A la hora de la mudanza
- Categoría: Vida cristiana
A la hora de la mudanza
El dueño de la casa donde vivo, la cual he ocupado por varios años, me ha avisado que debo mudarme a la mayor brevedad, pues él no seguirá reparándola; por esta causa me lo avisa con tiempo, a fin de que me prepare para la mudanza.
Al principio, tal noticia nada tuvo de halagüeña para mí; pues sus alrededores son muy placenteros, y a no ser por la evidencia de su continuo deterioro, no la cambiaría ni por un palacio. ¡Pobre casa vieja! Cualquier brisita la hace tambalear, y el día menos pensado se derrumbará. Sus cimientos están muy débiles, las ventanas viejas y sucias, y ya casi está sin techo. Este pensamiento continuo me amedrentaba: ¡Mudarme de mi vieja casa! No sabía cómo hacerlo, por más que estaba convencido de que tarde o temprano, no quedaría otro remedio. Como la mayoría de mis vecinos nunca hablaba de mi inevitable mudanza, no obstante era la mayor preocupación de mi vida.
Un día, absorto con este horrible pensamiento, oí hablar de una magnífica mansión preparada de antemano por un excelente Amigo para personas con la misma necesidad que yo tenía. Recobrando aliento con tan hermosa esperanza, empecé a consultar mapas y documentos con el propósito de conocer la verdad acerca de tan rica mansión y sus moradores. Para colmo de dicha, leí las palabras de uno que había visitado personalmente tal lugar, asegurando que ningún lenguaje humano podía describir lo que vio y oyó en su corta estadía en aquellos maravillosos parajes. Con tal entusiasmo escribió de aquellas encantadoras tierras que me hizo concebir la idea de ser uno de sus habitantes, y para mayor alegría me dio la idea de cómo podría lograrlo. Me dijo que para adquirir una posesión en dicho lugar, sufrió la pérdida de todo cuanto tenía.
Por más de dos veces he estado en la ribera del cristalino río que sirve de límites al encantador país de mis dorados ensueños, y desde ese punto he vislumbrado sus bellos paisajes, los cuales han henchido de tal manera mi corazón que he sentido el deseo vehemente de unirme al grupo de los bienaventurados que entonan dulces alabanzas, en loor al Rey de tan maravilloso lugar.
Muchos de mis amigos antes de trasladarse allá, me han recordado mi partida que no debe estar muy lejana, y al despedirme he contemplado lleno de admiración una dulce sonrisa dibujada en sus labios al instante de partir. Todo eso me hizo buscar con insistencia la oportunidad de adquirir una propiedad allí. Con gran asombro me he enterado que su Rey, quien es mi mejor amigo, tiene preparada para mí una linda casa, cuyo precio era solamente llenar una solicitud.
Fácil es comprender cuánta fue mi alegría ante tan codiciable oferta, tanto más, cuando sólo fue posible mediante el sacrificio de mi buen Amigo, quien derramó su sangre abriéndome así la entrada a sus ricos dominios. "... Por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (He. 9:12b). Me avergüenza las veces que he pecado contra él, no obstante, he aquí su amor por mí haciendome esta maravillosa oferta. He aceptado su sacrificio en lo más profundo de mi corazón y estoy preparándome para LA HORA DE LA MUDANZA.
Ahora quiero recordarle, estimado vecino, que muy pronto, como yo, usted también tendrá la necesidad de mudarse de la casa que ocupa en la actualidad, pero quiero repetirle que la oferta que acabo de aceptar está todavía disponible para todo aquel que desee aprovecharla sin nada más que hacer, excepto llenar los formularios. Deseo advertirle de una manera especial, que este Rey, un día cancelará esta oferta y por tanto dice: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2 Co. 6:2b). Ahora es el momento propicio, mañana será muy tarde. La muerte no siempre avisa su llegada.
Querido vecino, hay algo más que deseo comunicarle. Hay una palabra que usamos casi cada día, es la palabra Muerte. Pocas personas saben que su significado es "separación". ¿Sabía usted que la Biblia habla hasta de tres muertes? La primera se llama muerte espiritual. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, cuando desobedecieron a Dios allá en el Huerto de Edén, sabían que el día que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, ese mismo día morirían. Y ese mismo día Dios se separó de ellos y en este sentido murieron. Físicamente continuaron viviendo aunque fueron expulsados del Huerto y todas las cosas cambiaron para ellos. Ahora Eva sufriría dolores de parto y en general sería discriminada y maltratada por el hombre. En cuanto a Adán, el varón, se le dijo que su trabajo en el campo no rendiría como antes, sino que tendría que luchar con las malezas, las plagas de todo tipo, el clima adverso, tanto que en muchas ocasiones sus cosechas se echarían a perder, etc. ¡Eso mismo ocurrió y ocurre hasta el día de hoy!
