Un salvador amante y misericordioso
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Un salvador amante y misericordioso
En 1815 un joven inglés llamado Henry Havelock se unió a la milicia como teniente segundo. En ese tiempo, los ascensos en el ejército británico eran comprados. Cuando su padre perdió su fortuna en 1820, él reconoció que su único esperanza para progresar era en India, en donde podía ser ascendido en su trabajo sin tener que pagar por ello. Consecuentemente en 1823 se embarcó para ese lugar.
A bordo de la embarcación, se hizo amigo de James Gardner, un teniente joven, quien le prestó el libro Memorias del reverendo Henry Martyn. Era la historia del capellán de la Compañía East India, quien en 1805 había realizado el mismo viaje que él estaba haciendo ahora. Martyn también había sido un joven brillante, aparentemente muy moral, similar a él mismo en muchas formas, quien después de egresar de la universidad, había experimentado una conversión “definitiva”, una palabra que le molestaba intensamente. Sin embargo, se quedó impactado por la última anotación que registrara Martyn en su diario, unos pocos días antes de su muerte a la edad de treinta y un años, cuando escribió sobre la dulce consolación y paz que había recibido de Dios.
El siguiente libro que Gardner le prestó fue uno de Thomas Scott. El autor registró su jornada espiritual desde una posición muy similar a la suya, hablando de su orgullo en su propia auto suficiencia y su negación a la Deidad de Cristo. Scott había sido influenciado poco a poco por John Newton, el escritor de himnos y excomerciante de esclavos, quien reconoció que Cristo era el Hijo de Dios y depositó su fe en Él.
A pesar de sus reservas, Havelock comenzó a sentir que Gardner, Martyn y Scott estaban en lo correcto y que depositar su fe en el Señor Jesucristo tal vez podría satisfacer sus más profundas necesidades. Mientras Gardner le mostraba esos pasajes más importantes de la Biblia, llegó a conocer a un Salvador misericordioso que nunca dejaba de ser compasivo y amable con esos que se acercaban a Él en fe.
Henry Havelock tuvo una carrera larga y distinguida en India. Sirvió en la guerra contra Burma entre 1824 a 1826, en la primera guerra afghana entre 1838 a 1842, en la primera guerra Sikh entre 1845 a 1846, y en la invasión a Persia en 1856.
Se distinguió particularmente durante los motines en India en 1857, cuando los regimientos nativos del ejército británico tomaron control de esta área. Desde julio hasta noviembre, ganó doce batallas en contra de los amotinados, a pesar de que en cada ocasión los sobrepasaban en número. Su hijo Harry servía como su secretario y asistente confidencial.
Aún de mayor satisfacción que compartir las victorias militares con su hijo, fue la victoria personal que obtuvo. El joven Harry había llegado a India con la creencia de que la fe personal de su padre era un lujo innecesario. Pero conforme pasaba día tras día al lado del autor de sus días, llegó a convencerse de que el éxito de él, no podía ser separado de su confianza absoluta en Cristo como su consejero y amigo. Finalmente en noviembre de 1857 Harry aceptó al Salvador de su padre como el suyo propio.
Cuando las noticias de las primeras tres victorias de Havelock llegaron a Londres, fue ascendido a mayor general y nombrado caballero. Sin que él lo supiera el 19 de noviembre de 1857 la reina le otorgó el título de barón. Unos días después el parlamento votó para asignarle una pensión vitalicia tanto a él como a su hijo Harry.
Cuando finalmente llegaron los periódicos desde Londres a India en los que se publicaban todas estas cosas, lo que más le gustó a Havelock, no fue que su nombre era conocido ahora a través de Inglaterra, sino que la nación lo reconocía como un general cristiano.
El día después de leer estos periódicos, Henry Havelock se enfermó de disentería y murió cuatro días después en los brazos de su hijo. Harry le escribió estas palabras a su madre: “Su fin fue exactamente el de un hombre que había sido perfeccionado por Dios”.
Reflexión
Henry Havelock pudo hacerle saber al mundo, que el secreto de su éxito era su fe en el Señor Jesucristo. Debido a la misericordia y el poder de Dios, pudo glorificarlo en una forma que todos podían verlo. ¿Acaso el ser cristiano no hace una diferencia en la forma cómo usted desempeña su trabajo? ¿Busca glorificar a Dios cuando cumple con sus responsabilidades?
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).