo los transforme.
Si nosotros los predicadores creyéramos estas verdades, tendríamos más cuidado y agotaríamos todos los esfuerzos cuando tenemos la oportunidad de hablarle a alguien de Cristo, a fin de que la persona no rechace el ofrecimiento que Dios le da. Si los cristianos en general creyeran realmente en estas verdades bíblicas, harían también mucho más por ganar almas para Cristo con más prontitud.
Otro predicador cuenta: «En otra ocasión le imploré a uno de los hombres más ricos de uno de los condados de Estados Unidos, para que le entregara su corazón a Cristo; era propietario de uno de los plantíos más grandes de duraznos de esa zona y un gran hombre de empresa. Había asistido a los diez servicios evangelísticos consecutivamente y me había enterado que cada noche depositaba cincuenta dólares en las ofrendas, esto para esa época era mucho dinero. La última noche me acerqué hasta donde estaba junto con su esposa, su hija de cuatro años y su hijito de nueve años de edad. Era una familia encantadora, le dije: ‘Jim, esta es la última noche del ciclo de conferencias, ¿no deseas entregarte ahora a Cristo Jesús? Me escuchaste predicar cada noche. Eres uno de los mejores ciudadanos de todo este condado, todo el mundo respeta tu habilidad en los negocios, pero estás perdido’.
Nunca olvidaré, su cabeza inclinada contra el respaldo del banco y las lágrimas que brotaban de sus ojos, finalmente se enderezó y me dijo: ‘No predicador, esta noche no’. El jueves por la mañana mi teléfono comenzó a sonar, era la esposa de Jim quien me dijo: ‘Predicador, Jim se despertó como a medianoche y estaba gravemente enfermo, y antes de que pudiera llamar a una ambulancia era ya cadáver. ¿Podría por favor venir el viernes y predicar en su funeral?’ Cuando llegué allí eran las dos de la tarde, no puedo olvidar a ese pequeño niño de nueve años de edad que bajó corriendo las gradas de su suntuosa casa colonial para recibirme y tras rodearme el cuello con sus pequeños bracitos y mirándome a los ojos, preguntó: ‘Predicador, mi adorado papá está en el infierno, ¿verdad? ¿No es cierto que mi papá está ya en el infierno, verdad que si el domingo por la noche le hubiera entregado su corazón a Cristo no estaría en el infierno, verdad pastor?’ Yo sólo lo estreché contra mi corazón y no le respondí nada. ¡Qué podía decirle! ¡Acaso podría decirle: sí, sí, sí, tu papá está en el infierno, hijo mío!».
Y ahora quisiera compartir la experiencia que hace muchos años relató un predicador de apellido Robert, quien cuenta que una noche mientras predicaba, el hombre más rico de todo el condado llegó allí para escucharle. El pastor Robert había ido varias veces a su oficina y le había hablado de su alma rogándole que recibiera a Cristo como su Salvador, pero nunca había podido alcanzarlo, estaba tan ocupado haciendo dinero, aunque tenía tanto, que él, su esposa y su hija no alcanzarían jamás a gastarlo todo.
El pastor Robert dice: «Esa noche él vino a oírme predicar y yo lo hacía con todo mi corazón bajo la unción del Espíritu Santo. Oh, ¡Dios estaba conmigo! Cuando presenté la invitación vi las lágrimas rodando por el rostro de ese hombre y fui hasta donde se encontraba y le dije: ‘John, ¿desearías caminar conmigo hasta el altar y hacer allí una confesión pública de Cristo, te entregarás a Él ahora mismo? Dale tu corazón a Él’. El hombre respondió: ‘No esta noche, tengo un asunto que debo liquidar esta semana, y si le entrego hoy mi corazón a Cristo no podré hacerlo’. El pastor Robert entonces le dijo: ‘John, tienes más dinero del que puedes gastar, entrégale tu corazón a Cristo, John por favor’. Pero John se negó a hacerlo.