la muerte espiritual le siguió otra muerte, es la que conocemos muy bien todos, la muerte física. Es cuando el alma se separa del cuerpo y el cuerpo se queda sin vida. ¿Ha visto alguna vez un cadáver? ¿Qué le ocurrió a esa persona que apenas hace días, horas o tal vez minutos, hablaba, reía y hacía planes, que estaba llena de vida? Simplemente se mudó de una habitación temporal a la eternidad. Pero... ¿A dónde se fue? Se fue al lugar que esa misma persona escogió mientras estaba en su cuerpo. Y usted estimado vecino, me dirá: "Pero... no le entiendo". Sí, comprendo, es probable que le hayan dicho que cuando uno muere, el alma se va a un lugar llamado "purgatorio" para purgar sus pecados y que luego, si los familiares y amigos pagan muchas misas, pasará del purgatorio al cielo. Pero usted, mi estimado vecino, está engañado, ¡porque no hay ningún purgatorio! ¡Todos los que ya abandonaron el cuerpo, se apartaron, murieron, están en el infierno o en el cielo! Sobre esos que mueren sin ser salvos, la Biblia dice: "Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (He. 9:27).
Note, mi estimado vecino, si se atreve a dejar su vivienda actual sin estar seguro de su nueva morada, es mejor que no le crea a cualquiera que le diga que más allá le espera algo así como... la antesala del cielo. La Biblia, la única autoridad en este asunto, NO MENCIONA EL PURGATORIO. Si este es su caso, usted tiene un boleto falso. Su religión tal vez le aseguró que todo el asunto estaba arreglado, pero resulta que Dios no dejó esto en manos de ninguna religión ni religioso. Él mismo toma el control del hombre y la mujer en la hora de su... mudanza, pero si usted es salvo por la fe en Cristo no tema ni por un minuto. No importa cuan confortable o grata sea su estadía en su "tabernáculo" presente, lo que Dios le tiene preparado es muchísimo mejor. Pablo, el apóstol, lo puso así: "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos" (2 Co. 5:1).
El cristiano sabe, porque simplemente cree en las promesas divinas y no en las enseñanzas de una religión. Estimado vecino, usted puede estar seguro antes del día de su mudanza, que le esperan mansiones jamás soñadas. Y sepa también que la gran mayoría de los que se mudan, van en otra dirección, a otro lugar en donde se encuentran gritando, sufriendo, lamentándose, suplicando y crujiendo sus dientes de dolor y angustia.
Hace muchos años Jesús mismo relató el triste caso de un individuo que cuando se mudó de cuerpo a la eternidad, como no hizo los arreglos necesarios para asegurarse que su próxima vivienda y la misma eternidad sería muchísimo mejor que la presente, fue a parar en un lugar tan horrible, que uno siente miedo con sólo leer las palabras de Jesús. El Señor no dice que el hombre no era religioso, o que no creía en Dios ni concurría al templo. No habló de eso porque todos los religiosos lo hacen. Ese hombre simplemente, no hizo los arreglos correspondientes con el dueño de aquellas mansiones: "... Murió también (el incrédulo, no salvo)... Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y... dando voces, dijo: ... estoy atormentado en esta llama" (Lc. 16: 22-24).
Como puede ver, mi estimado vecino, en la hora de la mudanza, lo que encuentra el que abandona su cuerpo, no es necesariamente lo que siempre creyó, sino lo que dice la Biblia que le espera a cada uno.
Sin embargo, todavía no hemos hablado de la tercera muerte, la tercera mudanza, porque Dios también dice que hay una tercera y última mudanza. Dios dice que un día todos los muertos resucitarán y que todos aquellos que no fueron salvos mientras estaban en el cuerpo, tendrán que comparecer a una cita con él y allí públicamente serán condenados para siempre. Esta separación entre el pecador ya resucitado y el mismo Dios, se llama muerte eterna. Éstas son las tres muertes... o las tres mudanzas. Las dos primeras son inevitables. Todos, excepto los que son arrebatados en el rapto, tendremos que someternos a estas dos mudanzas. Pero la más peligrosa de todas, la que debemos evitar por todos los medios, es la tercera, ¡porque es eterna, de allí nadie vuelve ni habrá ya más cambio alguno! Así la describe la Biblia: "Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego" (Ap. 20:12-15).
