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Jonás y el gran pez (III)

  • Fecha de publicación: Sábado, 30 Enero 2021, 16:15 horas

Jonás y el gran pez (III)

Hay consecuencias terribles para todos los que desobedecen la Palabra de Dios.  Eso es exactamente lo que podemos ver en la desobediencia de Jonás, ya que por su culpa hubo desorden, caos y confusión general (Jon. 1:4, 5).

Jonás sabía que había desobedecido y que la tormenta era por culpa suya, pero no dijo nada hasta que los marineros echaron suerte y la suerte cayó sobre él (Jon. 1:7).  Entonces estuvo dispuesto a perder la vida para salvar a los marineros, aunque no había querido hacer lo mismo por la gente de Nínive, porque como los odiaba tanto había perdido toda perspectiva.

Al tratar de salvar la vida a Jonás, aquellos marineros paganos demostraron tener más compasión que Jonás, porque este no quería anunciar a los ninivitas el castigo que Dios iba a imponerles  (Jon. 1:13).  Los cristianos debemos avergonzarnos cada vez que un incrédulo muestra más compasión que nosotros.

Jonás desobedeció a Dios, pero se detuvo y se sometió a Su voluntad.  Entonces la tripulación de la nave adoró a Dios porque vieron que la tormenta amainaba.  El Señor utiliza hasta nuestros errores para que otros le conozcan.  Puede ser doloroso, pero reconocer nuestros pecados puede ser un gran ejemplo para los que no conocen a Dios.  Esos marineros paganos hicieron lo que la nación toda de Israel no hizo: oraron y prometieron servir a Dios (Jon. 1:15, 16).

Jonás representa a Israel al igual que al Señor Jesucristo.  Los judíos casi se hundieron en el mar de las naciones, para que la Iglesia pudiera ser salva y encontrara paz en el corazón.  Por otra parte, si los judíos, quienes nos trajeron a Jesús no se hubieran puesto a un lado, nosotros nos habríamos ahogado con todas nuestras buenas obras.  Vemos entonces cómo Dios usó la terquedad de Jonás, no sólo para salvar a Nínive, sino para salvar primero a los marineros.  De la misma forma, en su gran sabiduría, usó la terquedad de Israel, para salvar a la Iglesia en medio de las naciones.

Desde el estómago del pez, Jonás clamó a Dios y Él escuchó su oración.  Podemos orar en cualquier parte y a cualquier hora, que Dios nos oirá.  Nuestro pecado nunca es demasiado grande, ni nuestra dificultad demasiado inmensa, para Dios: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová...” (Jon. 2:7).  Muchos hacen lo mismo.  Cuando todo va bien, se olvidan de Dios, pero cuando no hay esperanza, claman a Él.

La historia de Jonás comienza con una tragedia, pero la tragedia habría sido peor si hubiera seguido huyendo.  Cuando Dios le pide que haga algo, no huya, porque tal vez no lo detenga como hizo con Jonás.

Tal vez usted sienta que no está capacitado para servir a Dios debido a errores en el pasado, pero servirlo no es un puesto que se obtiene por méritos, ya que nadie es digno de servirlo, aun así Dios nos pide que hagamos su obra.  Jonás debía predicar sólo lo que Dios le dijo.

La palabra de Dios es para todos, y el pueblo de Nínive a pesar de su maldad, fue receptivo al mensaje y se arrepintió de inmediato.  Este pueblo pagano creyó el mensaje de Jonás y se arrepintió.  ¡Qué efecto tan maravilloso produjo la Palabra de Dios en una gente perversa!  ¡Qué contraste con la terquedad de Israel!  El pueblo de Israel había escuchado muchos mensajes de los profetas, y no habían querido arrepentirse.  El pueblo de Nínive sólo escuchó una vez el mensaje de Dios.  Jesús dijo que en el juicio, los hombres de Nínive se levantarán y condenarán a los israelitas por su falta de arrepentimiento (Mt. 12:41).

Lo que le agrada a Dios no es que escuchemos Su palabra, sino que respondamos con obediencia.  Es muy grande el caos que puede ocasionar el creyente que vive en terca desobediencia a la Palabra de Dios.  Esto incluye la violación a cada mandamiento de amor en el Nuevo Testamento, a las palabras de Jesús y la de sus apóstoles. 

Jonás también es un modelo de la iglesia desobediente.  En cada periodo de extrema maldad, Dios llama a Su Iglesia para advertir a la sociedad del juicio venidero.  Su Espíritu nos ordena a todos: «Sube y advierte a tu ciudad, tu familia, tu nación.  Ya estoy hastiado de tanta maldad».  Hoy, la perversidad excede a la de Nínive.  Esas personas del pasado no fueron tentadas por los actos de violencia, pornografía, Internet o la sórdida televisión.  Tampoco había quien predicase el Evangelio en medio de ellos para presentarles la verdad.  No tenían Biblia, iglesia, ni medios de comunicación cristianos.  Por contraste, hoy estamos saturados con tales cosas maravillosas.  Nuestra sociedad está siendo subyugada rápidamente por el mal.  Pero... ¿Cómo puede ser esto?  Es simple: Los siervos de Dios se han dormido.  La Iglesia ha huido de la presencia de Dios, habiendo perdido el temor reverente.

En los días de Jonás, las naves de Tarsis representaban la prosperidad.  Salomón construyó una flota de naves de Tarsis para aumentar la riqueza de Israel, pero Dios destruyó esos barcos. Hoy, al igual que Jonás, muchos creyentes están dormitando a bordo de la nave de la prosperidad.  Sin embargo, el Señor está desatando tormentas en las naciones, agitando las naves en las que se encuentran miles de cristianos.  Vimos esto vívidamente el 11 de septiembre del 2001, cuando los símbolos del gobierno y poderío económico de Estados Unidos quedaron calcinados en medio de las llamas.

Ahora es claramente el tiempo para orar a Dios, a fin de que se levanten siervos con discernimiento y adviertan del juicio venidero.  Como la tripulación del barco de Jonás, masas de personas impías están preguntando a los cristianos: «¿Por qué está ocurriendo todo esto? ¿Dónde está Dios?»  Pero, trágicamente, la Iglesia ha perdido su credibilidad ante los ojos del mundo.  Para muchos, el cristianismo son los predicadores de la televisión pidiendo dinero y los cristianos durmiendo en el barco de la prosperidad.

Cuando se escucha una palabra de la Iglesia, es para oír a un Pastor comprometido, y no clamar así: «Dios no está detrás de los problemas actuales.  Todo lo que está ocurriendo es obra del diablo».  Se nota que tales hombres no conocen sus Biblias.  Nada sucede en las naciones sin permiso de Dios.  Después de todo, no fue el diablo quien destruyó a Sodoma.  No fue él quien hizo descender fuego y azufre del cielo, sino Dios quien trajo su juicio justo sobre Sodoma.  Tampoco fue Satanás quien trajo el diluvio en los días de Noé.  El mismo Dios abrió los cielos y dejó que las aguas cubrieran la tierra.

El Señor tiene su manera de despertar a su Iglesia.  Ahora mismo, sólo estamos viendo las nubes de la tormenta.

Sé que a muchos no les gusta este tipo de mensajes, pero la verdad es que Dios quiere que las personas y las naciones se arrepientan.  Si está caminando en desobediencia, clame a Él ahora.  Arrepiéntase lo más pronto posible, ahora que todavía hay tiempo.  Él es un Dios amoroso que anhela restaurarle: “Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hch. 11:18).

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