Fiel hasta el fin
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Fiel hasta el fin
George Whitefield fue el más grande predicador del siglo dieciocho y uno de los individuos más conocidos y más amados en América. Nacido en Inglaterra, ingresó en Oxford en 1734. Dedicó su entera vida a la predicación. Cuando las iglesias se rehusaron a permitirle que usara sus púlpitos, comenzó a predicar al aire libre. Viajó a través del mundo de habla inglesa, realizando catorce viajes a Escocia y siete a Estados Unidos. Regularmente pronunciaba como veinte sermones a la semana.
El 29 de septiembre de 1770, Withefield dio su último sermón en el campo. Aunque se sentía enfermo, salió en la mañana a caballo desde Portsmouth, New Hampshire, para Newburyport, Massachusetts, sin intención de detenerse. Sin embargo, las personas estaban al tanto que estaría pasando y se habían reunido esperando que les predicara. Ellos incluso hasta erigieron una plataforma para él en el campo. La multitud fue tan insistente que Whitefield estuvo de acuerdo en predicarles.
Conforme se aproximaba a la plataforma, un caballero anciano le dijo: “Señor, usted estaría mejor en cama que pronunciando un sermón”.
“Ciertamente” - replicó Whitefield, mirando en dirección al cielo. Luego dijo: “Señor Jesús, estoy agotado, pero no estoy cansado de tu trabajo. Si todavía no he concluido mi labor, permíteme ir y hablar para Ti, una vez más en los campos, proclamar tu verdad y luego ir a casa y morir”.
Cuando Whitefield ascendió a la plataforma, estuvo parado por varios minutos incapaz de hablar. Un observador notó que su espíritu estaba dispuesto, pero su carne estaba muriendo. Finalmente dijo: “Esperaré por la compasiva asistencia de Dios, porque estoy seguro que Él me socorrerá una vez más para hablar en su nombre”. Entonces predicó por dos horas sobre 2 Corintios 13:5a: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos...” Ya casi para concluir el mensaje dijo: “Me voy, me voy a descansar, mi sol le ha dado luz a muchos, pero ahora debe ocultarse - para elevarse hasta el cenit de la gloria inmortal. He sobrevivido a muchos en la tierra, pero ellos no pueden sobrevivirme en el cielo. Muchos continuarán viviendo en la tierra, y lo harán cuando este cuerpo ya no exista, pero - ¡oh pensamiento divino! Estaré en un mundo en donde el tiempo, la edad, la enfermedad y el dolor son desconocidos. Mi cuerpo decae, pero mi espíritu se expande. Con cuánta buena voluntad viviría para siempre para predicar a Cristo. Pero muero para estar con Él”. Muchos de quienes le escucharon dijeron que fue el mejor sermón que hubiere pronunciado jamás.
Cuando concluyó estaba exhausto. Cabalgó hasta la casa del reverendo Jonathan Parsons, pastor de la Iglesia Presbiteriana Old South en Newburyport. Como llegó cansado y enfermo, comió temprano. Conforme subía por las escaleras hasta la cama con una vela en su mano, la puerta del frente se abrió para dejar entrar a la multitud que se había reunido afuera de la casa. Ellos le rogaron que predicara y él lo hizo hasta que la vela en su mano se consumió.
A las dos de la mañana se despertó jadeante por falta de aire. El joven que viajaba con él, gentilmente le amonestó por predicar tan seguido. A esto, Whitefield replicó: “Prefiero agotarme que oxidarme”.
Se despertó nuevamente a las cuatro de la mañana. Parándose de la cama se acercó a la ventana y dijo: “Casi no puedo respirar”, a este punto el joven salió a buscar un doctor.
A las siete de la mañana ese domingo, Whitefield entró a la tierra para la cual había sido preparado por gracia soberana, la tierra que le había mostrado a decenas de miles, y el lugar que sería su hogar por toda la eternidad.
Reflexión
¿Es su propósito servir a Dios hasta su último aliento? Algunos esperan el momento de retirarse, no sólo de la ocupación diaria, sino también de su trabajo para el Señor. Tal vez nosotros, como George Whitefield, seamos fieles hasta el fin.
“... Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10c).