Boletin dominical - 22/01/12
- Fecha de publicación: Sábado, 21 Enero 2012, 18:15 horas
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Continuaremos todavía con la cuestión «La misa» y «La transubstanciación», porque es necesario que conozcamos bien las herejías que son parte del “cristianismo” adulterado.
En el número anterior, terminamos con las citas de Juan 6:53 y Mateo 26:26-28.
La lectura cuidadosa de estos pasajes confirma lo que el sentido común demanda: que el Señor Jesucristo no estaba apoyando el canibalismo, el comer y beber de su carne y sangre literal. Tampoco dijo que hacer esto contribuía a la salvación personal. En primera instancia, en este mismo discurso Cristo dijo que esos que creyeran en Él tendrían vida eterna. Por lo tanto, es obvio que dejó claro que «comer» y «beber» significaba CREER. Que era necesario creer que Él, el Creador del universo, había venido a la tierra, no como una aparición o en un cuerpo espiritual, sino como un hombre real de carne y hueso para morir por nuestros pecados: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí CREE, no tendrá sed jamás... Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y CREE en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.... De cierto, de cierto os digo: El que CREE en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida.... El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:35, 40, 47, 48, 63).
En segunda instancia, el Señor estaba sentado en presencia de sus apóstoles en su cuerpo físico, cuando dijo sobre el pan que sostenía en su mano: “esto es mi cuerpo”. Ninguno de los discípulos que estaban con Él, podía pensar en forma razonable que el pan se convertiría en su cuerpo físico literal, ya que el Señor se encontraba claramente visible ante ellos en su forma normal. Tampoco dijo que «el pan más tarde se convertiría en su cuerpo», sino “Esto es mi cuerpo”. El único significado es que el pan y el vino eran símbolos de su cuerpo y sangre.
El catolicismo se enorgullece de tomar las palabras de Cristo en estos pasajes en forma literal. La regla para discernir cuándo hay que tomar la Escritura literalmente y cuándo figurativamente, es aceptarla siempre literalmente a menos que no tenga sentido o que no sea necesario hacerlo. Sin duda no tiene sentido sugerir que Cristo, mientras estaba presente en su cuerpo físico, quiso decir que la hogaza de pan que sostenía en sus manos era también su cuerpo literal. Tampoco tiene sentido que el cuerpo de Cristo se multiplique interminablemente por todo el mundo millones de veces para que se lo coman una y otra vez. Esta práctica de ninguna manera corresponde con las palabras textuales del Señor Jesucristo, porque ese “cuerpo mágico” de ninguna manera puede ser su cuerpo literal.
Si aceptamos esto, tendríamos que aceptar textualmente las palabras del Señor Jesucristo cuando dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:51). También tendríamos que aceptar literalmente que el Señor Jesucristo es pastor y que nosotros somos ovejas, ya que dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:11), o que es literalmente una puerta: “De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn. 10:7). O que es la luz: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo...” (Jn. 8:12).
El interpretar literalmente las declaraciones del Señor Jesucristo concerniente a comer su carne y beber su sangre, contradice y socava el propio evangelio que predicara Cristo, esa salvación se alcanza creyendo en lo que Él hizo, no a través de una obra física que tengamos que hacer nosotros.
El efecto de la herejía de la transubstanciación, es hacer que la salvación dependa del acto físico y repetido de comer la carne y beber la sangre, que el Señor Jesucristo tenía antes de su crucifixión y resurrección, sin indicación alguna de cuántas veces hay que hacerlo. Esta salvación nunca se completa, porque el sacerdote debe una y otra vez transformar más pan y vino en cuerpo y sangre, para que así los fieles puedan participar repetidamente de este sacramento durante la misa.
La transformación mágica del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo sólo pueden realizarla los sacerdotes sobre los altares católico romanos. Por lo tanto, para los católicos la salvación depende, no de la fe personal y una relación con el Cristo resucitado y glorificado que murió por nuestros pecados, sino en la relación personal con la iglesia y en la participación de esos sacramentos administrados y decretados por ella, los cuales son esenciales para la salvación.
Además, la doctrina de la transubstanciación niega que Cristo vino una sola vez y para siempre en la carne, así como niega que murió y fue sacrificado una vez y para siempre. De acuerdo con 1 Juan 4:3, esta es una enseñanza del Anticristo: “Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo...”
Según el dogma católico, Cristo viene una y otra vez en la carne, sobre los miles de altares católico romanos alrededor del mundo como hostia, que se transforma una y otra vez en su cuerpo. Tampoco tiene un cuerpo físico como enseña la Biblia, sino que su “cuerpo” está en exhibición en miles de lugares al mismo tiempo. Como Dios, el Señor Jesucristo es omnipresente en Espíritu, pero no existe tal cosa como un cuerpo omnipresente.
Una de estas hojas con explicaciones dadas en la Iglesia del Sagrado Corazón, situada en Montmartre, una parte alta de París, declara: «Encima del altar mayor una custodia que contiene el pan transformado en el cuerpo de Cristo durante la misa ha estado solemnemente expuesta desde 1855, para la adoración ininterrumpida tanto en la noche como en el día. Esos que toman parte en esta plegaria de adoración son el vínculo entre Cristo y las personas de su esfera social, de su país y del mundo entero...»
Incluso aun después de atribuirles poderes heréticos, el bautismo y la misa no son suficientes. La insistencia del catolicismo de que la expiación llevada a cabo por el Señor Jesucristo sobre la cruz no nos limpia completamente el pecado ni nos libra del castigo, requiere mucho más ritual y esfuerzo: las buenas obras, rezos, penitencias, rezar el rosario una y otra vez, mortificarse el cuerpo, ayunar, usar escapularios, medallas, etc. Esta lista continúa, y a esto tendríamos que añadir, que hay muchos que a cada rato están inventando nuevos medios de gracia. Son innumerables las cosas que requiere la Iglesia Católica para poder llegar finalmente al cielo.
Pero nadie, ni siquiera el Papa puede calcular cuántas misas tienen que ofrecerse, cuánto sufrimiento hay que soportar, ni cuántos rosarios hay que rezar. Los católicos nunca dicen qué es suficiente. La iglesia permanece extrañamente silenciosa respecto a las preguntas más importantes.
Pastor J. A .Holowaty