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¿Próximos a partir? - P VI

  • Fecha de publicación: Sábado, 29 Agosto 2020, 14:11 horas

Este mensaje que fuera escrito por el Pastor José Holowaty a finales de la década de 1980, fue muy importante y esclarecedor en ese tiempo, pero hoy lo es mucho más.  Al leerlo se advertirá de cómo Dios facultó a su siervo para que hiciera una proyección de lo que estaba ocurriendo entonces, permitiéndole por medio del estudio de su Palabra, que anticipara lo que está sucediendo ahora.

¿Está preparado para el Rapto?

La pregunta más acertada en el presente caso sería: ¿Soy una persona regenerada? ¿Pertenezco a la familia de Dios? ¿Cómo puedo saber si de verdad soy un hijo de Dios?  Jesús comparó al cristiano como a una persona nacida de nuevo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:3, 5).

El “nuevo nacimiento, el espiritual, es indispensable para la salvación.  Se produce gracias a una combinación del “agua y el Espíritu”.  Estos dos elementos intervienen en cada caso de salvación.  El “agua” es sin lugar a dudas la Palabra de Dios.  Por favor, no se le ocurra confundir el agua con el bautismo, porque el bautismo es una obra, y la salvación “no [es] por obras”.  El bautismo es para los que ya son salvos, pero el agua de la que habla Jesús aquí, es para los que todavía no lo son, ésta es el agua a que Él se refiere: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Jn. 15:3).

Jesús dice claramente, que la palabra que les habló los limpió, incluso a Judas.  Tan limpio estaba Judas, en su forma de comportarse, de hablar y de opinar, que a ninguno de los once se le ocurrió pensar jamás que en realidad era un traidor.  La Palabra de Dios sí limpia, pero la regeneración proviene del poder del Espíritu Santo.  Jesús dijo, que el pecador debe nacer del agua y del Espíritu.  El Espíritu Santo únicamente interviene cuando la limpieza espiritual e interna es producto de la Palabra de Dios y cuando el pecador se arrepiente: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).

Por supuesto que no todos los que oyen la Palabra de Dios realmente son salvos.  En la parábola del sembrador, notamos que solamente uno de cada cuatro que oyen la Palabra de Dios, termina finalmente por creer.  Judas fue uno de los que oyeron, pero que no fue salvo.  La Palabra de Dios, a semejanza del agua para el cuerpo, limpia la mente y nos ayuda en nuestra conducta.  La Palabra de Dios nos hace ver nuestra necesidad del perdón de Dios, y después de ser sus hijos, al nacer de nuevo, mediante el poder del Espíritu Santo, esa misma Palabra nos ayuda a conducirnos en pureza y santidad.

¿Quiere estar seguro de que ha nacido de nuevo?

Como la expresión “nuevo nacimiento” ha caído en el desprestigio, hoy en día no es muy agradable pertenecer a los “nacidos de nuevo”.  Después de tantos escándalos públicos de inmoralidad, robo y engaño, lo del “nuevo nacimiento” no parece gran cosa.  Sin embargo, el que ha nacido de nuevo, no es necesariamente el que trabaja mucho para el Señor; que usa la radio, la televisión, escribe muchos libros, organiza reuniones multitudinarias, etc.  El nacido de nuevo exhibe ciertas características que son comunes para todos los hijos de Dios.

1 - Es alguien que llora.  Es sabido que cuando nace un bebé, lo primero que hace es llorar.  Si no llora, el pediatra o la comadrona lo hacen llorar.  Durante algún tiempo, el único medio que tiene para comunicar sus necesidades es por medio del llanto.  Gime cuando quiere comer, cuando quiere dormir, cuando necesita higiene, cuando se siente indispuesto, si está incómodo, así sea sentado o acostado.  Pero... ¿Cómo llora el recién nacido espiritual?  Hará algo que nunca había hecho, ¡orar!

