Un verdadero noble
- Categoría: Tema del día
Un verdadero noble
John Wycliffe un líder reformador en Inglaterra, nació antes de la Reforma alrededor de 1320. Recibió un doctorado en teología en Oxford y sirvió como un conferencista en la universidad y como rector de las iglesias locales. Enseñaba que la Biblia era la única autoridad para fe y práctica. Negaba la enseñanza católico romana de la transubstanciación la que asegura que el pan y el vino de la comunión en la misa, de hecho se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo. Repudió la enseñanza de la iglesia católica de que el pecador, como es incapaz de hacer suficiente penitencia para expiar por sus pecados, puede utilizar los tesoros espirituales de los méritos de Jesucristo, la Virgen María y los santos, llamados indulgencias. Atacó la infalibilidad del papado y trató de abolir las órdenes religiosas.
Aunque Wycliffe murió en 1384, su influencia continuó. Sus seguidores fueron llamados Lolardos por sus enemigos, un término que parece significar “el que murmura”. Para 1395 ellos se habían convertido en una iglesia organizada con ministros ordenados y voceros en el parlamento. Sus seguidores eran fuertes entre las clases media y artesanal. Para contener la creciente influencia de los Lolardos, el parlamento pasó un estatuto en 1407, “Que ordenaba quemar a los herejes”, dado específicamente en contra de los seguidores de Wycliffe. Declaraba que cualquier hereje acusado por la corte de la iglesia podía ser entregado al estado para ser quemado.
Después de la muerte de Wycliffe, los Lolardos quedaron sin líder hasta que en 1410 Sir John Oldcastle dio un paso adelante. Hasta ese tiempo sólo unos pocos nobles habían sido seguidores de Wycliffe, pero se habían retirado cuando surgió la persecución. John Oldcastle era diferente. Él había sido un soldado que había peleado por Inglaterra. Durante las guerras de Gales se había convertido en amigo del hijo del rey Enrique Cuarto, Enrique el príncipe de Gales. Cuando John Oldcastle se casó con Jan, heredera de John el tercer Lord Cobham, llegó a ser parte de la nobleza y en 1409 fue nombrado miembro de la Cámara de los Lores del Parlamento Británico como barón.
En 1413 el amigo de Oldcastle, el príncipe de Gales, se convirtió en el rey Enrique Quinto. Al poco tiempo después el arzobispo de Canterbury convocó un sínodo del clero inglés para imputarle cargos a Oldcastle por ser líder de los Lolardos. Reconociendo que Oldcastle era un amigo del nuevo rey, el arzobispo y sus obispos fueron ante el monarca para presentarles su caso. El soberano indicó que él mismo le hablaría al propio Oldcastle. Al escuchar de su propia boca su vigorosa oposición a la iglesia católica, el rey se volvió contra su amigo y le dio permiso al arzobispo para ejecutar los cargos en su contra.
John Oldcastle fue arrestado el 25 de septiembre de 1413, y fue llevado a juicio ante el arzobispo y sus obispos. El arzobispo se dirigió a él por su título, diciendo: “Lord Cobham, una vez más requerimos que usted no tenga ninguna otra opinión que la creencia universal de la santa iglesia de Roma”. Oldcastle respondió: “No voy a creer en ningún otro punto diferente a los que expuse antes. Hagan conmigo lo que les plazca... aunque juzguen mi cuerpo... Estoy seguro que no pueden herir mi alma. Ese que la creó, por su infinita misericordia la salvará. En esto no tengo duda. Con respecto a estos artículos, continuaré defendiéndolos hasta la muerte por la gracia de mi Dios”.
Oldcastle fue sentenciado a muerte, pero el resultado no fue el que el arzobispo había planeado. Escapó de la Torre de Londres, y pronto fue el arzobispo el que experimentó el impacto de la muerte en lugar de Oldcastle. Cuatro años después fue arrestado por segunda vez, colgado y luego quemado.
El condenado sobrevivió a quien le condenó por varios años.
Reflexión
Cuando somos traicionados como lo fuera John Oldcastle por su amigo el rey Enrique, nuestra reacción natural es vengarnos. Pero Dios es un juez justo, debemos poner nuestro caso en sus manos. Él hará lo que es correcto y finalmente vindicará a su pueblo.
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).