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Boletin dominical - 02/10/11

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

Esta vez vamos a plantearnos esta interrogante: «¿Por qué yo suelo dudar de mi salvación?». Existen varias razones.  Por ejemplo, el desconocimiento de la doctrina de la salvación.

El cristiano, salvo por su fe depositada en Cristo, si desconoce todo cuanto la Palabra de Dios dice al respecto, es natural que dude, especialmente cuando comete algún pecado.  No olvidemos que existen comentarios “bíblicos” al pie de algunas Biblias, donde se insiste que el cristiano debe procurar no perder su salvación.  Note las siguientes palabras cuando el autor cita Filipenses 2:12, su comentario a continuación dice literalmente: «Los creyentes salvados por gracia deben ocuparse en su salvación hasta el final.  Si dejan de hacerlo, perderán la salvación recibida». Esta es una de las herejías más destructivas.  ¿Por qué?  Porque convierte al Señor como si fuera un mentiroso, quien ofrece al pecador vida eterna al recibirlo por Salvador, habiéndose arrepentido de sus pecados, pero luego, ¿cuán eterna es esa vida que recibió, al momento de entregarse al Salvador si luego ya la pierde?  En segundo lugar, queda anulada la gracia divina, y fuera de la gracia no hay salvación: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).

Quienes sostienen que el cristiano tiene el deber de procurar no perder su salvación, no creen en la gracia salvadora.  Escribiendo a los gálatas, Pablo dice: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gá. 1:8).  Le recomiendo leer con cuidado Levítico 27:29: “Ninguna persona separada como anatema podrá ser rescatada; indefectiblemente ha de ser muerta”.

Si el cristiano debe procurar cuidar su salvación para no perderla, ¿qué valor tienen las palabras de Jesús en Juan 10:27-30?: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.  Yo y el Padre uno somos”.

Cuando la Biblia nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”, etc., note bien que es para que el que en él (Cristo) cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.  ¿Cuán eterna es esa vida que el que la tiene la pierde cuando no la cuida?  Esto significaría que, si alguien pudiera vivir sin pecado, Cristo habría muerto innecesariamente.  Es una pena que estos que “ya no pecan más”, porque de haberse manifestado en los días del Señor, él podría ascender al cielo evitando la cruz.  Fue Su sacrificio en el Calvario que nos trajo la salvación mediante la gracia divina.

Pero entonces, ¿por qué solemos ser asaltados por las dudas en cuanto a nuestra salvación?   ¿Cómo podemos superar estas dudas?

Le recomiendo compenetrarse en las siguientes palabras: «CREER, SENTIR y SABER».

Debemos comenzar nuestra nueva vida depositando nuestra fe en Cristo.  Aquí tenemos el… CREER: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1).  Usted como pecador comienza la carrera cristiana depositando su fe en Cristo.  Cuando lo hace, usted obtiene, además de la salvación eterna, la respuesta a muchas interrogantes sobre la creación, incluyendo el hombre.  Luego se nos dice que todo aquel que se acerca a Dios crea que él existe.  Lo mismo se aplica a la salvación.  En cuanto a la creación usted obtiene la información cuando cree en el Creador.  Pero en cuanto a su propia salvación, usted obtiene la información cuando deposita su fe en el Redentor, en el Creador de esa nueva imagen, la nueva criatura: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10).

Vea nuevamente Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Si presta atención, notará que “ninguna condenación” es para aquellos que “no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. ¿Qué pasa con los que andan conforme a la carne?  Deben recodar que hay muchos “jueces” que los estarán torturando condenándolos: la conciencia, la Palabra de Dios, los hermanos de la iglesia, los mensajes que escuchen, etc.

Pero si quiere no sentirse condenado y siempre bien seguro de su salvación, al punto de... “sentirse salvo”, note Romanos 8:16: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”.

 ¿Y qué le parece si agregamos aquí el saber que somos salvos?: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn. 5:13).  Los destinatarios de esta epístola ya habían creído en Cristo, pero ahora Juan les recuerda que son salvos.

Recuerde: CREER, SENTIR y SABER.  Usted recibió a Cristo creyendo en él.  Esto resultó en el perdón de todos sus pecados y obtuvo la vida eterna.  Luego, leyendo la Biblia, usted supo (saber) que es salvo.  Pero... ¡Usted no quiere dudar, sino, además de creer y saber, quiere sentirse salvo todo el tiempo, día y noche!  De ser así, recuerde que esto es para “los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.

No todos los salvos por la gracia divina gozan de la salvación, sino únicamente aquellos que renunciaron a una vida carnal y prefirieron la que es conforme al Espíritu Santo.  Haga la prueba negándose a pecar, y pronto descubrirá que las dudas de su salvación desaparecerán.  Por supuesto que las dudas resultan en una verdadera alarma para que usted saque el mayor partido de esa nueva vida que obtuvo cuando nació de nuevo.  Su salvación depende del Salvador desde el día que usted se entregó a Él hasta su encuentro con Él.  Fue Él quien comenzó en usted la nueva vida, Él es quien la está perfeccionando y es Él quien finalizará haciendo de usted una imagen completamente nueva y libre de todo pecado: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).

J. Holowaty, Pastor

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