Boletin dominical - 15/01/12
- Fecha de publicación: Sábado, 14 Enero 2012, 17:12 horas
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¿Cuánto sabe usted sobre las herejías del pseudo cristianismo? En nuestra columna anterior le entregamos algo sobre el supuesto Corazón de Jesús y el Corazón de María. Sigamos avanzando y conociendo algo más sobre estas extrañas doctrinas que reclaman ser cristianas.
¿Qué le parece si tocamos algo acerca de la La Misa y la Transubstanciación?
Juan el Bautista aclamó al Señor Jesucristo como “…el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Mientras que Hebreos 9:26 dice de Cristo: “…Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”.
El siguiente capítulo de la epístola a los Hebreos pasa a explicar que los sacrificios de animales en tiempos del Antiguo Testamento no podían quitar el pecado, que esto sólo fue posible mediante el sacrificio eficaz de Cristo, el cual fue prefigurado en los sacrificios de animales, por lo cual no tiene que ser repetido: “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:11-14).
La Biblia no puede decir más claramente que la redención de la humanidad fue obtenida una vez y para siempre mediante la muerte expiatoria, entierro y resurrección de Cristo, “...porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (He. 7:27b). Lo único que se necesita es que la humanidad se reconcilie completamente con Dios: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna... y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 3:36a; 5:24b).
El sacrificio del Señor Jesucristo logró nuestra redención completa y eterna, nos dio salvación, perdón de pecados y liberación por el castigo que exigía la justicia de Dios. Su muerte procuró vida eterna y un hogar celestial como dádiva gratuita de la gracia de Dios para esos que reciben a Cristo como Señor y Salvador.
Un poco antes de entregarle el espíritu a su Padre celestial, el Señor Jesucristo exclamó triunfante desde la cruz: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30). El intentar hacer cualquier ofrenda adicional o algo más a fin de recibir el perdón de pecados y la aceptación de Dios, es negar la suficiencia de lo que el propio Cristo ya ha completado y Dios ha aceptado.
Verdaderamente, cualquier intento por ofrecerle a Dios algo más en adición al sacrificio del Señor Jesucristo hecho una vez y para siempre, constituye un rechazo a la salvación que ofrece Dios. Si el sacrificio que hizo Cristo de sí mismo sobre la cruz no es suficiente, entonces... ¿Qué es y cómo sabremos qué es? ¿Cuántas veces más debe el Señor ser ofrecido sobre los altares católicos?
Mientras los católicos insisten en que el sacrificio de Cristo no fue suficiente, no pueden afirmar ni decir cuántas misas deben ofrecerse, cuántos rosarios hay que rezar, cuántas limosnas hay que dar, cuánto tiempo deben sufrir las almas en el purgatorio a fin de pagar la deuda a la justicia infinita de Dios y cuándo llegan finalmente las almas al cielo.
Considere la siguiente enseñanza católica, tal como aparece en la publicación The Fatime Crusader, de noviembre y diciembre de 1986, la revista oficial de la Cruzada Internacional del Rosario de Fátima: «A la hora de la muerte las santas misas que usted ha asistido devotamente serán su mayor consolación. Cada misa irá con usted al juicio y contará para su perdón (Pero... ¿Cuán efectivamente y hasta dónde?). Con cada misa usted podrá disminuir el castigo temporal debido a sus pecados, de acuerdo con su fervor (¡qué cosa más vaga y absurda!)... A través del Santo Sacrificio, nuestro Señor Jesucristo suple para muchas (Pero... ¿Para cuáles? ¿por qué no todas?) de sus negligencias y omisiones... Al escuchar la Santa Misa piadosamente usted le provee a las almas en el purgatorio el mayor alivio posible... También acorta su purgatorio con cada misa».
El dogma del catolicismo romano es claro: La muerte de Cristo sobre la cruz, en lugar de ser el sacrificio completo hecho de una vez y para siempre por los pecados, es simplemente el “primer abono”. Incluso después que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó triunfante, todavía permanece una deuda gigantesca que debe pagarse por completo con un sin fin de misas, limosnas, buenas obras, rosarios, sufrimiento aquí y en el purgatorio, etc.
No se puede negar que ese es el “otro evangelio” sobre el que predicó Pablo y sobre el cual porta testimonio la entera Biblia. Por lo tanto, es apropiado recordar una vez más las advertencias de Pablo: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gá. 1:8).
En lugar de fe en Quien concede vida eterna como una dádiva gratuita de su gracia, los católicos romanos lo sustituyen con la enseñanza de la transubstanciación que tiene lugar en la misa, cuando el pan y el vino supuestamente, y por un acto mágico, se transforman en la carne y sangre de Cristo. La salvación entonces es afectada, no por el sacrificio hecho de una vez y para siempre por Cristo al darse a sí mismo sobre la cruz por nuestros pecados, sino por los sacerdotes católicos romanos ofreciendo una y otra vez su cuerpo y sangre y participando fielmente de él. Es claro entonces que la misa nulifica el sacrificio logrado plenamente por Cristo, “…el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios...” (He. 9:14), y contradice la enseñanza bíblica de que “…con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:14).
La misa también nulifica la resurrección de Cristo. A través de la misa, su cuerpo inmortal resucitado, el cual ya no contiene sangre porque la derramó hasta morir sobre la cruz del Calvario, se transforma en mortal, en el cuerpo sustentado con sangre que Cristo tenía antes de morir, anulando así su sacrificio perfecto. No asombra entonces que tantos hubieran preferido morir en la hoguera antes de confesar la herejía por medio de la cual negaban Escrituras como Hechos 9:24-28; 10:11-14, 18.
De acuerdo con el dogma católico romano, la participación física del Sacramento de la Misa, al igual que el acto físico del bautismo, producen beneficios espirituales. Esta enseñanza se deriva de dos declaraciones que hiciera el Señor Jesucristo (Jn. 6:53; Mt. 26:26-28).
Pastor, J. A. Holowaty