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Gianna, la bebé que sobrevivió al aborto

Era una cálida mañana de abril, pero Tina temblaba cuando bajó del autobús en Los Angeles. No se sentía como si tuviera 17 años, sino como una niña pequeña, enferma de miedo. No deseaba tener un aborto, especialmente con lo avanzado de su embarazo, pero las personas en la clínica de abortos insistían diciendo: «No puedes criar a un bebé».

 

Tina empujó la puerta del hospital. Más allá de la sala de espera había dos habitaciones grandes con camas alineadas a un lado y al otro, pensó que eran como barracas. A un lado estaba el consultorio. Jóvenes adolescentes, cerca de 30 de ellas que llevaban puestas las batas del hospital que cubrían hasta las rodillas, llenaban el pasillo hablando animadamente la una con la otra.

«¡Tina!» El sonido de su propio nombre unos minutos después la sobresaltó. Una enfermera comenzó a guiarla hacia el pequeño consultorio. Las paredes estaban muy limpias, había un montón de instrumentos metálicos. Un hombre estaba ante un lavamanos de espaldas a ella, lavándose sus manos. Tina se subió sobre la mesa de examen y se acostó. Trataba de ver el rostro del doctor mientras él auscultaba y medía la redondez de su vientre, pero sus ojos nunca se encontraron con los de ella.

«Salino» - dijo, extendiendo su mano. Tina se estremeció con un espasmo cuando vio el largo de la aguja que la enfermera le estaba pasando. Cuando la aguja penetró en su vientre, una oleada de nausea la invadió y apretó el brazo de la enfermera tan fuertemente que sus uñas le rasgaron la carne. «¡Mi cuerpo está rechazando esto!» - pensaba con pánico. «¡Voy a vomitar!» Luchaba por quedarse quieta, por mantener la calma.

La inyección para asesinar al feto e iniciar la labor de parto había concluido. «Tome agua y camine» - le instruyó la enfermera. Al final del día, el pasillo estaba casi vacío y la mayoría de las camas en la habitación contigua estaban ocupadas. Tina fue la única paciente cuya inyección salina no había tenido efecto todavía. El doctor se había ido a casa.

Finalmente, ya para el atardecer, Tina se acostó. Debió dormitarse, pero algo la despertó en la noche. Tenía un dolor justo en la parte baja de la espalda, mientras sentía algo caliente y húmedo en medio de sus piernas. Pulsó el timbre para llamar a la enfermera, pero nadie llegó.

Algo diferente estaba ocurriendo ahora, Tina experimentaba una necesidad urgente de pujar, de expulsar esa sustancia desconocida. El profesional lo había llamado "tejido, tejido fetal". Los músculos en el abdomen de Tina se contraían en forma insistente y la enfermera no llegaba.

Extendiendo su mano pudo palpar la curva sólida y húmeda de un cráneo. «¡Es su cabeza!» - pensó, aterrada. Podía sentir los latidos de su corazón en los oídos. «¿Cómo puede un tejido tener cabeza?» - se preguntaba. En ese instante, un llanto débil y penetrante turbó el silencio de la habitación. Rodeada por un aposento colmado de mujeres que habían abortado fetos muertos, una niña estaba haciendo su triunfante e indignante entrada en el mundo.

Absorta en el confuso drama entre su mente y cuerpo, Tina estaba vagamente consciente de que las pacientes a su alrededor caminaban y gritaban por la enfermera, con sus propias manos ella estaba recibiendo una bebé arrugada que gritaba desaforadamente, con los ojos apretados, por los que brotaban lágrimas reales. ¡Un completo, un vociferante ultraje! Los diminutos hombros y brazos, no más largos que un lápiz, gesticulaban. Un cuerpo resbaladizo, pequeñas piernas, todo perfectamente formado. Ella se maravillaba. «Una niña pequeñita, una hija no más grande que una muñeca. ¡Es un bebé! ¡Lo que hice fue malo! Pero al mismo tiempo, tenía que hacerlo».

Alrededor de ellas, madre e hija, se había formado un completo pandemónium. La joven de 17 años estaba en el mundo sola, con su bebé. «Eres hermosa» - susurró, siguiendo con sus dedos el contorno de las pequeñas mejillas y sobando el cabello oscuro y enmarañado. La minúscula cavidad toráxica subía y bajaba por los sollozos quedos.

Ahora todo el personal de la clínica estaba despierto incluso hasta la enfermera de turno. Llegó corriendo, miró escandalizada al pequeño ser humano que era acunado en las manos de Tina y respiraba. «¡Oh, Dios mío» - exclamó. Las personas le hacían preguntas, pero ella parecía no escucharlas. Cortó el cordón umbilical, tomó un bacín plano, lo cubrió con un paño azul de los que hay en los hospitales y colocó a la niña en su interior. Su rostro de mujer de edad madura lucía aterrado y sus manos temblaban. Tomó a la niña y se la llevó.

Esta es la historia verdadera de cómo Gianna Jessen llegó a este mundo el 6 de abril de 1977. Tina lamentaba haberse practicado el aborto y quería criar a Gianna, pero el condado le quitó la niña y la puso en un hogar adoptivo. El aborto dejó a Gianna con parálisis cerebral y conforme crecía, fue necesario practicarle varias operaciones dolorosas y costosas en sus piernas. Su madre adoptiva trabajó incansablemente con Gianna, ejercitando sus piernas para que tuviera la fuerza para gatear. Más tarde tuvo que usar soportes de metal.

