¡La metamorfosis del cristiano!
- Fecha de publicación: Sábado, 21 Agosto 2021, 18:11 horas
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La palabra metamorfosis se origina del vocablo griego «metamórfosi», que se refiere a «cambio»: Es la transformación que experimentan muchos animales durante su desarrollo, y que se manifiesta no sólo en la variación de forma, sino también en sus funciones y en el género de vida: cuando las orugas se convierten en mariposas. Pero, ¿qué tenemos en común los cristianos con la oruga y la mariposa?
En la naturaleza, este cambio se produce en la forma y estructura del cuerpo, tejidos y órganos. Hay cuatro etapas en el ciclo de vida de una mariposa. Estas fases incluyen el huevo, la larva, la pupa, y el adulto. Cuando está dentro del capullo, la oruga se convierte en pupa, es decir, es el “nacimiento” de una nueva forma de vida y posteriormente la “muerte” de la otra. Pero mientras que la oruga solo pasa por una etapa para convertirse en mariposa, el cristiano pasa por muchas.
Ni la pupa, ni las larvas tienen una apariencia agradable. Su cuerpo es como el de un gusano, a menudo sin color ni definiciones externas. ¡No hay belleza en ella! No se asemeja en nada a las hermosas criaturas aladas que vemos volando de flor en flor. Para convertirse en esta hermosa mariposa y volar, el insecto tuvo que pasar por un proceso doloroso. Nosotros sólo vemos su estado final: hermosas, brillantes y coloridas, sin siquiera reflexionar en el hecho que para llegar a convertirse en ese hermoso ser alado, tuvieron que sufrir solas una transformación dolorosa: la metamorfosis.
Durante varias semanas, la oruga permanece dentro de un lugar estrecho, sin poder moverse, careciendo de defensas para eludir a los depredadores naturales. Tampoco ingiere alimento, además el capullo no es un lugar agradable para una criatura que debe permanecer inmóvil. Eso mismo nos pasa a nosotros. El Señor Jesucristo nos cambia por completo, borra un pasado lleno de faltas, pecados y “suciedad” y escribe una nueva historia de vida: ¡una historia de paz! Habiendo sido una fea oruga nos transformamos en “mariposas”.
Pero no es fácil soportar este proceso, porque todo lo que involucra cambio implica dolor. Así como tampoco lo es para una oruga, pasar días y días atrapada e inmóvil en un capullo oscuro y apretado, sin poder ver la luz y los colores. Pero vale la pena su espera, porque termina por convertirse en una criatura deslumbrante. De la misma manera el Señor Jesucristo cambia nuestras vidas, desde el momento en que nos entregamos por completo a Él.
Dios quiere transformarnos y usarnos, pero en ocasiones nos resistimos a esta transformación porque duele. Implica la muerte del “ego”, de los deseos mundanos, especialmente de los placeres carnales. Este cambio físico y moral requiere renuncias a nuestras actitudes, posturas y pensamientos, que por años han sido cultivados y construidos por nuestro “viejo yo”. Y esto no cambia de repente, sino que toma tiempo. ¡Duele, duele tanto! Y a menudo parece que no vamos a lograrlo.
Pero la Palabra de Dios nos dice que a medida que ocurre esta metamorfosis en nuestras vidas, nos transformamos en nuevas criaturas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
¡Así que tenemos que cambiar y volar libres con un lindo par de alas para llevar alegría, vida y encanto a quienes nos rodean! ¡Todo es nuevo! ¡No hay duda al respecto! ¡Nuestra ropa, nuestras palabras, todo es diferente! Nuestro exterior es ahora otro, porque el Espíritu Santo mora en nosotros. Y así como las mariposas experimentan la transformación de sus órganos durante la metamorfosis, nuestro interior también debe cambiar por completo, ¡ya que de nada sirve pasar por un cambio externo, sin tener uno interno!
¡Nuestro ser por completo debe estar impregnado del olor de la vida de Cristo en nosotros! De lo contrario, seremos semejantes a los fariseos en el tiempo del Señor Jesucristo, respecto a los cuales está escrito en Mateo 23:13; 27, 28: “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando… ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.
Todos, antes de recibir a Jesucristo como Señor y Salvador, tuvimos ese aspecto desagradable, como una larva de mariposa. Pero, ¿cuántos están todavía con dolores, atrapados en un capullo, sin poder romperlo y escapar? ¿Tal vez pensando que no hay solución? ¿Y por qué es todo esto? Porque no pueden despojarse de toda la carnalidad y entregarse enteramente a Cristo. ¿Quién no se regocija al ver a las mariposas volando en un jardín? ¡Y en el jardín de Dios, nosotros somos estas mariposas!
El Señor se transfiguró ante sus discípulos, es decir, adoptó una apariencia diferente: les reveló su gloria a quienes lo habían visto recubierto con el velo de la carne. ¡Se transformó!: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:1, 2).
Cuando Jesús venga por nosotros en toda su gloria radiante, tal como lo vieron sus discípulos, entonces veremos el propósito de Dios para nuestras vidas y seremos como Él: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18).
La Escritura nos dice que la metamorfosis en la vida del cristiano, es a través de la renovación del entendimiento, es decir, ¡nuestra mente! Es allí donde ocurre el cambio, porque no se trata sólo de algo externo, o en la conducta, sino en todo nuestro ser: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22).
Todas las mariposas alguna vez fueron orugas. En el proceso de metamorfosis, los creyentes dejaremos atrás los pecados, errores, defectos de carácter y todo lo que nos identifica con el mundo. Pero esa transformación no es solo un proceso de abandonar las cosas que desagradan a Dios, sino también una modificación del espíritu y carácter. A través de él adquirimos virtudes que nos llevarán cada día más cerca de nuestro Señor Jesucristo.
Tristemente, hay personas que nunca dejan de ser larvas, y mueren adheridas al capullo. Además, hay algunos que como mariposas pequeñas necesitan ejercer una gran fuerza para liberarse del capullo, y otros incluso logran salir, pero no tienen poder para volar alto.
En la vida muchos creyentes experimentan incluso una especie de “involución” espiritual, y regresan a sus viejos y malos hábitos. Debemos morir al mundo, negarnos a nosotros mismos, a los deseos carnales y pecaminosos, cosas que desagradan a Dios. Necesitamos someter el “yo” para que el Espíritu Santo tome control de nuestra vida: Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”(Mt. 16:24).
La Iglesia de Cristo no se amolda a los vicios mundanos, sino que lucha por la transformación de todos, a semejanza de la imagen de Jesús. La verdadera metamorfosis se produce para quienes se someten enteramente a Cristo y perseveran hasta el día de su muerte: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
Las mariposas son tan hermosas que algunos las llaman “flores aladas y “joyas voladoras”. Los cristianos también somos joyas raras para el Señor. El pecado convirtió al ser humano en una oruga fea y repugnante, pero el plan de Dios es transformarnos en mariposas. ¡Que el Señor haga su labor en cada uno de nosotros! “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3:3).
¡Dios nos ayude a todos!