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Boletin dominical - 09/09/12

  • Fecha de publicación: Sábado, 08 Septiembre 2012, 18:32 horas

     ¿Pensó alguna vez en la posibilidad de alguien que se ofrezca para morir en lugar de algún amigo?  Pablo escribió a los romanos diciendo: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.  Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:7, 8).

 El famoso Dionisio, tirano de Sicilia, condenó a muerte a un ciudadano, negándose resueltamente a indultarle.

«Voy a pediros un postrer favor» —dijo un reo a Dionisio.
«Te lo concederé, menos la vida».
«Tengo esposa e hijos.  Los negocios de mi casa se hallan en malas condiciones; mi familia queda totalmente arruinada si no voy yo mismo para arreglarlo».
«Es imposible lo que pides» —dijo Dionisio.
«Si me concedéis diez días —replicó el preso— juro que antes que termine el plazo estaré a vuestra disposición.  Si encuentro un amigo que se encierre en la prisión y con su cabeza responda por la mía, ¿me daréis, oh rey, la licencia?».

Extrañado el rey, y creyendo imposible tal proposición, respondió: —«Si hay alguien que responda por ti, como has dicho, te daré veinte días».
Aquella misma tarde, el reo se puso en camino, pues uno de sus amigos se constituyó en prisionero.  Pasaron diez, doce, quince, diecinueve días; llegó el vigésimo, y el verdadero condenado no se había presentado.  Dionisio fue a la cárcel y preguntó:

«¿Sabes qué día es hoy?».
«Lo sé, oh rey Dionisio; es el vigésimo».
«¿Sabes que morirás a las doce?  ¿No temes la muerte?».
«Sé que no moriré».
«¿Esperas acaso que yo te perdone?».
«No, espero que venga mi amigo y estoy seguro que vendrá».

Dionisio le contempló lleno de asombro.

Sacaron al reo al lugar de la ejecución.  El verdugo afilaba la espada homicida con la que había de cortar la cabeza.  La hora se aproximaba, cuando de repente se oyó una voz: — «¡Esperad! ¡Esperad!» —y se vio a un hombre que se abría paso entre la multitud.  Abrazó a su amigo y dirigiéndose al verdugo dijo:

«Aquí tienes mi cabeza.  Córtala».«No, yo os perdono —añadió Dionisio—, pero pongo una condición a los dos: sois dos amigos, pero quiero que en lo sucesivo seamos tres».

Hay otro tirano, llamado Satanás, quien jamás tuvo compasión de nadie, ya que su oficio es dejar viudas, huérfanos, y ríos de lágrimas.  Él es también el fabricante de las religiones, pretendiendo con esto alejar a los pecadores del único Salvador.  El mundo está plagado de religiosos, porque el rebaño del tirano Satanás es en extremo numeroso.  A sus agentes los podemos ver en las catedrales, enseñando la idolatría.  Los podemos ver encabezando las llamadas “mega-iglesias”.  Muy numerosas por cierto, pero esto no nos debe sorprender, porque el mismo Señor nos advierte de dos caminos.  Uno ancho, cómodo y con mucho tráfico.  El otro, es un camino angosto, nada atractivo y pocos transitan por él.  Lo mismo habló de puerta ancha y puerta angosta.  El Señor aconseja entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto, si deseamos llegar al mismo cielo y gozar de la vida eterna: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13, 14).

En los días del misionero apóstol Pablo, un guardiacárcel le preguntó qué debía hacer para ser salvo.  La respuesta fue: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” (Hch. 16:31).  Lo que entonces fue el recurso para la salvación, lo es, hasta el presente.

Hablando de la salvación del pecador, debemos recordar que la salvación es eterna desde el momento que el pecador arrepentido deposita su fe en Cristo.  La buena conducta del ex perdido y condenado no es parte de su salvación, sino que debe ser el resultado de una salvación que el pecador obtuvo por pura gracia divina.  El Salvador no necesita la ayuda del pecador para salvarlo.  Todo tiene su lugar: Por un lado, el pecador arrepentido que deposita su fe en el Salvador y por el otro, el Salvador que lo salvó completamente: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12, 13).

No hay salvación fuera de la gracia divina: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).  Nunca olvidemos que la salvación no se compra, porque tampoco se vende.  Es un regalo de parte del Salvador para el pecador perdido.  Entonces... ¿No importa cómo se conduce el pecador ya salvo?  Sí, importa, pero no para salvarse porque ya lo es.  Ese pecador acaba de obtener esa nueva naturaleza para que pueda vivir esa vida nueva: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10).  El mundo está desesperado por ver cómo funciona esa vida nueva que el cristiano regenerado dice tener.  La vida nueva no debe conformarse con una nueva teoría, sino que debe ser vista incluso por aquellos que nada saben de la salvación.  Debe distinguirse tanto del resto de las personas, que la gente pueda incluso conocer al Señor por el sólo hecho de ver la conducta de aquellos que ya son salvos.  Usted debe practicar las buenas obras no para ser salvo, sino porque ya lo es: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16).  Mientras estamos en este mundo debemos ser luz del mundo.
Jesús, hablando de sí mismo dijo: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Jn. 9:5).  Cada cristiano debe poder decir lo mismo, sabiendo que... «entre tanto que está en el mundo» debe ser luz para los millones que andan sin rumbo, en tinieblas.  Debemos ser como faros para que el pecador perdido sepa cómo llegar al Salvador y obtener el perdón de sus pecados.

Si usted no es salvo, no tiene más que humillarse delante del único Salvador, confesarle sus pecados, aceptar Su perdón depositando su fe en él, ya que no hay salvación fuera de Cristo Jesús.  Ni la iglesia, ni las buenas obras, ni sacrificio alguno que hagamos jamás nos salvará.

       J. Holowaty, Pastor

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