Esta es una cita con Dios, inevitable y terrible. Allí no habrá clemencia, ni invitación para el arrepentimiento y ajuste de cuenta con Dios. El penitente se enfrentará solamente con sus obras, su incredulidad y un juez severo, ¡el mismo que hoy se ofrece como Salvador y abogado del pecador!
Todos los incrédulos llorarán y pedirán clemencia pero lo único que recibirán será a la mudanza obligatoria al lugar de tormento.
Hablando del cielo
El pastor Charles E. Fuller en una ocasión anunció que el siguiente domingo hablaría sobre el cielo. Durante esa semana recibió una hermosa carta de un anciano que estaba muy enfermo. Esto era lo que decía parte de la carta: «El próximo domingo usted va a hablar acerca del cielo. Estoy interesado en ese lugar porque hace más de 50 años que tengo el título de un pedacito de propiedad allí. No le compré, me lo regalaron sin tener que dar dinero y pagar un precio. El donante lo compró para mí al costo de un sacrificio tremendo. No lo tengo por simple especulación ya que el título no es transferible. Tampoco es un lote vacío.
Por más de medio siglo he estado enviando material, con el cual el grandioso Arquitecto y Constructor del universo ha estado edificando una morada para mí. Este hogar nunca necesitará ser remodelado ni reparado, sino que satisfará todas mis necesidades individuales, ya que nunca envejeceré.
Las termitas nunca podrán socavar sus cimientos porque descansan sobre la Roca de las Edades. El fuego no podrá destruirlo. Las inundaciones no podrán derribarlo. Sus puertas nunca tendrán necesidad de cerrojos ni pestillos, porque ninguna persona viciosa entrará jamás al territorio donde se levantará mi morada, la que ahora ya está casi completa y lista para que entre en ella y la habite en paz eternamente, sin temor de ser expulsado.
Hay un valle de profunda sombra entre el lugar en donde vivo en California y ese al cual viajaré en un breve período de tiempo. No puedo llegar a mi hogar, a esa ciudad de oro, sin pasar a través de este valle oscuro y de sombras. Pero no tengo miedo porque el mejor Amigo que haya tenido jamás cruzó ese mismo valle hace mucho, mucho tiempo y disipó todas sus tinieblas. Él ha permanecido a mi lado desde la primera vez que nos conocimos hace 55 años, y estoy asido a su promesa en forma impresa, de que nunca me abandonará o dejará solo. Estará conmigo mientras camine a través del valle de las sombras y no extraviaré mi camino porque él está conmigo.
Espero escuchar su sermón sobre el cielo el próximo domingo desde mi hogar en Los Ángeles, California, pero no estoy seguro si podré hacerlo. Mi boleto al cielo no tiene fecha marcada para la jornada, no hay cupón de regreso y tampoco me permiten equipaje. Sí, estoy listo para partir y tal vez no me encuentre aquí cuando usted hable el próximo domingo por la tarde, pero me encontraré con usted allá algún día».
Messenger of Peace
Ahora mismo, asegúrese que llegado el momento de su mudanza, usted estimado vecino, irá acompañado de los ángeles a la presencia de su Creador y Redentor. Para ello debe dar los siguientes pasos:
• Reconozca que es un pecador perdido.
• Arrepiéntase de todos sus pecados.
• Reconozca que el Señor Jesús sufrió y murió por usted en la cruz, y
• Reciba por la fe a Jesucristo como su Salvador per
Haga esto ahora mismo, porque una vez que llegue la carroza de la mudanza, no habrá tiempo para nada, tendrá que partir a la eternidad sin llevarse nada consigo.
Afuera le espera la carroza de su mudanza y pronto su cargamento será llevado a su destino final.
La muerte es inevitable, pero esto no debe preocuparnos, porque de todos modos, no podemos evitarla. La pregunta debe ser: ¿Qué me espera más allá de la muerte? Tratándose de la muerte de un cristiano, salvo por la fe en Cristo, es apenas "... partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Fil. l:23b). El profeta dijo: "Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo" (Is. 57:1). Por grata, cómoda y agradable que sea para nosotros la vida presente, la muerte nos conduce a un nivel de vida incomparablemente mejor. Pero... ¿Es esto para todos sin excepción? No, de ninguna manera, ya que unos mueren sin Cristo y estos pasan a un lugar llamado Hades o infierno, que es de tormento. Otros mueren siendo salvos y ellos son conducidos por los mensajeros de Dios, los ángeles, al cielo. La Biblia describe a uno de estos justos y dice: "...Murió... y fue llevado por los ágeles al seno de Abraham..." (Luc. 16:22). Si quiere ser salvo, reciba por la fe a Jesucristo, reconociendo que él obtuvo para usted completa victoria y salvación eterna.