Boletin dominical - 101010
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En aquellos días, los israelitas se volcaron tras una religión cuya ayuda suponía provenir de la reina del cielo. A ella clamaban, la adoraban, y le agradecían por cuantas cosas recibían. ¿Por qué? ¡Porque tenían lo que deseaban! Prosperaban materialmente. Así que el Dios que los sacó de Egipto era sólo un pretexto o bien, en el mejor de los casos, uno de los dioses de sus... “santos de cada día”. Lo que importaba era un dios que les diera lo que deseaban. ¡Exactamente lo que hoy ocurre en las llamadas Iglesias Carismáticas!
Notemos lo que ocurría en los días del profeta Jeremías: “Tú, pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré. ¿No ves lo que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira. ¿Me provocarán ellos a ira? dice Jehová. ¿No obran más bien ellos mismos su propia confusión? Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: He aquí que mi furor y mi ira se derramarán sobre este lugar, sobre los hombres, sobre los animales, sobre los árboles del campo y sobre los frutos de la tierra; se encenderán, y no se apagarán” (Jer. 7:16-20).
No se puede negar que muchos de los “cristianos” en las iglesias fundadas sobre la prosperidad material y física, realmente tienen lo que desean. Gozan de salud, familias hasta cierto punto bien unidas, dicen que son sanados de sus enfermedades incurables, gozan de buen trabajo y les gusta mucho todo cuanto sus pastores les ofrecen una vez a la semana. Su “fe” está centrada en la codicia, su dios es su dinero y todo cuanto ofrece comodidad material, económica. Si el catolicismo romano tiene a su... “reina del cielo” y como que... les va bien, ¿por qué no echar mano de un recurso tan “productivo” y dejar a un lado el monoteísmo, amparándonos bajo la protección de esta reina que ya le rendían pleitesía unos 500 años antes de Cristo?
¿Cuánto tiempo falta para que tengamos a “hermanos” en cuyos hogares veremos estatuas de esta “reina del cielo”? Si el Señor no recoge pronto a su iglesia, seguramente veremos a muchas familias, las cuales nos parecen cristianas, prendiendo velas a su “santísima reina del cielo” y practicando fielmente sus “devocionales arrodillados alrededor de esta estatuita”. Habrá sin duda, en estos cultos una verdadera unidad entre los miembros de las familias, después que el “pastor” haya rociado con “agua bendita” sus casas, muebles, sus estatuitas y a todos los componentes de la familia. Basta notar lo que dice en Jeremías 7:17, 18: “¿No ves lo que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira”. Los padres y los hijos están muy bien unidos, algo que no siempre ocurre en las familias de los cristianos que no cuentan con la moderna versión de “reina del cielo”. ¿Por qué no imitarlos? ¿Por qué no cantarle a esa “reina” y llevar alguna imagen suya en procesión? ¿Por qué no prenderle velas si la misma ha sido de tanta ayuda...? ¿No le parece lógico que el verdadero Dios debe auxiliar a sus “hijos” con todo cuanto éstos necesitan? ¿Acaso está mal reconocer como verdadero Dios (diosa) a la deidad que responde, que prospera a sus seguidores, que sana a los enfermos, que saca de la pobreza material a tantas familias y las coloca en un nivel más alto en la sociedad? Si quiere la respuesta, vea lo que dice en Jeremías 7:19, 20: “¿Me provocarán ellos a ira? dice Jehová. ¿No obran más bien ellos mismos su propia confusión? Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: He aquí que mi furor y mi ira se derramarán sobre este lugar, sobre los hombres, sobre los animales, sobre los árboles del campo y sobre los frutos de la tierra; se encenderán, y no se apagarán”.
Ciertamente la Biblia no dice que todos los idólatras y alejados de Dios sufren pobreza y son azotados por todo tipo de males. Muchos de ellos prosperaron y siguen prosperando: “Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia. Los ojos se les saltan de gordura; logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo, y su lengua pasea la tierra... He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia; pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas. Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría. Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así, Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia” (Sal. 73:4-9, 12-20). Si alguna vez se le cruzó por la mente que seguramente el ecumenismo y el carismatismo, junto con tantas otras corrientes de cristianismo materialista, tiene razón, recuerde que nosotros, como humanos, no vemos el fin de todas estas multitudes. Anímese y diga con el salmista: “Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal. 73:21-26). ¿Cuál debe ser la actitud de un cristiano frente a la tentación de la prosperidad material a cambio de una idolatría bien programada, tomando como mediadora a una tal... “reina del cielo”? Tal vez usted diga que en las iglesias conocidas como carismáticas no se fomenta el culto a esa... “reina”. Es probable que no se diga abiertamente ni se practique arrodillándose ante una imagen. Pero esto es sólo cuestión de tiempo. Además, ¿qué es el ecumenismo? ¡Es unirse con quienes lo han hecho siempre y lo siguen haciendo! Jesús es un personaje teórico y pretextual. A quien se adora es a una “diosa”, no a Dios.
¿Cuál debe ser nuestra actitud ante semejante confusión e idolatría? En primer lugar acepte como respuesta Jeremías 7:16: “Tú, pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré”. Dios mismo ya los dejó a su suerte. No se trata de quienes no conocen la Palabra de Dios. No olvide lo que dice en Hebreos 12:4-6: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma” (He. 10:35-38).
El cielo que el materialista Satanás nos ofrece en el suelo, es completo engaño. El camino al cielo de Dios, no siempre es agradable, pero vale la pena no desviar, ya que contamos con nuestro Salvador acompañándonos.
J. A. Holowaty, Pastor