Un día en la vida
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Un día en la vida
¿No le gustaría haber pasado un día con George Whitefield, el famoso evangelista anglicano del Gran Despertar Espiritual?
Permitamos que él mismo no los cuente, con sus propias palabras registradas en su diario el domingo 9 de noviembre de 1740. Para entonces tenía veinticinco años y estaba predicando en Filadelfia.
Escribió: “Varios vinieron a verme y estuve orando con ellos. Debido a mi partida desde Filadelfia, prediqué a las once de la mañana, a varios miles en una casa construida para tal propósito, que tenía treinta metros de largo, por veintiuno de ancho. Tanto en la mañana como por la tarde, la gloria de Dios colmó el recinto... Grande fue el gozo de la mayoría de quienes estaban escuchando, cuando me vieron, no obstante había algunos que estaban haciendo mofa. Entre servicios... muchos amigos que estaban en el salón, se arrodillaron oramos juntos y los exhorté a todos. Era un gran regocijo mirar alrededor de ellos, porque estaban allí unos que habían sido grandes ofensores en contra de Dios. Sólo mencionaré a dos. El primero es el señor Brockden, un registrador de escrituras, títulos, etc., un hombre eminente en su profesión, pero por mucho tiempo un deísta de mala fama. En sus días de juventud, me dijo que tenía ciertas ideas sobre religión, pero al dedicarse a los negocios, el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogaron la buena semilla, de tal manera que no sólo olvidó a su Dios, sino que con el paso del tiempo comenzó a dudar de Él, y a disputar su propia existencia... Cuando vine a Filadelfia, en esta ocasión por doce meses, no tenía curiosidad de escucharme. Pero un amigo deísta, el compañero que había escogido, lo presionó para que viniera a oírme y para satisfacer su curiosidad, finalmente accedió a su petición. Era de noche, yo estaba predicando en las escaleras de la Corte Suprema de Justicia, sobre la reunión que tuvo nuestro Señor Jesucristo con Nicodemo. No había hablado mucho, cuando Dios tocó su corazón... Su familia no sabía que había venido a escucharme. Después de llegar a casa, su esposa que había estado durante el sermón, se le acercó, deseando de corazón que me hubiera oído. Él no dijo nada. Después de esto, otro miembro de su familia se le aproximó, repitiendo el mismo deseo, y sino estoy equivocado, luego de ese otro, hasta que finalmente, sin poder seguir conteniéndose, con lágrimas en sus ojos, le dijo a ellos que había estado escuchando... Aunque ya tiene más de sesenta años, ahora es un creyente nacido de Dios’.
“El otro es el capitán H —, quien anteriormente era un gran reprobado como nunca había conocido, casi un escándalo y reproche para la raza humana... Pero por la gracia de Dios, ahora es un cristiano. No sólo reformado, sino renovado. Me contó que el golpe final llegó cuando estaba predicando la primavera pasada en Pennytack... Desde entonces, ha sido un celoso por la verdad, permaneciendo firme cuando lo golpearon y estuvo en peligro de ser asesinado, hace cierto tiempo por algunos de mis opositores, mostrando con esto su fe por sus obras. Menciono estos casos en particular, porque pienso que son pruebas increíbles del amor eterno de Dios. Sea lo que sea que la razón pueda sugerir, si los hijos de Dios examinan sus propias experiencias y la justicia Divina, tienen que reconocer que sino hubiera sido por el sacrificio perfecto de Cristo, ellos no serían salvos. Lo cual implica que la salvación no proviene de nada que nosotros hagamos, sino de Dios”.
Reflexión
¿Qué piensa usted de la declaración de Whitefield? Nuestra cultura nos dice que tenemos libre albedrío y que somos los capitanes de nuestro propio destino, pero sin el sacrificio perfecto de Cristo nada sería posible.
El Señor Jesucristo dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre...” (Juan 15:16).