Mientras tanto, Tina oraba para que una familia cristiana adoptase a Gianna. La madre adoptiva de Gianna tenía una hija casada de nombre Diana, quien había entregado su vida a Cristo cuando era una joven madre. Cuando Diana vio a Gianna por primera vez, la niña estaba apoyada en medio de dos almohadas porque estaba demasiado débil para sentarse sola. Diana de inmediato se enamoró de la bebé. Ella y su esposo iniciaron los trámites de adopción, y cuando los llamaron para entregarles su nueva hija de tres años y medio, Gianna caminó por primera vez, directo hacia los brazos de ellos.

Desde entonces Gianna fue una niña pequeña, frágil y rubia, que le encantaba cantar. Cantaba en la ducha usando una barra de jabón como micrófono. Cuando tenía cuatro años cantaba enfrente de toda la iglesia. Sus ojos brillaban y no experimentaba ni ápice de timidez. Gianna creció soñando con el día cuando pudiera cantar en otros lugares, cada noche. Cuando era una adolescente su sueño se hizo realidad. Las iglesias y los grupos en favor de la vida alrededor del mundo, se enteraron de la niña que había sobrevivido a un aborto provocado por su madre. La invitaron para que hablara y cantara en tantos lugares, ¡que no pudo aceptar todas las invitaciones! Diana le daba clases en la casa mientras viajaba alrededor del país.

A todos los lugares donde va, Gianna dice: «Estoy feliz de estar viva. El doctor trató de matarme, pero Dios tenía un plan para mí y guardó mi vida. He perdonado a mi madre, era joven, no sabía lo que estaba haciendo».

Cuando otras mujeres que también han tenido abortos, escuchan a Gianna hablar, a menudo las hace llorar. Se le acercan y le dicen: «Si tú perdonaste a tu madre, tal vez mi bebé también me perdone». Gianna les asegura: «Si admiten que lo que hicieron fue malo, Dios también las perdonará. La Biblia lo promete».

Tú puedes recibir el perdón de Dios, simplemente si sigues estos pasos:

• Si tú misma eres una madre que ha cometido el pecado del feticidio, es decir, que hiciste un aborto y ahora te sientes culpable, porque reconoces que mataste a una criatura inocente, puedes obtener completo perdón de Dios. La Biblia dice: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (l Jn. 1:9).

En primer lugar, reconoce que eres culpable delante de Dios. En segundo lugar, confiésale este mismo pecado, pero no a un sacerdote ni a ningún reverendo o religioso, porque fuera de Dios mismo nadie puede perdonar nuestros pecados. Confiesa este pecado a Cristo Jesús, él es el verdadero Dios.

Acepta su perdón, no porque te sientas perdonada, sino porque él mismo afirma que te perdona y te limpia "de todo pecado".

Al dar este paso de arrepentimiento, recibe a Jesucristo como tu salvador personal, y al hacerlo, en ese mismo instante él te unirá a su amada iglesia. Entonces, podrás estar segura de que algún día verás a tu criatura abortada, así sea niña o varón. Juntos disfrutarán de eterno gozo y paz.

• Busca luego una iglesia donde se predica y se enseña la Biblia. Habla con el pastor. En una iglesia bíblica no hay "pastora", siempre es varón el que desempeña el pastorado. En una iglesia fiel a la Biblia, encontrarás amistades que te ayudarán, especialmente recibirás el alimento espiritual que tanto necesitas.

• Lee la Biblia cada día. ¿La tiene? Si no la tienes, procura encontrar una, pero ten cuidado aquí también, porque hay muchas Biblias mutiladas, agregadas o disminuidas. La lectura de la Biblia te permitirá escuchar lo que Dios tiene que decirte. También tú dirás con el salmista: "Sumamente pura es tu palabra, y la ama tu siervo" (Sal. 119:140). También dice: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Sal. 119:105). Note que no dice la iglesia es lámpara, o que la tradición de la iglesia o tal o cual religión sea lámpara. La verdadera lámpara del cristiano para el diario vivir, es la Biblia, la Palabra inspirada por el Espíritu Santo.

• Dedica el tiempo que puedas para ayudar a tantas otras jovencitas a no caer en tan serio problema y grave pecado. El Señor podrá usarte. Nunca se te ocurra que tal vez él no te perdonó. La Biblia también dice:

"Y a vosotros (habla a los que recibieron a Jesucristo), estando muertos en pecados... os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados" (Col. 2:13).

¡Qué bueno que ahora puedes comenzar una página limpia. Todo tu pasado ha sido perdonado y el Señor nunca te traerá en cara tu pecado, por grave que éste haya sido, porque Jesucristo murió por todos nuestros pecados.

No se impongas penitencia ni nada parecido. No tienes por qué sufrir por tus pecados, porque el Señor sufrió en tu lugar. ¡Recibe ahora mismo su gracia salvadora! Dile más o menos así: «Señor Jesús, yo pequé contra ti. Estoy sinceramente arrepentida de haber asesinado a mi propia criatura. Ahora me doy cuenta de la gravedad de mi pecado. Pido que me perdones y me limpies de todos mis pecados. Yo te recibo por la fe como mi personal Salvador. Te agradezco por haberme amado tanto. Amen».

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