El pastor Robert se encontraba en su casa y eran como las cuatro de la mañana cuando sonó su teléfono, era la esposa de John quien llamaba: ‘Hermano Robert venga pronto, tan rápido como usted pueda que a John le ha ocurrido algo, se despertó hace como una hora, llamó a un médico, pero el médico estaba atendiendo un caso de maternidad, no podemos localizarlo, venga hermano, venga hermano Robert por favor, pronto, cuanto antes, yo creo que John se está muriendo’.
El hermano Robert se puso apresuradamente sus ropas, se abrigó y saltó a su automóvil y recorrió esos dieciocho kilómetros que lo separaban de este hombre; al llegar allí pudo oír sus gritos, en el silencio de esa mañana: ‘¡No dejen que me atrape, no dejen que me atrape!’, gritaba John. ¡Qué cuadro era aquel! La esposa lo sujetaba por un brazo a un lado de la cama y su hija de dieciséis años de edad al otro lado le sujetaba el otro brazo. El pastor Robert se acercó a la cama diciéndole: ‘John nadie te persigue, cálmate, no temas nadie te persigue’, pero él con los ojos desorbitados decía: ‘Hermano Robert, ¿no lo ve?, ya está llegando. ¿No ve usted al diablo que viene? Está arrastrando una cadena. ¿No lo ve usted?, ya llegó y está parado junto a la puerta, por favor no deje que me atrape... ¿No lo ve entrar?’.
Luego este hombre siguió gritando: ‘Ya está al pie de mi cama, está sujetándome por los tobillos con su cadena; ahora está encadenándome el cuerpo’. El hermano Robert cuenta que este era uno de los cuadros más horribles que ha visto en toda su vida. El hombre gemía, se retorcía y sollozaba: ‘Me está sujetando hermano Robert, me está sujetando, no deje que lo haga, por favor no deje que lo haga’. Finalmente pronunció sus últimas palabras que fueron: ‘Ya me atrapó’, entonces se relajó y murió.
Cuenta este mismo hermano, ‘Que durante toda esa horrible experiencia sus cabellos estaban de punta como clavos y muchos de ellos se desprendieron de su cabeza literalmente pegándose a la pared y en la cabecera pulida de la cama donde se apoyara con desesperación tratando de escapar del diablo, el hombre estaba perdido. No tuvo tiempo para posponer su negocio y dejar a un lado su dinero, pero esa noche había partido al infierno’».
Cuántos hombres y mujeres parten a la misma eternidad y de la misma manera sin tener tiempo para corregir su grave pecado de posponer o rechazar la salvación que el Señor les ofrece.
Si se encuentra en esta condición, yo le invito que ahora mismo haga las paces con Dios, mañana podría ser demasiado tarde, aun cuando suponga que, bueno, un día lo va a hacer, que antes de la muerte se va a rendir a Cristo. Cuídese, es pecado de presunción y la Biblia dice: “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones”. Allí donde está, dígale: «Señor, yo me rindo a ti, te acepto por Salvador».
Hace pocos días, mirando un canal cultural por televisión me asombró el siguiente cuadro que ilustra muy bien el drama del pecador que teniendo todas las oportunidades para volar al cielo, para ser salvo, es atrapado por el infierno. Se mostraba la vida de los bosques o Amazonías de Brasil, el tema era las serpientes de esa región: cómo viven, cómo se alimentan, cuán venenosas son, cuánto miden, etc.
En esa película podía verse a una gran serpiente moviéndose lentamente por los árboles, arrastrándose aparentemente hacia una dirección determinada. De pronto se veía un lindo pájaro parado sobre uno de los gajos, un loro grande con buenas alas para volar, pero a cierta distancia, tal parecía que la serpiente lo había hipnotizado, de modo que a pesar de verla, el pájaro no se molestó en volar. De repente, de un salto la serpiente lo atrapó y el pájaro comenzó a moverse, pero fue muy poco lo que pudo hacer porque la serpiente lo retuvo con su boca y lo rodeó con su cuerpo terminando por quebrar sus delicados huesos y en cosa de segundos con la cabeza hacia adelante se lo tragó con plumas y todo.
