Menu

Escuche Radio América

Boletin dominical - 28/08/11

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

El mundo ha encumbrado la inmoralidad hasta convencer a la presente generación de que no hay tal como… «moral e inmoral».  Que todo depende de lo que cada uno piensa y establece su propia moral.

  Hablamos de los derechos humanos, pero nos preocupamos muy poco por los inocentes, lisiados, ancianos y pobres.  Es mucho lo que se dice y delibera, pero existe muy poca compasión verdadera y cuidado por el prójimo.  Hoy día es más importante la calidad de la vida que la santidad de la misma.  El derecho y la privacidad de los individuos parece ser más importante que las responsabilidades que tenemos unos con otros, el deseo de trabajar por el bien común y el mejoramiento de la sociedad.  ¿Qué les ha ocurrido a la obligación, el altruismo, la responsabilidad, el deber y la preocupación por los demás?

Los crímenes y los actos de violencia abundan en las ciudades, y los departamentos de policía se notan aparentemente incompetentes en sus esfuerzos por controlar el desenfreno.  Se glorifica a los criminales en los periódicos, en los programas de televisión y en las películas, mientras que las víctimas son presentadas gráficamente cuando son asesinadas y mueren.  La tortura, el abuso, las armas de fuego y los cuchillos, son usados constantemente para entretener una cultura que voluntariamente observa violencia, mientras se queja por el auge del crimen en la sociedad.

Cada año son abortados en Estados Unidos más de millón y medio de fetos, el 90% de los cuales son simplemente niños no deseados a los que se les considera “problemas o inconveniencias”. Más del 80% de esos abortos son llevados a cabo en madres solteras, producto de embarazos no deseados como resultado de actividad sexual fuera de los vínculos y responsabilidades del matrimonio.  ¡En la cultura norteamericana han muerto más seres humanos víctimas del aborto, que en todas las guerras y actos criminales de su historia!

La definición del matrimonio, familia e incluso de las cualidades que distinguen al ser humano, ha sido radicalmente cambiada.  Cerca de la mitad de los matrimonios en todo el mundo, terminan en divorcio, forzando a millones de niños a crecer en medio de un ambiente de odio, hostilidad, abuso y soledad.  El modelo de los padres que permanecen unidos de por vida y consideran que la principal misión de su vida es apoyar, estimular, amar y entrenar a sus hijos, ya no es más la norma de nuestra cultura.  El deseo de hacer dinero, tener éxito y divertirse, domina el pensamiento de la mayoría de las personas.  Tal parece que corrieran aprisa tratando de apartarse de las realidades de la vida y de los valores sobre los cuales fue construida la sociedad.

El miedo a la discriminación y la obsesión con garantizar los derechos de los ciudadanos para que crean y hagan lo que mejor les plazca, nos ha llevado a un secularismo que está dispuesto a eliminar cualquier referencia a Dios, la Biblia, principios religiosos y valores tradicionales.  Aquel que cree más, cede su puesto al que cree menos, y aquel que cree menos, debe ahora cederle paso al que no cree nada.  A las personas que abogan por la moral y los valores tradicionales, se les considera negativas, que gustan de juzgar al prójimo, antiintelectuales y faltos de razón.  Nuestro rápido cambio hacia una cultura secular desprovista de compromiso religioso, ¡es ciertamente uno de los hechos más increíbles de este siglo XXI!

La pregunta que se plantea es: ¿Cómo ocurrió todo esto y qué podemos hacer al respecto?  Las respuestas no surgen fácilmente.  La naturaleza humana siempre ha gustado del auto-análisis y la investigación social, pero nunca ha sido capaz de proveer soluciones adecuadas.  Una cosa es saber lo que es bueno y lo que es malo, pero otra bien diferente es hacer lo correcto evitando lo incorrecto.

Debido a la creencia en la habilidad de cada individuo para determinar la moralidad de sus propias acciones, nuestra cultura pone en tela de juicio a cualquier institución, documento o persona que intenta compartirle valores morales a otros.  En una atmósfera filosófica y social desprovista de valores morales absolutos, ahora dependemos totalmente de nuestros sistemas legales y judiciales para determinar lo que es correcto o incorrecto para nosotros.

Las naciones de occidente se vanaglorian porque tienen una sociedad “cuyo gobierno es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.  Mediante el proceso de elegir a sus representantes gubernamentales, aseguran que controlan su propio destino.  No obstante, sufren porque los líderes elegidos poseen muy pocos valores morales.  Hace tres mil años, Salomón el rey de Israel, dijo: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime” (Pr. 29:2).

Los líderes gubernamentales elegidos a menudo se inclinan más por la opinión pública y por la reelección, que por los valores morales.  Pero seamos francos, los líderes de las naciones son sólo un reflejo de su propio pueblo y de lo que ellos mismos creen.  Nosotros a menudo recibimos lo que merecemos.  La falla de la sociedad por entender la moralidad y por aplicar los principios morales básicos y valores a la vida pública, es la raíz de muchas de nuestras aflicciones presentes y decadencia moral.

Los valores morales no pueden ser establecidos sin tener en cuenta al Creador de todo.  La responsabilidad para hacer lo que es correcto y para evitar lo incorrecto se basa en el temor a Dios.  La única Persona que tiene el derecho para determinar los valores morales es quien nos hizo.  Sin embargo, la sociedad secular ha decidido que Él no creó a la humanidad ni al universo material.  El ser supremo de los humanistas es el hombre, no Dios.  De acuerdo con el humanismo secular, el hombre es el único que puede determinar lo que es correcto y lo que es incorrecto.  Esto asume que los humanos son capaces de hacer lo que es correcto una vez lo descubren, pero la historia demuestra lo contrario.

La fundación del sistema legal en el occidente, es una moralidad basada en la herencia judeo-cristiana, una creencia con dogmas morales establecidos por Dios.  En el corazón de casi toda la ley actual occidental está el modelo que conocemos como los Diez Mandamientos, los valores morales dados por Jehová a Moisés hace tres mil años.

J. Holowaty, Pastor

volver arriba