Es posible que durante toda su vida estuviera rezando, pero no estaba orando.  El nacido de nuevo ahora sabrá orar para pedir y para agradecer.  Nunca lo había hecho antes, pero ahora sí.  Este hombre o mujer buscan un lugar secreto para orar.  A veces lo hacen en público, pero por lo general prefieren “llorar” a solas delante del Señor.  Así que si experimenta un deseo irresistible de orar y suele acudir a Dios diariamente, es una señal de que usted ha nacido de nuevo.  Si no ora es un bebé en el ataúd que necesita resucitar para la nueva vida.  ¡Los cadáveres no lloran!  Si quiere completo silencio, vaya a los cementerios y a las morgues.

2. Es alguien que se alimenta.  El bebé recién nacido, además de llorar, se alimenta.  Eso sí, al principio solamente leche, porque no podrá digerir el alimento sólido por ser todavía un bebé: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 P. 2:2, 3).  El Salmista dice: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Sal. 119:103).  “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos” (Jer. 15:16).  “Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que yo te doy” (Ez. 2:8).  Jesús dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).

En todos estos casos se habla alegóricamente, pero se dan claras indicaciones del amor que tienen a la Palabra de Dios aquellos que son sus hijos.  Si un enfermo se niega a comer porque no tiene apetito, y esto continúa por varios días, el médico se alarmará seriamente.  Ya que no es normal que una persona no coma.  Mientras que es completamente normal que un cadáver no coma.  Si no le interesa la Biblia, la Palabra de Dios, si no la lee, ni siente su ausencia en su vida, no la escucha ni tiene interés en recibirla, es muy posible que usted no sea salvo.

3. Es alguien que aprende a escuchar.  El bebé aprende a escuchar y a distinguir las voces.  Por ejemplo, a muy corta edad reconoce ya el timbre de la voz de su madre y padre.  El cristiano, a medida que va madurando en el conocimiento de la Palabra de Dios, poco a poco comienza a distinguir lo falso de lo verdadero, al punto que dentro de pocos años, difícilmente alguien podrá engañarlo con alguna enseñanza extraña a la Biblia.

El bebé aprende a distinguir las voces por la frecuencia con que las escucha.  Así también el nuevo cristiano, el bebé espiritual.  Entre más tiempo pase leyendo la Biblia y escuchando mensajes bíblicos, más rápido y mejor sabrá distinguir lo falso de lo verdadero.  ¿Le gusta escuchar grabaciones con mensajes y música cristiana? ¿Disfruta hablando de temas relacionados con temas bíblicos? ¿Le gusta reunirse con personas que aporten a su vida espiritual? ¿Le gusta leer libros que traten asuntos cristianos, como doctrinas, biografías de misioneros, comentarios bíblicos y cosas de ese tipo?  Leyendo y escuchando uno realmente aprende.

4. Tiene interés por el compañerismo.  Al bebé generalmente no le gusta estar solo, busca la compañía, ya sea de sus padres, hermanos o de alguien que le es familiar.  Con frecuencia no le tiene confianza a una persona extraña y prefiere no ir a sus brazos.  Para el cristiano todo lo mundano debe serle extraño y siempre sospechoso.  Es natural que los cristianos se reúnan.  Por ejemplo, Lucas nos dice que cuando se produjo el advenimiento del Espíritu Santo, “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hch. 2:1).

Dios bendijo copiosamente a la Iglesia, al punto que muy pronto ya eran miles los salvos, y entonces leemos: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch. 2:41, 42).  “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas... Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hch. 2:44, 46, 47).

Era completamente normal, natural, que los que creían, buscaran siempre la comunión con otros que también habían creído.  El deseo de estar junto con los hermanos, de cantar y orar con los demás, es natural, es una necesidad y beneficia grandemente a quienes tienen ese denominador común, que es la salvación en Cristo.  Si a usted le atrae tener compañerismo con los hermanos, si espera ansioso el día de los servicios en el templo, si le son provechosas las reuniones de oración, de adoración, de edificación, de estudios bíblicos.  Si es algo que anhela de corazón, eso puede ser un indicativo de que usted es hijo de Dios.  Pero si en lugar de buscar a los hermanos, busca al “señor Excusa” para evitar reunirse con los demás, triste es decírselo, pero es casi seguro, ¡qué usted no pertenece, ni al grupo de los hermanos, ni al Señor que los salvó, ni al Espíritu Santo que reina entre ellos!  “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.  Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca” (He. 10:23-25).