En ese momento pensé: La Biblia dice que Satanás es esa serpiente y el hombre es un ser con posibilidades de levantar vuelo y pasearse por las alturas de la santidad, de la paz espiritual; por las alturas del descanso para el alma, de la seguridad eterna; por las alturas del perdón, de la victoria, de la sobriedad, de la lealtad y de la vida eterna. En cambio el pecador prefiere mantenerse apostado en el gajo de su religión, prefiere mantenerse en el gajo de sus amistades mundanas, de los placeres, del qué dirán, de los vicios, del desenfreno sexual, etc.
Allí está el pecador en el plumaje de su vigor, de su juventud, de su madurez, de sus logros intelectuales y materiales; en el plumaje de su fama, admirado por sus logros, su salud, mientras Satanás cual serpiente tiene marcado su objetivo, por eso cuando rechaza la última oportunidad de levantar vuelo a los brazos del Señor aceptándole por Salvador, el diablo tiene las puertas abiertas y arrastra la cadena de la muerte para atrapar a su víctima. El pecador sin Cristo muere atrapado con todo lo que es por el mismo infierno, debido a su negligencia, a su pecado al posponer su salvación.
Hay un himno que solemos cantar en nuestras iglesias que dice:
«¿Te sientes casi resuelto ya?
¿Te falta poco para creer?
Pues por qué dices a Jesucristo:
Hoy no, mañana te seguiré.
¿Te sientes casi resuelto ya?
Pues vence el casi y a Jesucristo ven.
Pues hoy es tiempo, pero mañana bastante tarde pudiera ser.
El casi nunca te servirá en la presencia del justo Juez.
¡Ay del que muere casi creyendo, completamente perdido está!».
¿Recuerda la entrevista entre Pablo y el rey Agripa? Pablo le dijo: “¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano. Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hch. 26:27-29). No hay evidencia bíblica de que Agripa alguna vez se haya reconciliado con Dios, porque seguramente despreció esa oportunidad.
Cuando un hombre o una mujer rechazan a Cristo, su corazón se entristece y la muerte generalmente se acerca: “Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios. Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre. Él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico” (Lc. 18:18-23). Lo que Jesús le dijo, era que le faltaba una cosa, pero... ¿Qué cosa?: La salvación de su alma. Como Jesús sabía que el impedimento eran sus riquezas le dijo que las vendiera, le aceptara por Salvador y dedicara su vida en la predicación del evangelio. El Señor le ofreció un plan completo para su vida, pero esto no era lo que él en su condición de perdido aunque muy religioso y de muy buena conducta, deseaba.
En los versículos 15 al 17 del capítulo 12 de la carta a los Hebreos, éstas son las palabras que leemos: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”. ¿Qué le parece? ¡Cuán triste es que alguien con lágrimas procure el arrepentimiento, pero ya sea demasiado tarde!
Pero también hay otro repudio colectivo de la gente hacia la Biblia. Asimismo hay un momento determinado, cuando Dios rechazará colectivamente a todos aquellos que en su tiempo descuidaron y no quisieron aceptar a Jesucristo por Salvador: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts. 2:11, 12). Tenga mucho cuidado con rechazar o posponer la gracia divina.
Por último el pecado del creyente. La tercera limitación que Dios impone al hombre tiene que ver ya con el cristiano.
Muchos mueren inesperadamente porque Dios dice: «Hasta aquí, mi hijo o mi hija y no más. Eres un malcriado y por lo tanto ven a casa». Veamos algunos ejemplos bíblicos. El caso de Ananías y Safira en Hechos 5 es muy ilustrativo, ya que ellos formaban parte de la iglesia en sus orígenes. Habían vendido una propiedad para entregarle el producto a la iglesia, pero tuvieron la tentación de quedarse con una parte del dinero recaudado a lo cual tenían derecho. Al entregar los bienes le dijeron a los apóstoles que eso era todo lo recaudado. Esa mentira que creían que pasaría sin que nadie la detectara fue descubierta por el “detector de mentiras” que nunca falla, el Espíritu Santo. Lo que pasó allí es que ambos murieron el mismo día. Pedro dijo: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró... Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?... Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró...” (Hch. 5:3-10).
