El Espíritu y la Esposa dicen "ven"
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El Espíritu y la Esposa dicen "ven"
Hugh McKail fue autorizado para predicar por la Iglesia de Escocia en 1661, a la edad de veinte años, y predicó su último sermón en público cuando cumplió veintiuno. En él dijo:
“La Escritura provee evidencia abundante de que el pueblo de Dios ha sido perseguido algunas veces por un ‘Faraón’ en el trono, en ocasiones por un Amán en el estado, y otras veces por Judas en la iglesia”. Los Faraones, los Amanes y los Judas en Escocia, le persiguieron hasta su muerte a la edad de veintiséis años.
McKail, quien estudió en la Universidad de Edimburgo, era un ministro joven y erudito. Pertenecía a los firmantes del pacto - un grupo comprometido a preservar el presbiterianismo en oposición a cualquier control gubernamental sobre la iglesia. El rey Carlos Segundo, quien ocupó el trono de Inglaterra en 1660, y persiguió con saña a los firmantes del pacto estaba determinado a destruir la Iglesia Presbiteriana en Escocia al requerir la adherencia a la Iglesia de Inglaterra, de la cual él mismo era la cabeza.
Después de cuatro años de estarse escondiendo de la intensa persecución, Hugh McKail estaba muriendo de tuberculosis para el tiempo en que fue capturado en 1666. Llevado ante el tribunal de Edimburgo, no pudieron forzarlo a que revelara nada respecto a los firmantes del pacto. Entonces le sometieron a la llamada “tortura de la bota”. Este invento en particular, consistía de dos piezas de madera que se sujetaban a las pantorrillas del acusado, y al ser tensadas por un torniquete, se apretaban hasta hacer que el hueso crujiese hasta romperse. Por supuesto los condenados no contaban con tanta suerte, y hasta que el hueso se rompía debían pasar largas horas de tortura. Milagrosamente estoico, no pronunció ni una sola palabra que pudiera traicionar a sus compañeros del pacto.
Tan pronto como sus inquisidores consideraron que se había recuperado lo suficiente, lo hicieron comparecer ante otra audiencia. Rehusando declararse culpable de rebelión contra la corona, McKail fue sentenciado a muerte por ahorcamiento. Al escuchar su sentencia, replicó: “El Señor da, el Señor quita, bendito y alabado sea su Santo Nombre”. De regreso a su celda, le dijo a sus amigos: “Éste es mi consuelo, yo sé que mi Redentor vive. Y ahora estoy dispuesto a poner mi vida voluntariamente por la verdad y causa de Dios, de los Pactos y la obra de la Reforma, los que fueron en un tiempo considerados como la gloria de esta nación. Por procurar defender esto... abrazo esta cuerda... Y para que sepan cuál es la base de mi estímulo en este trabajo, leeré en el último capítulo de la Biblia”.
Y después de leer de Apocalipsis 22, sus palabras finales fueron: “Aquí verán la gloria que se revelará en mí: ‘El río puro del agua de la vida’. Aquí también verán mi acceso a la gloria y mi recompensa, porque el Espíritu y la Esposa dirán: ‘Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente’.
“Yo ascenderé a mi Padre, y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios, a mi Rey y a vuestro Rey, con los benditos apóstoles y mártires, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, con la innumerable compañía de los ángeles, a la gran asamblea de los primogénitos, ante el Señor que lo juzgará todo, ante los espíritus de los hombres justos hechos perfectos, y ante Jesús el Mediador del Nuevo Pacto, y le expreso a todos mi despedida. Por la voluntad de Dios estaré más cómodo que lo que podrían estar ustedes. Él ahora será mucho más refrescante para mí que lo que es para ustedes. ¡Adiós, adiós en el Señor!”.
Reflexión
¿Puede imaginarse cómo sería ser torturado por los inquisidores tratando de que les revele los nombres de sus compañeros cristianos, para que ellos a cambio puedan también ser torturados? A Hugh McKail le aplastaron la pierna, pero se rehusó a traicionar a sus amigos. ¿Cómo cree usted que pudo soportar esta tortura?
“Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna. Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2:10-12).