Resumiendo, podemos decir:

-  Los cristianos siempre se reunían para estar juntos.
-  Unidos partían el pan y conmemoraban la muerte del Señor.
-  Solían cultivar el compañerismo comiendo juntos y compartiendo entre sí.
-  Oraban fervientemente juntos.
-  Exponían y escuchaban juntos la Palabra de Dios.
-  Recibían dirección, amonestación y fortalecimiento en sus reuniones.

Siempre era señal de decaimiento espiritual si un hermano dejaba de congregarse.  En el mejor de los casos, la persona que no tiene interés en congregarse, es un cristiano carnal y espiritualmente débil.  En el peor, se trata de alguien que ni siquiera es regenerado.  En este último caso se justifica su virtual desprecio por los hermanos, a las reuniones, actividades de la iglesia, la lectura y el estudio de la Biblia, su falta de interés por la música cristiana, los principios cristianos y todo cuanto tiene que ver con la vida de los redimidos. 
La persona no regenerada tiene sus amigos entre los incrédulos, no para evangelizarlos, sino porque con ellos se siente a gusto, ya que estima que quienes asisten a la iglesia... o son anticuados, ignorantes o simplemente hipócritas.  ¿Ha escuchado alguna vez estos argumentos de un joven o a una señorita que poco a poco se van alejando de la iglesia y prefieren la vida y las amistades mundanas?  Si este es el caso, propóngase a evangelizarlo, porque todavía no es salvo.  No alimente a un cadáver; dele vida antes y luego sí, ¡comience a alimentarlo!

5. El niño no siempre es un niño.  Otro aspecto de un bebé es que no siempre es bebé.  Sigue desarrollándose hasta ser una persona adulta, que se vale por sí mismo sin depender de la madre o de alguien que lo cuide.  Así también es en la vida cristiana.  Si realmente es hijo de Dios, seguramente va avanzando en el conocimiento de Su Palabra y por lo menos se pueden ver los siguientes resultados: Conoce bastante bien su Biblia y entiende muchas cosas que antes no entendía.  Es porque el Espíritu Santo que mora en cada hombre y mujer redimido se lo revela.  Su carácter y reacciones para con los suyos, los extraños y los hermanos en la fe es diferente.  Si antes era intolerante, pendenciero, egoísta y todas esas cosas comunes entre los pequeños, ahora ya se controla, no explota fácilmente.  No busca excusas a sus niñerías, sino que las deja para ser un cristiano maduro: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Co. 13:11).  “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20). 

Es sólo natural que un bebé que realmente nació vivo y que recibe alimento, crezca en todo sentido de la palabra, física, emocional e intelectualmente.  Es natural que un hombre o mujer que han nacido del Espíritu Santo, tengan un desarrollo normal en su vida espiritual, en el carácter y en sus relaciones para con Dios y los hombres.  El niño, especialmente cuando comienza a caminar, suele caerse con frecuencia, llora por cualquier cosa, tiene miedo cuando no hay razón alguna porque depende de sus mayores.  Cuando uno es nuevo en la fe, suele “hablar como niño”, especialmente en cuanto a la interpretación de las doctrinas bíblicas.  Debe depender de otros para que lo orienten, porque bien puede caer víctima del ruselismo, mormonismo y otras corrientes parecidas.

Asegúrese de que es hijo de Dios.  No olvide la amonestación bíblica que dice: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.  ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5).  Y dice en la Paráfrasis sobre este mismo versículo: «Examínense bien. ¿Son cristianos de verdad? ¿Hay evidencia de que lo son? ¿Sienten cada vez más la presencia del poder de Cristo? ¿O simplemente están pasando por cristianos, aunque en realidad no lo son?»

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