Boletin dominical - 27/01/13
- Fecha de publicación: Sábado, 26 Enero 2013, 17:58 horas
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Si hay alguna lección que los cristianos debemos aprender, es el tema de la oración. Son muchos los cristianos que se quejan de no recibir contestación a sus plegarias. Oran, sí, una y otra vez, pero luego se cansan de esperar la respuesta y prácticamente dejan de orar. La Biblia habla del problema de «pedir mal»: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Stg. 4:2, 3).
Otro detalle que olvidamos al orar, es que Dios sí nos oye, pero es Él quien determina la respuesta y el mejor momento. Todavía tenemos que recordar que muchas veces la respuesta ya la tenemos, pero no era lo que esperábamos, por eso pensamos que lo que el Señor nos dio, si es que algo nos dio en respuesta a nuestra oración, resultó ser mucho más “barato” de lo que esperábamos.
Me inspiró esta Columna una nota que nos envió uno de nuestros oyentes de México. Aquí va su carta y su respuesta respectivamente:
«Saludos hermanos, Dios los bendiga desde Guanajuato, México. Por favor hermanos, os ruego sus oraciones para la familia Olmos Lira. El motivo: mi esposa junto con un hermano son propietarios de una casa que les dejó como herencia su mamá al morir, pero también dejó problemas y más problemas. En el año 2011 estuvo a punto de ser embargada la casa por culpa del hermano de mi esposa, ya que él fue aval de un préstamo de uno de sus hermanos. Gracias a Dios se detuvo el embargo, y en 2011 y 2012 vivimos con cierta tranquilidad, pero nuevamente en este tramo del año vuelven los problemas. Les pido en oración concretar mi trabajo y que Dios provea por medio de éste para pagar una renta e irnos de esta casa, dividirla y reconstruirla. Cabe mencionar que en este momento no tengo trabajo y vivimos del empleo de mi esposa. He cometido pecado al no proveer para los míos. Hay la esperanza que el día de hoy (14/12/2012) pueda obtener uno. Hermanos, oren por la familia Olmos Lira. Constantemente nos alimentamos con este ministerio de radio-iglesia. Nos reunimos en la Iglesia Cristiana Bautista Resurrección Vida Nueva, los cuatro integrantes de esta familia: mi esposa y mis dos hijos. Ayúdenme por favor a orar. Dios los bendiga. Espero su respuesta por este medio, gracias. Atte. José L. Olmos».
Notemos ahora algunos principios bíblicos que nunca debemos olvidar, especialmente cuando nuestra plegaria involucra cuestiones legales.
1. ¿Cuál sería el mejor abogado para que podamos resolver el problema?
Debemos procurar a uno experimentado en lo que buscamos. Especial cuidado en todo esto. Incluso conocimos a uno que se nos presentó como abogado, hasta que fue descubierto que no se trataba de tal personaje. Engañó a unos cuantos hermanos, especialmente a las damas, ofreciéndose como para resolver su problema. Se le pagó, pasaron los días, los meses y los años, pero el pobre cliente se quedó “sin el pan y sin la torta”.
Lo primero que debemos hacer es recurrir al único Abogado que no cobra honorarios y que nunca pierde un pleito. Conózcalo en 1 Juan 2:1, 2: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.
2. Si desea saber cómo contactarse con Él, recuerde que la Palabra de Dios no nos impide recurrir a las autoridades que nos gobiernan. Notemos lo que Job dice de este Abogado: “¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer? He aquí, en sus santos no confía, y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la iniquidad como agua?” (Job 15:14-16). En los ojos de nuestro Creador nada es limpio, ni aun los cielos. Debido a esto es que fue Dios mismo quien organizó la sociedad mundial proveyendo ciertas autoridades que están para ayudarnos: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Ro. 13:1-7).
3. Si queremos que el Abogado que nada cobra ni jamás pierde un pleito sea nuestro abogado, debemos recordar que lo de Romanos 13:1-7 es Su palabra, tan inspirada como el resto de las Escrituras.
No, no debemos desmayar en la oración. Cuando buscamos la ayuda del Señor, dejemos que Él decida cómo y cuándo respondernos.
Un joven americano llamado Leo, después de vivir indiferente toda su juventud, recibió a Jesucristo como Salvador personal. Ya salvo, se casó con una joven también cristiana.
Tres días antes de llegar a ser padre y siendo soldado, tuvo que embarcar en un avión militar para una peligrosa misión. Antes de que el avión partiera, telefoneó a su esposa y le dijo: «Amada mía, ora a Dios por tu Leo». Aquella noche, llegando el avión al punto de destino, el comandante ordenó a los soldados lanzarse al vacío.
Leo era el segundo en la fila. Pero el compañero delante de él, muy nervioso le rogó que pasase él primero. Leo, confiando en Dios, obedeció a su compañero. Cuando su paracaídas se habría una terrible explosión casi le hizo perder el sentido a Leo. El avión había sido tocado, de modo que todos perecieron en la explosión, excepto Leo.
¿Valió la pena la oración de su esposa? ¿Fue una casualidad o la intervención divina? Decídalo usted mismo.
J. Holowaty, Pastor