Boletin dominical - 12-02-12
- Fecha de publicación: Domingo, 04 Marzo 2012, 08:39 horas
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Desde hace algunos domingos estamos describiendo las enseñanzas del catolicismo romano. Hay algo más que queda en el tintero y que tiene que ver con las “aves” de María y los “píos” de los Papas.
El tal… “Pío” que nació el 25 mayo de 1887 en Pietrelcina, Italia y falleció en San Giovanni Rotondo el 23 de septiembre de 1968, deseaba morir por los pecadores, a fin de librarlos del purgatorio (que no existe) y de la condenación (que sí existe).
El 10 de noviembre de 1910, después de ser sacerdote por sólo tres meses, el padre Pío, quien pronto se volvería famoso, le escribió una carta a su Padre Provincial. Esto fue lo que publicó el boletín de La Fundación del Padre Pío de América y la Asociación de Misas, del mes de agosto de 1988, sobre esta carta, que decía en parte: «Mi querido Padre, deseo solicitar su permiso para hacer algo. Desde hace ya algún tiempo, he sentido la necesidad de ofrecerme a mí mismo al Señor como una víctima por los pobres pecadores y las almas en el Purgatorio... Le he implorado al Señor que derrame sobre mí el castigo preparado para esas almas, de tal manera que ellas puedan ser consoladas y admitidas rápidamente en el Paraíso».
Mientras que el deseo del padre Pío de ser castigado por los pecadores era un sentimiento admirable, fue un insulto para el Señor Jesucristo, quien pagó completamente por la deuda de nuestros pecados, como nuestro único y suficiente Salvador. El padre Pío durante un período de 30 años, supuestamente evidenció su sufrimiento por las almas en el purgatorio a través de los estigmas, un sangramiento misterioso en las palmas de las manos, al compartir presuntamente los sufrimientos de Cristo. El padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio del 2002.
Como ya hiciera notar, el Señor Jesucristo exclamó triunfante desde la cruz “¡Consumado es!” (Jn. 19:30), anunciando que la pena demandada por la justicia infinita de Dios había sido pagada por completo. Sus sufrimientos acabaron. Él ahora está en el cielo en cuerpo resucitado y glorificado, y por ende no sangra más. Es una gran herejía asegurar que el sangramiento y sufrimiento continúa a través de otros a fin de ayudar a cancelar la deuda que el Señor Jesucristo ya pagó por completo. Pese a todo, esa es la mentira inherente en la misa y en otros sacramentos de la iglesia católica romana.
Su rechazo deliberado a las claras enseñanzas de la Biblia, hicieron que el padre Pío quedara expuesto a un gran engaño demoníaco. Profundamente devoto de Nuestra Señora de Fátima, quien supuestamente le curó de una enfermedad en 1959, aseguraba que «millones de almas de difuntos asistían a sus misas y que se detenían en su celda para darle las gracias por ayudarles en su camino al Paraíso». Estos espíritus no eran figuras de su imaginación. Aseguraba que los veía con sus ojos físicos. Es casi incomprensible que un hombre pudiera estar tan seguro de servir a Dios mientras realmente estaba asociándose con demonios.
El purgatorio permanece entre cada católico y el cielo, no importa cuán devoto sea. El dogma de la iglesia requiere que unos sufran por más tiempo que otros, dependiendo de cuántos rosarios rezaron, a cuántas misas asistieron, cuántas misas oficiaron por su descanso y cuántas indulgencias ganaron por diferentes medios. Algunos sólo están en el purgatorio por una semana, porque María, “quien sí completó lo que Cristo no pudo”, ha prometido liberación especial a esos fieles que llevan puesto “su escapulario”.
El escapulario consiste de dos pedazos de tela marrón, uno contiene la promesa de María, y el otro un cuadro de María con el niño Jesús. Una pieza se lleva puesta en el pecho y la otra en la espalda y están unidas una con otra por dos cordones del mismo color. María supuestamente se le apareció a San Simón Stock el 16 de julio de 1251 y le dio “La Gran Promesa” que desde entonces ha servido de consuelo a millones de católicos: «Que cualquiera que muera llevando puesto su escapulario no sufrirá el fuego eterno».
En el año 1322 el papa Juan XXII recibió una promesa adicional de “María” conocida como “El Privilegio Sabatino”. Y esta promesa dice: «Yo, la Madre de Gracia, descenderé el sábado después de la muerte de ellos y quienquiera que se encuentre en el Purgatorio que tuviera puesto el escapulario cuando murió, lo pondré en libertad». La famosa plegaria de San Simón Stock finaliza así: «¡Oh Dulce Corazón de María, sé nuestra salvación!».
Otro efecto obvio de la doctrina del purgatorio, es eliminar la esperanza de resurrección simultánea de todos los que han muerto creyendo en Cristo. Esto sería imposible a menos que cada alma tuviera que esperar hasta que el último católico hubiera purgado sus culpas en el purgatorio o fuera puesto en libertad por María. Tampoco podría haber un rapto de creyentes vivos, quienes no han ido siquiera al purgatorio y por lo tanto no han purgado suficientemente sus culpas para entrar en el cielo. Por lo tanto los católicos no esperan al Señor Jesucristo en el rapto.
Pese a todos esos dogmas erróneos, todavía hay esperanza para los católicos, la puerta del perdón y de la gracia de Dios todavía está abierta. El Señor Jesucristo todavía está diciendo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). Lea también estas palabras del apóstol Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
Hay muchos evangélicos y católicos romanos que ignoran cuán diametralmente opuestos son los dogmas católicos de la Palabra de Dios. Es necesario decir la verdad. Los católicos que creen que son cristianos deben ser confrontados en amor con la verdad. Los evangélicos deben ser fieles a la Palabra para que puedan proclamar el evangelio a los católicos en lugar de unirse a ellos bajo un falso evangelio.
J. Holowaty, Pastor