La muerte de Jhon Brown
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La muerte de Jhon Brown
Henry Inglis escribió un poema que narra la historia de la muerte de John Brown, un mártir de los firmantes del pacto, decía:
Ella puso al niño sobre el musgo,
Extendió las frías extremidades del muerto,
Cerró sus párpados,
Cubrió con un sudario su cabeza destrozada,
Envolvió al mártir en una frazada a cuadros;
Y se sentó en el suelo y lloró.
Los firmantes del pacto eran presbiterianos escoceses quienes resistían el sistema episcopal que Carlos Primero, Carlos Segundo y Jacobo Sexto impusieron sobre Escocia desde 1637 a 1690. Ellos se oponían al derecho sagrado de los reyes, creyendo que la soberanía ilimitada sólo le pertenece a Dios.
Cuando el presbiterianismo fue prohibido por la ley y remplazado por el episcopado, la situación llegó a ser muy seria para los firmanes del pacto, quienes se vieron forzados a escoger entre la obediencia a Dios o al rey. Durante el reinado de Carlos Segundo fueron perseguidos, encarcelados y asesinados en grandes números.
John Brown era un granjero pobre en Priesthill, Escocia, quien aspiraba a ser un ministro de los firmantes del pacto, pero tenía el obstáculo de ser tartamudo. Como era un hombre brillante dedicó todo su intelecto y amor a la Biblia, trabajando en el hogar y enseñando en su granja, clases de teología a la juventud de la localidad. Ser un firmante del pacto significaba estar dispuesto a dar la vida por Cristo en cualquier momento, y Brown le enseñaba a sus estudiantes a no tener miedo a la persecución, sino más bien considerar un gozo el sufrir por Cristo. Llegaban estudiantes desde kilómetros a la redonda para recibir la inspiración de un maestro tan dotado.
En 1682, Alexander Peden, un pastor de los firmantes del pacto, llevó a cabo la ceremonia matrimonial entre John Brown e Isabel Weir. Después de la boda Peden le dijo a la novia: “Isabel, tienes a tu lado a un buen hombre, pero no lo disfrutaras por mucho tiempo. Valora su compañía y consigue lino para que lo uses como su mortaja, vas a necesitarlo cuando menos lo esperes, y será un sudario sangriento”.
El primero de mayo de 1685, las tropas del rey llegaron a Priesthill buscando a Peden. Sorprendieron a Brown en su campo y lo llevaron de regreso a su casa y la saquearon. Al encontrar literatura de los firmantes del pacto comenzaron a interrogarlo. Hablando con voz clara y sin tartamudear, sus respuestas confiadas hicieron que el oficial en jefe le preguntara si acaso no era un predicador. Cuando le respondió que no, el oficial replicó “Bueno, si nunca ha predicado, debe haber orado mucho en su tiempo. Continúe con sus oraciones porque morirá de inmediato”.
John Brown cayó de rodillas y le pidió a Dios que librara a un remanente de creyentes en Escocia. El oficial lo hizo callar casi de inmediato, acusándolo de predicar en lugar de orar. El oficial más tarde confesó que nunca pudo olvidar la plegaria tan poderosa de John Brown.
Brown entonces le dijo a su esposa: “Ahora Isabel, ha llegado el día que te dije que llegaría, cuando te pedí por primera vez que te casaras conmigo”.
Ella contestó: “Verdaderamente John, puedo de buena voluntad separarme de ti”.
Él replicó: “Eso es todo lo que deseo. No tengo más que hacer sino morir. He estado listo para encontrarme con la muerte por muchos años”.
Y se despidió de su esposa y la besó y besó a su bebe, el oficial irrumpió y le ordenó a las tropas que le dispararan. Los soldados se sintieron tan conmovidos por la escena que no se atrevieron a hacerlo. El oficial airado sacó su pistola, caminó y le disparó en la cabeza.
“¿Qué piensa ahora de su excelente esposo?” - le preguntó a Isabel.
En medio de las lágrimas ella respondió: “Siempre pensé todo lo mejor de él, y hoy más que nunca”.
Tal como decía el poema, Isabel puso el bebé en el suelo, cubrió la cabeza de su amado esposo con un sudario, enderezó su cuerpo, lo cubrió con una frazada de cuadros, y se sentó en el suelo y lloró.
Peden se encontraba en las cercanías en el hogar de un firmante del pacto y contó que esa mañana había visto un meteoro, una luz clara brillante, radiante que descendió del cielo hasta la tierra. Le contó a sus compañeros creyentes que “Verdaderamente ese día había caído una luz clara y radiante, el más grande cristiano que había conversado con él”.
Reflexión
El matrimonio de John e Isabel Brown estaba colmado de amor, no obstante estuvo acompañado por la terrible realidad de la constante amenaza de muerte. ¿Puede imaginarse cómo sería vivir con el martirio como una posibilidad continua? ¿Viviría usted diferente?
“... Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás” (Apocalipsis 2:13).