Otro ejemplo muy ilustrativo es el caso de Simón el mago registrado así en el capítulo 8 del libro de los Hechos: “Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí” (Hch. 8:17-24).
No olvidemos que Simón no era un incrédulo, ya que dice: “También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito” (Hch. 8:13). ¿Cuál fue entonces el pecado de Simón? El querer comprar por dinero el don del Espíritu Santo. ¿Qué quiso decir Pedro con “tu dinero perezca contigo”? Simplemente que Simón perecería en breve y su dinero con él debido a este pecado. ¿Qué quiso decir Pedro con “no tienes tú parte ni suerte en este asunto”? El asunto, sin duda no era la vida eterna, porque él ya había creído y era salvo, sino que no tendría parte en la predicación del evangelio por su debilidad expresada anteriormente y que la muerte estaba ya acechándole.
De las palabras de Pedro, Simón entendió perfectamente que moriría prematuramente, pero deseaba vivir muchos años más. Cuando Pedro le dijo: “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón”, ¿a qué pecado en particular se refiere? Sin duda al pretender pagar con dinero para obtener un poder que Dios sólo otorga a quien él quiere. La expresión “quizá te sea perdonado” indica claramente que Pedro no estaba seguro si Dios le daría muerte a Simón el mago enseguida tal como se lo dijo, o si todavía le daría otra oportunidad y sobreviviría a esa catástrofe. Notemos que cuando Simón escuchó las palabras de Pedro pidió que le ayudaran a orar, pero en ningún lugar pidió por la salvación, sino que replicó: “Que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí”, es decir, la muerte repentina.
El tercer caso es el de 1 Juan 5:16 y 17: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte”.
Para entender mejor esta declaración debemos traer a luz otro ejemplo bíblico de la forma cómo Dios actúa en estos casos y cómo Pablo se condujo en Corinto. Leemos: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Co. 5:4, 5). Pablo dice que cuando se comete el pecado de muerte (física), no hay que orar para que el enfermo se sane. Es decir, hay hermanos que tal vez tienen una enfermedad que los llevará a la muerte y entonces no hay que orar para que se sanen, porque ellos han obligado a Dios a limitar su vida en este punto.
Pablo le dice a los corintios que aquel pervertido sexual, salvo sin lugar a dudas por la fe en Cristo, pero con un testimonio pésimo, debía ser entregado a Satanás para destrucción de la carne. Esta expresión se refiere simplemente a la muerte física, porque nada destruye la carne (al cuerpo), como la muerte. Satanás sabe convencernos para que pequemos y nos hace pensar que nada o nadie lo sabrá jamás y que viviremos hasta ser muy ancianos, siempre vigorosos y activos.
Un predicador cuenta la siguiente historia: «Cuando estaba en Millstone en Carolina del Sur dirigiendo una cruzada evangelística, el presidente de una compañía llegó para oírme predicar. Esa noche pronunciaba el mismo sermón sobre el pecado que no tiene perdón. Ya en el camino a casa, este hombre le dijo a su esposa: ‘Querida, cuando lleguemos a casa, quiero que revisemos juntos toda mi póliza de seguro. Cuando salí del templo esta noche, Dios firmó mi sentencia de muerte’. Es fácil imaginar la sorpresa de la esposa - ‘¡Oh, John no estás hablando en serio!’ - le dijo. ‘Estás emocionado por todo lo escuchado y por eso piensas así’ - ‘No’ - le respondió él - ‘No estoy emocionado, Dios me habló en mi corazón y me dijo que avanzara hasta la plataforma, porque tú sabes querida que durante los últimos cinco años he estado viajando cada fin de semana a Nueva York y a Chicago y tú pensabas que iba en viaje de negocios, pero lo que ignoras es que mi secretaria iba en un avión y yo en otro, hemos estado viviendo juntos todos los fines de semana. Hoy Dios me habló y yo lo supe en mi corazón, me dijo: ‘Tienes que dejarlo todo’, pero me negué, porque me abstuve de caminar hacia el altar y confesar mi pecado al Señor abandonándolo. Fue entonces cuando él firmó mi sentencia de muerte’. Tal como dijo este hombre, revisó su seguro junto con su esposa y al día siguiente amaneció muerto».
