Boletin dominical - 12/09/10
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Cuando leemos la explicación del cómo de todas las cosas, es decir, la creación apareció, y nos abocamos a examinar la religión del “dios mono” de Charles Darwin, no podemos menos que extrañarnos de tanta ingenuidad de millones quienes fielmente le rinden culto. Mientras que no se permite decir una palabra acerca de Dios, de Cristo, de la creación de todas las cosas, los seguidores del “dios inglés” (de Inglaterra) nacido el año 1809 y muerto el año 1882, tiene todas las cátedras a su disposición, escuelas, universidades, púlpitos, prensas, televisión, radio, etc. A no dudar, este individuo hizo más por la causa de Satán que todos los “grandes del mundo” juntos.
Pero... ¿Aclaró algo acerca del origen del universo? Hoy la ciencia ha descubierto muchas cosas que Darwin no pudo ni imaginar siquiera. Tomemos como ejemplo el sol y algo sobre el cuerpo humano. Casi mil años antes de Cristo, David escribió acerca del Sol: “…En ellos puso tabernáculo para el sol; y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos; y nada hay que se esconda de su calor” (Sal. 19:4-6).
¿Cuánto sabe usted acerca del sol? El sol es una esfera de gases incandescentes un millón de veces más grande que la tierra. Es como un horno atómico que produce un calor en su centro de quince millones de grados centígrados. El sol está a 149 millones, 600 mil kilómetros de distancia de la tierra. Si estuviera un poco más distante, a unos 193 millones, 121 mil, 280 kilómetros, la tierra estaría completamente congelada. Pero si la distancia fuera 96 millones, 560 mil, 640 kilómetros, la superficie terrestre sería como un horno.
La ubicación del sol y el delicado balance de la atmósfera de la tierra hacen posible que la energía solar caliente millones de toneladas de aguas de los océanos, las vaporice, las haga perder sus minerales, y colecte todo ese vapor en nubes que luego son movidas a miles de kilómetros por la energía del viento, la cual también es producida por la energía del sol. Luego condensa los vapores y los esparce sobre la tierra seca, haciendo la vida posible.
La energía del sol activa el germen de vida y hace crecer la simiente, es aprovechada por los seres fotosintéticos, que constituyen la base de la cadena trófica, siendo así la principal fuente de energía de la vida. Sin él no habría vida vegetal sobre la tierra, ni tampoco habría carbón, que no es otra cosa que energía acumulada y los restos fosilizados de la vida vegetal.
Pensemos ahora en algo mucho más conocido para nosotros que el sol, ya que se trata de nuestro propio cuerpo. Tan complejo, tan bien diseñado, tan resistente, a pesar de ser, en muchos casos, tan abusado, maltratado, etc. Pero el fiel cuerpo sigue aguantando y defendiéndose. ¿Quién lo inventó? ¿Quién diseñó cada uno de sus miembros? El hombre es como la hormiga que salió de su entorno para ver si encontraba a Dios. Se acercó a un hombre y pudo ver parte de la suela de sus zapatos. Regresó al hormiguero y reunió una gran cantidad de sus “hermanos” para comunicarles que Dios no existe, que todo lo que ella logró ver, fue una pared de cuero (suela del zapato) y que el resto era tan enorme que no podría saber cuál era su medida.
El cuerpo humano tiene 206 huesos, construidos eficientemente para darle máxima fortaleza. Cada hueso es hueco y manufactura médula. La entera estructura del cuerpo humano es la obra más perfecta de precisión e ingeniería, desde la cabeza hasta los pies. Es un milagro de exactitud, perfección y producción. No importa cuál sea la porción que consideremos, lo único que uno puede hacer es sentirse impresionado por el maravilloso mecanismo que activa cada uno de sus miembros u órganos.
Los 206 huesos que forman el esqueleto, mantienen en pie una masa de músculos y órganos que puede llegar a pesar cinco veces más que ellos mismos. Lo que podría ser un armazón tosco y desproporcionado, la mayor parte de las veces, resulta en un cuerpo grácil unido en las articulaciones por fuertes ligamentos y tendones y movido por potentes grupos de músculos.
Sólo los principales órganos (y hay diez de ellos) realizan proezas tales de conducción eléctrica, que se necesitaría un gran volumen para explicar la función individual de cada uno en forma adecuada. En la fracción de segundo que le toma a usted leer una palabra, la médula ósea en su cuerpo produce cerca de cien mil millones de glóbulos rojos.
Hay varios miles de billones de células que trabajan duro en cada persona. Una célula es tan diminuta que se necesitan 250 de ellas, colocadas lado a lado, para igualar el diámetro de un punto. Dentro de la membrana de cada célula, nadando alrededor del citoplasma, se encuentran cerca de 200 mitocondrias, unas partículas ondulantes que se desplazan con rapidez, cada una de las cuales es un laboratorio químico activo y vivo, una fábrica de alimento y energía.
La mitocondria tiene forma alargada u oval de varias micras de longitud y está envuelta por dos membranas distintas, una externa y otra interna, muy replegada. Las mitocondrias son los orgánulos productores de energía. La célula necesita energía para crecer y multiplicarse, y las mitocondrias aportan casi toda esta energía realizando las últimas etapas de la descomposición de las moléculas de los alimentos. Estas etapas finales consisten en el consumo de oxígeno y la producción de dióxido de carbono, proceso llamado respiración, por su similitud con la respiración pulmonar.
Dentro de cada célula se encuentran cerca de 200 mitocondrias ondulantes. ¡El tamaño de cada una equivale aproximadamente a la cincuenta mil cien milésima parte de una esfera tan grande como un punto! El volumen aproximado de cada esfera, es una millonésima parte de la mitocondria. ¡De tal manera que la esfera sería una cinco millonésima parte del tamaño de un punto! Cada una de esas esferas microscópicas es una factoría química, con una producción en línea, por decirlo así, que elabora energía y alimento para la célula.
Esta diminuta maravilla de intrincada complejidad es tan increíble que turba la imaginación sólo pensar en ella.
Ningún instrumento científico es más sensible a la luz que el ojo del ser humano. En la oscuridad su sensibilidad aumenta cien mil veces. El ojo puede detectar un tenue resplandor, equivalente a una milésima del brillo de una vela. Puede ver la luz de las estrellas, y la más cercana de todas ellas es Próxima Centauri, que está a unos cuarenta billones de kilómetros de distancia de la Tierra.
La evolución no es únicamente una teoría absurda, sino que es una religión que ha hecho más para la población del infierno que todas las demás religiones, con todas sus supersticiones juntas.
J. Holowaty, Pastor