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Boletin dominical - 09/01/11

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
 Dedicaremos la Columna de hoy al feroz ataque contra la Biblia.  Nunca antes hubo defensores tan importantes en favor de la Biblia, lo mismo que los feroces enemigos de las Escrituras.  Especialmente en lo concerniente a las Profecías, tanto las cumplidas como las que han de cumplirse en el futuro.

Dedicaremos la Columna de hoy al feroz ataque contra la Biblia.  Nunca antes hubo defensores tan importantes en favor de la Biblia, lo mismo que los feroces enemigos de las Escrituras.  Especialmente en lo concerniente a las Profecías, tanto las cumplidas como las que han de cumplirse en el futuro.

No es en vano que los impíos (religiosos o no) se opongan tanto a la Palabra de Dios.  Uno no puede amar las Escrituras Sagradas a menos que ame a su Autor, que es Dios mismo.

Aunque la ciencia ha aumentado mucho desde los tiempos cuando se completó la Biblia, no obstante es notable que la Biblia nunca necesitó corrección, ya que todo cuanto la verdadera ciencia ha hecho, fue confirmar la veracidad bíblica.

El nombre de la Biblia se remonta al río Nilo en el antiguo Egipto, cerca de Beirut, la actual capital de Líbano donde se encuentran las ruinas de Biblos, la que fuera la principal ciudad fenicia y un destacado puerto marítimo durante el siglo II A.C.  Su nombre, aplicado por los griegos al papiro que importaban desde la ciudad, fue lo que dio origen a la palabra «Biblia».

De acuerdo con la historia popular entre los años 75 al 100 de la era cristiana, tuvo lugar un concilio en Jamnia que determinó el Canon del Antiguo Testamento.  El reconocimiento oficial de los libros del Nuevo Testamento tuvo lugar después del año 325, cuando la fe cristiana dejó de estar fuera de la ley.

Fue el propio Dios quien decidió cuáles libros estarían incluidos en el Canon Sagrado.  El papel de la iglesia primitiva fue entender lo que Él había revelado.  En un principio, a la iglesia no lo preocupaba mucho cuál era el Canon del Nuevo Testamento, hasta que surgieron herejías que los obligaron a determinar cuáles libros eran inspirados y cuáles no.  El reconocimiento final de estos 66 libros, provino primeramente de Atanasio en el año 367, y en los concilios de Hippo en el año 393, y Cartago en el 397, reconociéndose no sólo los libros, sino su orden actual.

Podemos decir con seguridad absoluta que la Biblia es la Palabra inspirada e infalible de Dios, no sólo porque declara en 2 Timoteo 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”, sino por las siguientes pruebas que la validan como tal:

Su unidad.  Aunque se estima que fue escrita por 36 ó 40 autores diferentes, en un período de 1.500 años, en tres lenguajes (el hebreo, el arameo y el griego), no hay discrepancia de ninguna clase en todo su texto.  LA CIENCIA NO PUEDE REBATIR A LA BIBLIA.  No hay razón para que la Biblia solicite apoyo científico.  Es al revés, porque es la ciencia la que se somete a la Biblia.
Su exactitud científica.  Son centenares los textos que demuestran la exactitud de la Biblia, en los cuales están anticipados hechos científicos que sólo fueron descubiertos hace apenas unos cientos de años, y otros (como el del código genético), casi a finales del siglo XX.  Son tantos los pasajes de la Biblia que testifican esto, que no podemos mencionarlos todos, así que en esta breve reseña nos limitaremos a citar unos pocos:
* La definición del ciclo hidrológico: “Él atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres” (Job 36:27, 28).
* La redondez de la Tierra: “Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar” (Is. 40:22).
* La Tierra está suspendida en el espacio: “Él extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada” (Job 26:7).
* El movimiento de la luz: “¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz, y dónde está el lugar de las tinieblas, para que las lleves a sus límites, y entiendas las sendas de su casa?” (Job 38:19, 20).
* El peso del aire: “Al dar peso al viento...” (Job 28:25).
* El tiempo, el espacio y la materia tuvieron un principio: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1).
* El orden de la creación confirmada por la ciencia.
* El diluvio de Noé.  Todas las tribus alrededor del mundo, con excepción de la Antártida tienen registradas en sus crónicas la historia de un gran diluvio.  75% de ellas aseguran que la familia sobreviviente se salvó en un barco; 88% afirma que sólo se salvó una familia; 66% que la catástrofe sobrevino a causa de la corrupción de los hombres; 95% hablan de un diluvio universal; 35% mencionan el ave que fue soltada fuera del arca después del diluvio y 7% citan específicamente al arca.
* El tamaño perfecto del arca de Noé.  Muchas personas no aceptan la historia del diluvio porque tienen dificultad para creer que se hubiese podido construir una embarcación lo suficientemente grande para albergar todas las especies de animales necesarias para repoblar la tierra.  Un célebre taxonomista de la Universidad de Harvard en California llevó a cabo un estudio sobre los diferentes tipos de animales terrestres y acuáticos que componen el reino animal encontrando unas 3.500 especies de mamíferos, 8.600 variedades de aves y 5.700 entre reptiles y anfibios, lo que sumó un total de 17.600 especies diferentes.

La Biblia declara en Génesis 6:15 que el arca tenía ...trescientos codos de longitud... cincuenta codos (de) anchura, y... treinta codos de altura”.  El codo tiene una longitud aproximada de unos 51 centímetros.  Esto nos lleva a concluir que el arca debía tener un volumen aproximado de unos 596.800 metros cúbicos, lo que equivaldría a la capacidad aproximada de 777 vagones de ferrocarril de transporte.

La Biblia dice que Dios le dijo a Noé: “De todo animal limpio tomarás siete parejas, macho y su hembra; mas de los animales que no son limpios, una pareja, el macho y su hembra.  También de las aves de los cielos, siete parejas, macho y hembra, para conservar viva la especie sobre la faz de la tierra” (Gn. 7:2, 3).  Como sería materia de mucho tiempo calcular cuántos animales de las 17.600 especies eran limpios y cuáles no, hagamos un cálculo aproximado y presumamos que la mitad eran limpios y la otra no.  Esto nos daría un total de 79.200 animales.

Supongamos que el tamaño promedio de esos animales corresponde al de una oveja, lo que sin duda es bastante aproximado teniendo en cuenta que gran cantidad de reptiles, anfibios, aves y mamíferos tienen poco tamaño.  Sabemos, además, que un vagón tiene capacidad para transportar 240 ovejas.  Conociendo esto es fácil calcular que se necesitarían 330 vagones para transportar 79.600 animales, lo que vendría a ser 43% del volumen de la capacidad que se le calculó al arca, que como ya dijéramos es igual al de 777 vagones.  Queda entonces bien claro que el arca tenía suficiente espacio para albergar los animales, los alimentos, además del espacio vital necesario para supervivencia durante el tiempo que permaneció lloviendo sobre la tierra.

La primera ley de la termodinámica, la cual declara que la energía no se puede crear ni destruir.  “Los hizo ser eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada” (Sal. 148:6).

* La definición del código genético.  “Pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.  No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves” (1 Co. 15:38, 39).
* La segunda ley de la termodinámica o entropía.  La que implica que con el paso del tiempo las cosas se deterioran hasta terminar por desintegrarse.  “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.  Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados” (Sal. 102:25, 26).
* Las corrientes en los océanos.  “Así dice Jehová, el que abre camino en el mar, y senda en las aguas impetuosas” (Is. 43:16).

                        J. A. Holowaty, Pastor

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