Boletin dominical - 08/08/10
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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James Taylor tenía una farmacia en Yorkshire, Inglaterra. A principios de 1832 él se arrodilló en la parte trasera de su tienda al lado de Amelia su esposa embarazada, y oró: «Amado Dios, si tú nos das un hijo, permite Señor que trabaje para ti en China».
Unos pocos meses después, Dios les dio un hijo y le llamaron James Hudson Taylor. Aunque sus padres por años no le dijeron nada sobre la oración que hicieron por él, de niño Hudson decía a menudo: «Cuando sea un hombre, quiero ser un misionero e ir a China».
No obstante, para el tiempo en que tenía diecisiete años, era un adolescente típicamente rebelde y no tenía interés alguno en ser misionero, pese a todo su familia no dejaba de orar por él. Ese verano cuando su madre estaba visitando a su hermana a unos sesenta y cuatro kilómetros de distancia, sintió la necesidad de encerrarse en una habitación, orar por la salvación de su hijo, y no salir de allí hasta tener la seguridad de que su plegaria había sido respondida. De regreso a casa esa tarde, Hudson tomó en sus manos un folleto para evangelización sobre la muerte de Cristo en la cruz por los pecadores y aceptó al Salvador.
Unos pocos meses después de experimentar el nuevo nacimiento, su llamado a China fue reconfirmado durante una noche de oración, lo cual él describió como algo colmado con «un temor reverente y un gozo indescriptible».
Con un sentido de urgencia concluyó sus estudios y se embarcó para China a la edad de veintiún años. En ese tiempo fueron bautizados trescientos cincuenta creyentes chinos. Durante su primer término contrajo matrimonio y realizó varios viajes evangelísticos en el interior de China, pero se vio obligado a regresar a Inglaterra por motivos de enfermedad.
Al recuperar su salud sintió una gran carga por los millones que habían en el interior de China. Cuando esta área fue abierta a los occidentales, Hudson no podía conseguir una misión dispuesta a respaldarlo, fue así como finalmente encontró la Misión en el Interior de China, cuyas siglas eran CIM. La CIM tenía varias distintivas únicas: era interdenominacional y los misioneros eran reclutados entre la clase trabajadora, no en las universidades. Tenía prohibido pedir fondos, de tal manera que los misioneros debían depender directamente del apoyo de Dios.
Inicialmente Hudson oró por veinticuatro trabajadores, dos para cada provincia a las que todavía no había llegado ningún misionero en China. Los primeros quince se embarcaron en mayo de 1866, y para 1882 la Misión en el Interior de China contaba con trabajadores en cada provincia. Para 1895 tenía seiscientos cuarenta y un misioneros y para 1914 era la mayor organización misionera, llegando a su cifra máxima en 1934, a mil trescientos sesenta y ocho misioneros. Para entonces ya había quinientos mil creyentes bautizados en China, pero estalló la guerra civil entre los chinos nacionalistas y los comunistas. Los dos enemigos unieron fuerzas para luchar en contra de Japón, pero concluida la guerra volvieron a pelear los unos contra los otros. Para septiembre de 1949 los chinos comunistas habían ganado, y los nacionalistas se retiraron a la isla de Taiwán. Los últimos trabajadores de CIM salieron de China el 20 de julio de 1953, dejando tras de sí cerca de un millón de cristianos.
Las primeras dos décadas bajo el comunismo fueron unas de intensa persecución. En reacción, la iglesia se tornó clandestina, y muchos cristianos dejaron de asistir a los lugares de adoración. Sin embargo, para 1980 había un millón de creyentes.
Desde principios de la década de 1980, el crecimiento de la iglesia en China no tiene paralelo en la historia. Se estima que para el año 2000 había aproximadamente setenta y cinco millones de cristianos. La iglesia del Señor Jesucristo en China es más numerosa que el partido comunista.
La semilla sembrada tanto por los misioneros de CIM, como de otras misiones, dio fruto al mil por ciento. A pesar de todo, Dios decidió remover a los misioneros antes de la siega, y así sólo Él recibir la gloria.
Con mucha frecuencia al leer la biografía de algún hombre o mujer que el Señor ha dotado de excepcional capacidad y han sido de tanta bendición, no entendemos por qué tuvo que morir en plena flor de la vida. Debemos recordar lo que Dios quiere que tengamos en cuenta: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is. 55:8-11).
En la galería de los “Premio Nobel” en el cielo se encuentran los que dieron su vida por Su causa. ¡Los veremos cuando todos juntos compareceremos ante el Tribunal de Cristo! ¿Estará su nombre, hermano, entre esa... “nube de testigos” de Hebreos 11 y en el capítulo 12:1, 2: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”, un mensaje para quienes vendríamos después. La lista del capítulo 11 sin duda ahora es mucho más larga.
J. A. Holowaty, Pastor