Antes de finalizar debemos plantear algunas interrogantes para que pueda hacerse un examen a fondo:
• ¿Oculta usted algún pecado siendo cristiano?
• ¿Pretende manejar por su cuenta el dinero que corresponde al Señor?
• ¿Salen de sus labios palabras obscenas, que sirven de obstáculo a los demás?
• ¿Es adúltero o fornicario y no se ha arrepentido ni abandonado su pecado?
La Biblia dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr. 28:13, 14).
¿Cómo anda usted con sus compromisos con la iglesia? Si ha aceptado algún cargo, Dios espera que cumpla con su deber. Piense también en su vida de santidad, la Biblia dice que la santidad personal no es requisito opcional, sino obligatorio: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).
Recuerdo a un muchacho joven que había sido miembro de mi iglesia, ¡qué muchacho atleta; todo lo que uno quería! Jugaba al fútbol, al fútbol soccer y al americano y era de todo, corredor y ganador. Pero un día dejó de asistir a la iglesia, se alejó, comenzó a beber, a meterse en drogas, dejó los estudios, perdió muchas de sus habilidades para correr y para jugar y se vinculó con amistades muy dudosas. Yo le visité, le invité y un día me enteré que un tren le había atropellado, había muerto, se le había abierto la cabeza y los sesos quedaron tirados por la vía del ferrocarril.
Algunas semanas antes de eso, su madre, a quien siempre llevaba en mi automóvil a la iglesia, me dijo: «Pastor, quisiera y estoy orando que si es la voluntad del Señor, que llame a mi hijo a su presencia, porque no sé qué puede pasar con él». Dios escuchó esa oración. Probablemente el problema radica en definir correctamente el pecado.
• El hombre lo llama accidente, Dios lo llama abominación
• El hombre lo llama imprudencia, Dios ceguera
• El hombre lo llama defecto, Dios enfermedad
• El hombre lo llama casualidad, Dios opción
• El hombre lo llama error, Dios malicia
• El hombre lo llama fascinación, Dios fatalidad
• El hombre lo llama flaqueza, Dios iniquidad
• El hombre lo llama lujo, Dios lepra
• El hombre lo llama libertad, Dios esclavitud
• El hombre lo llama trivialidad, Dios tragedia
• El hombre lo llama debilidad, Dios terquedad
Y pensar que Dios desea librar de sus pecados al más vil pecador: “Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Ro. 4:6-8).
Si usted quiere estar entre los bienaventurados, entre los dichosos y disfrutar del perdón divino, acepte a Cristo porque es el único Salvador. Sólo Él tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. Pero si ya es hijo de Dios, ¿cómo es su diario vivir? ¿Cómo están sus relaciones con sus familiares, compañeros de trabajo, con sus hermanos? Si Jesús llegara a su hogar a pasar uno o dos días, si llegase inesperadamente, ¿qué haría usted?
