Injusticia entre los hermanos
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Injusticia entre los hermanos
Los puritanos de Nueva Inglaterra eran grandes hombres y mujeres de Dios, pero tenían puntos ciegos cuando se trataba de aceptar a compañeros cristianos cuya doctrina era diferente a la suya. En el año 1651 tres bautistas, Obadiah Holmes, John Clarke, y John Crandall, caminaron ciento veintinueve kilómetros para visitar a William Witter, un amigo anciano. En la casa de Witter los cuatro hombres celebraron un servicio de adoración juntos. En medio de la reunión, irrumpieron el jefe militar y sus delegados, arrestaron a los tres visitantes y los escoltaron hasta la cárcel de Boston. Fueron acusados de celebrar un servicio privado religioso y de volver a bautizar a personas que habían sido bautizadas cuando niños.
Después de diez días los tres fueron llevados a juicio. El perseguidor fue nada más y nada menos que John Cotton, el ministro puritano líder en Boston. Los responsables fueron sentados en el banquillo de los acusados y escucharon a Cotton en su celo mal entendido declarar que ellos eran asesinos de las almas ya que negaban el poder salvador del bautismo de los infantes. Cotton entonces afirmó que este delito demandaba la pena de muerte, como con cualquier otro asesino.
El juez gobernador John Endecott, estuvo de acuerdo en que los tres debían ser condenados a muerte. Sin embargo, también los retó a que debatieran sus puntos de vista bautistas con ministros puritanos. Ellos fueron entonces llevados de regreso a la cárcel, John Clarke le escribió de inmediato al gobernador de Endecott y se ofreció a tener un debate con cualquier ministro puritano. Por un rato tal parecía que Cotton entablaría una polémica con él, pero terminó por no aceptar.
Finalmente, a pesar que el gobernador sentía que los tres merecían morir, estuvo de acuerdo en dejarlos en libertad luego de pagar una multa. Sin embargo, declaró que si no pagaban y salían de inmediato de Massachusetts, serían azotados. Amigos de los tres recaudaron el dinero para cancelar sus multas. John Crandall fue dejado en libertad sin tener que pagar, pero Clarke y Holmes continuaron negándose a que otros lo hicieran por ellos, porque consideraban que esto sería admitir su culpabilidad. Cuando Clarke era conducido hacia el poste donde sería azotado, un amigo le pasó dinero a un oficial para cancelar las multas. Clarke entonces fue dejado en libertad, pero Holmes continuó negándose a permitir que nadie costeara su fianza. Holmes entonces fue despojado de su ropa hasta la cintura y le dieron treinta latigazos.
Inmediatamente después de los azotes, dos bautistas John Hazel y John Spur, estrecharon la mano de Holmes tratando de ofrecerle un poco de consuelo. Por su gesto bondadoso, tanto Hazel como Spur fueron arrestados. John Spur fue sentenciado con una multa de cuarenta chelines o recibir azotes. Aunque no aceptó el ofrecimiento de un amigo que quería pagar, la corte recibió el dinero de todas maneras y dejó en libertad a Spur.
El juicio de John Hazel fue celebrado el día siguiente. Hazel era un hombre frágil y anciano, y le preguntaron si estaba de acuerdo con las acciones de Obadiah Holmes de celebrar un servicio religioso privado en el hogar. Él respondió que no tendría nada que objetar respecto a las acciones de otros y exigió que le dijeran qué había hecho de malo. No sabiendo que responder, el gobernador Endecott lo hizo a regresar a la cárcel por la noche.
El día siguiente, el 7 de septiembre de 1651, cuando John Hazel retornó a la corte, el gobernador anunció su sentencia: una multa de cuarenta chelines o ser azotado. Una vez más el hombre exigió saber qué ley había quebrantado. Le dijeron que su crimen había sido consolar a un criminal. A lo que respondió que había consolado a Holmes después de ser azotado y como ya había satisfecho la ley, en ese momento ya no era un criminal. Pese a todo se le dijo que debía regresar a la cárcel hasta que, ó pagara la multa o fuera azotado, no obstante el número de latigazos se redujo a diez debido a su edad.
Hazel continuó rehusándose a pagar la multa, y día tras día era amenazado con ser castigado “mañana”. Finalmente, debido a su negativa y como la corte no deseaba pasar por la vergüenza de azotar a un hombre anciano y frágil, fue dejado en libertad, pero murió unos días después.
Reflexión
¿Alguna vez ha sido víctima de grandes injusticias en manos de otros cristianos? ¿Ha podido perdonarlos? ¿De alguna forma parece incluso mucho más doloroso cuando proviene de hermanos creyentes. Piense cómo debió sentirse el Señor Jesucristo cuando llegó a los suyos y los suyos no le recibieron.
“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes” (Lucas 23:34).