Vida de la muerte
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Vida de la muerte
Dice la Escritura: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24).
El 24 de octubre de 1851 fue el funeral de Archibald Alexander, el primer profesor del Seminario Teológico Princeton. Bajo su liderazgo el plantel se convirtió en el seminario líder de la nación. El funeral se llevó a cabo en la Primera Iglesia Presbiteriana de Princeton. La procesión funeraria pasó enfrente de Nassau Hall, el edificio más antiguo en donde estaba localizada la escuela, antes de seguir por la calle Whiterspoon en dirección al cementerio. Encabezando la procesión iban doscientos cincuenta estudiantes y los profesores del seminario.
Uno de los alumnos que estaba allí ese día era Robert Hamill Nassau un joven que soñaba con convertirse en un gran orador o un soldado famoso. Para su sorpresa el funeral produjo en él un gran anhelo por paz espiritual y propósito en la vida. Unas pocas semanas después, solo en un campo de los predios universitarios le entregó su vida al Señor Jesucristo.
Nassau había adoptado una ruta curiosa hacia Princeton. El primer año tomó un curso en el Colegio Lafayette, en donde su padre era profesor, pero aparentemente no estaba listo para su ingreso a la facultad, porque el año siguiente atendió la escuela secundaria en Lawrenceville, New Jersey, la cual era administrada por el hermano de su madre. Fue el año siguiente que ingresó al Colegio de New Jersey, que en ese tiempo era conocido como Universidad Princeton.
Después de graduarse en 1854 a la edad de diecinueve años, enseñó por un año en Lawrenceville, y luego inició estudios en el Seminario Teológico Princeton. Los domingos enseñaba escuela dominical en la Iglesia Presbiteriana para personas de color en el pueblo. En su primer verano le pidió a la Junta de Publicaciones Presbiteriana que le asignaran el campo más difícil en América, quería viajar alrededor del país distribuyendo Biblias y literatura cristiana - y se le asignó el territorio de Missouri y Kansas. Pasó su segundo verano como un misionero para los lancheros que trabajaban a lo largo del canal Pensilvania.
Durante el año escolar se unió a la “Hermandad”, una organización secreta compuesta de estudiantes que planeaban ir al campo misionero. Mientras Nassau estuvo en el seminario los doce miembros activos mantuvieron el reto ante el resto del cuerpo estudiantil de las misiones foráneas.
Tras graduarse en el seminario en 1859, le pidió a la Junta Presbiteriana de Misiones Foráneas que lo enviaran al campo más difícil que tenían. Le designaron para la Misión Corisco, que en la actualidad es la Guinea Ecuatorial sobre la costa de África Occidental. Nassau escribió al respecto en su diario: “Muchos de mis conocidos protestaron contra mí. Y uno me dijo: ‘¡Qué necio eres, ir a África para morir!”. A lo que respondió: “Estoy completamente determinado a no morir”.
Para prepararse un poco más, Nassau recibió su título de doctor en medicina de la Universidad de Pensilvania en 1861. Fue ordenado en julio de ese año y en septiembre estaba en la isla de Corisco distante de la costa de África Occidental.
Pasó los siguientes cuarenta y cinco años en el servicio misionero, especializándose en varios lenguajes africanos y estableciendo varias estaciones misioneras. De alguna forma convencional en su fe religiosa, él era cualquier cosa menos convencional en su metodología misionera. Su tan amado rifle Winchester es mencionado frecuentemente en su diario. Fue un pionero en usar entrenamiento industrial para propósitos evangelísticos. Lo más importante, ayudó a traducir el Antiguo Testamento y parte del Nuevo Testamento en benga, un dialecto del Bantu.
Robert Nassau fue un fruto de la vida de Archibald Alexander. La muerte de Alexander fue usada por Dios para traerle nueva vida, vida que a cambio se la pasó a miles en África Occidental.
Reflexión
Nunca sabremos cómo afectaremos a esos a nuestro alrededor. Las palabras compartidas en el funeral de Archibald Alexander fueron usadas por Dios para transformar las vidas de muchos otros. Recuerde lo que dice un antiguo canto familiar de los niños: “Ésta pequeña luz mía, ¿voy a dejarla brillar? Sí, lo haré”.
“Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:15).