Sé que le daría la mejor de las habitaciones, a tal huésped de honor y que todos los alimentos que le serviría serían lo mejor de lo mejor, además constantemente le estaría diciendo cuán feliz se encontraba de tenerle allí, que atenderle en su hogar era un gozo más allá de toda comparación. Pero cuando le viera llegar, ¿saldría a recibirle a la puerta con los brazos abiertos en señal de bienvenida, o tal vez se cambiaría sus vestidos antes de permitirle que entrara? ¿Escondería algunas revistas y pondría su Biblia en un lugar visible para que el visitante pudiera verla? ¿Apagaría el receptor de radio esperando que Él no hubiese escuchado la música rock que acababa de escuchar y deseando no haber expresado en voz alta una última palabra de impaciencia? ¿Escondería su música mundana, sus discos y cassettes y pondría a la vista algunos libros de himnos? ¿Permitiría que Jesús entrase sin demora o correría de un lado a otro haciendo arreglos? Y me pregunto, si el Salvador permaneciera con usted por uno o dos días, ¿continuaría haciendo las mismas cosas que hace siempre? ¿Continuaría diciendo las cosas que siempre dice? ¿Continuaría su vida como hasta ahora día tras día? ¿Serían sus conversaciones familiares las mismas que sostiene actualmente? ¿Encontraría difícil expresar una oración de acción de gracias antes de cada comida? ¿Cantaría las canciones que siempre canta y leería los libros que siempre lee? ¿Reaccionaría siempre como ahora, y permitiría que Él supiera las cosas con las cuales alimenta su mente y su espíritu? ¿Llevaría a Jesús con usted a todos los lugares donde había planeado ir o tal vez cambiaría sus planes por sólo un día o dos? ¿Estaría feliz de que Él conociera a sus amigos más íntimos o esperaría que ellos se mantuvieran alejados hasta que concluyera la visita? ¿Estaría feliz de que Él permaneciera con usted para siempre o suspiraría con gran alivio cuando finalmente se marchara?
Sería interesante saber las cosas que haría si Jesús llegase en persona para pasar algún tiempo con usted. Nada importa más que la obediencia al Señor, y Samuel le dijo esto a Saúl: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22).
Dios le impone sus limitaciones a los hombres porque sabe que son desobedientes. Hay quienes sabiendo del pecado imperdonable son capaces de abrir sus labios y blasfemar contra el Espíritu Santo. Otros, teniendo tantas y tantas oportunidades de escuchar el evangelio, permanecen indiferentes como diciéndole a Dios: «Espera un poco hasta que yo lo sienta», pero Samuel le dijo a Saúl que su deber era obedecer, así sintiera o no, porque esto de “sentir” nunca llega. Otros siendo salvos cobijan su pecado favorito pensando que como ya son salvos no corren ningún peligro. Sin embargo la desobediencia siempre implica peligro, no para el alma, sino para el cuerpo.
Un predicador escribió lo siguiente sobre el hábito de exceder la velocidad fijada en las carreteras de Estado Unidos:
• A 75 kilómetros por hora canta «Dios cuidará de ti».
• A 88 kilómetros por hora, «Guíame, oh Señor Omnipotente».
• A 120 kilómetros por hora, «Cerca, aún más cerca de ti».
• A 140 kilómetros por hora, «Este mundo no es mi hogar».
• A 150 kilómetros por hora, «Señor, yo vengo al hogar».
• Y a más de 160 kilómetros por hora, «Recuerdos preciosos».
¿Cuál es la canción que usted canta mientras transita por este mundo? Su paso es breve y pronto tendrá que enfrentarse con el Señor. Si a semejanza del conductor obediente, obedece al Señor, su canción siempre será: «Dios cuidará de mí», pero si le desobedece muy probablemente pronto se encontrará en el lugar de tormento, donde crujirá los dientes de angustia y de dolor por haber desaprovechado su precioso tiempo y haber despreciado con su desobediencia todas las oportunidades que Dios le dio.
Si no es salvo aún, acepte hoy a Cristo Jesús; si acostumbraba postergar esta decisión recuerde: HOY REALMENTE PODRÍA SER SU ÚLTIMA OPORTUNIDAD. Si ya es redimido, pero sabe que algún pecado le domina, hoy es el momento para confesar ese pecado en particular, abandonándolo y aceptando el perdón divino. El Señor no solamente quiere perdonarle, sino limpiarle y restaurarle para siempre. Dice en 1 Juan 1:6-9: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Queremos que abra los ojos. Si escuchó la Palabra de Dios una y otra vez, en un momento dado el Señor puede segar su vida porque habrá realmente despreciado la última oportunidad señalada por Él en su calendario para ser salvo. Porque no es usted quien decide cuándo, es el Señor quien también le dice cuándo, y ese cuándo es HOY, es AHORA: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Es muy peligroso endurecer el corazón, por eso si oye hoy la voz de Dios, si escucha que el Señor le llama, arrepiéntase y acójase al perdón que le ofrece, un perdón completo de sus pecados, completa restauración y vida eterna.