Nuestro refugio seguro
- Fecha de publicación: Sábado, 02 Octubre 2021, 18:25 horas
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No hay peor cosa en este mundo, que ver cómo los seres perversos que hacen el mal, roban, no respetan a Dios ni a sus semejantes y hasta son asesinos, son aparentemente recompensadas con belleza física, salud y riquezas. Algunos cuando ven que sucede esto, hasta se enojan con Él, y le preguntan: «Señor, ¿cómo es posible que permitas que a los malvados siempre les vaya bien?»
Todos sabemos que algunas de las personas más ricas y poderosas de la historia fueron malvadas, pero gozaron de todo tipo de privilegios, mientras que los menos favorecidos no dejan de preguntarse: «¿Por qué hay seres humanos que son hermosos, tienen salud, riqueza, fama y uno tiene que luchar día a día con la fealdad, enfermedad y pobreza?»
El Salmo 73:2, 3 expresa el peligro de tal pensamiento: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos”. Luego continúa en los versículos 16 y 17: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos”.
En estos versículos, el Salmista dice que trató de averiguar, el por qué de la prosperidad de los malvados, pero que no pudo encontrar la respuesta hasta que llevó el asunto ante Dios. Luego, tuvo un momento en que se percibió de cuál era el final de ellos: “¿Por qué te jactas de maldad, oh poderoso? La misericordia de Dios es continua... Amaste el mal más que el bien, la mentira más que la verdad... Por tanto, Dios te destruirá para siempre; te asolará y te arrancará de tu morada, y te desarraigará de la tierra de los vivientes...” (Sal. 52:1, 3, 5).
La cercanía de Dios es un tesoro que ninguna riqueza o influencia puede comprar. Mientras los hombres y mujeres malvados van de mal en peor durante estos tiempos difíciles, qué maravilloso es saber que nosotros podemos tener nuestro refugio en Él.
Los súper ricos de hoy están invirtiendo miles de millones de dólares, en planes para lograr alguna forma pervertida de vida eterna, porque a ellos también les asusta el estado aterrador del mundo actual. Por eso construyen habitaciones seguras en sus mansiones, refugios subterráneos. Gastan enormes sumas de dinero diseñando y edificando búnkeres de lujo en medio de la naturaleza. Esperan poder pasar por la tribulación con estilo, sobrellevando todo. Pero es posible que este asilo seguro no resista una explosión devastadora. Igualmente, si no se encuentran dentro de él antes de que explote la bomba nuclear, no les servirá de nada.
Dios no es así. Él sigue siendo nuestro refugio pase lo que pase y sin importar dónde estemos. Así que no envidiemos a los hombres malvados. Proverbios 24:19, 20 dice: “No te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los impíos; porque para el malo no habrá buen fin, y la lámpara de los impíos será apagada”. Todos los que estamos en Cristo tenemos un futuro glorioso (1 Co. 2:9).
El gozo del Señor no está reservado sólo para el cielo. Jesús dijo en Juan 15:11 y 16:24 “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido... Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”.
Él quiere que nuestro gozo sea completo, y en 1 Pedro 1:8 habla de “gozo inefable... y glorioso”. Tal vez usted se encuentra en este momento en medio de una lucha, quizá está combatiendo el dolor o lidiando con la pérdida de un ser querido, pero incluso en la hora más difícil, es infinitamente más rico que el hombre o la mujer que gana el mundo entero, pero no conoce a Jesús.
¿Qué le viene a la mente cuándo piensa en la palabra “refugio”? ¿Tal vez un edificio imponente con cerraduras en las puertas? ¿Quizá una fortaleza de paredes gruesas, o en algo tan simple como una tienda de campaña que permita mantenerse a salvo durante una tormenta?
Cualquiera sea la imagen que se le ocurra, estamos de acuerdo, en que, refugio es un sitio que consideramos seguro. Cuando la Biblia describe a Dios como nuestro amparo, está diciéndonos que es El Único en quien podemos confiar, cuando necesitamos protección.
Una pregunta que surge es: «¿Qué debemos hacer para que Dios sea nuestro refugio?» Es fácil imaginar un lugar físico, en el que podamos estar protegidos de algún peligro, pero... ¿qué en cuanto a que el Señor sea nuestro abrigo y protección?
Conocer a Dios como nuestro amparo nos permite confiar en Él con mayor libertad. No tenemos por qué temer a las situaciones o personas que amenazan nuestro bienestar, ya sea en el sentido físico o espiritual. No hay ninguna circunstancia que tengamos que enfrentar que esté fuera de Su control, así que, el mejor lugar para nosotros, es permanecer junto a Él: “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado” (Pr. 18:10).
El rey David es un gran ejemplo de alguien que Lo conoció como su refugio seguro. En distintos momentos de su vida, tuvo que huir de quienes literalmente querían matarlo, pero siempre encontró seguridad en Él: “En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. Selah” (Sal. 62:7, 8). La manera más fácil para hacer que el Señor se convierta en nuestra protección, es simplemente pidiéndole que Lo sea. Eso era lo que hacía David todo el tiempo cuando derramaba su corazón ante Él, con respecto a lo que estaba pasando en su vida y le pedía que interviniera a su favor. Cuando acudimos en busca de Su ayuda o protección, empezamos a conocerlo como nuestro amparo.
A diferencia de la fe de David, los líderes de Israel en los días de Isaías trataron de encontrar seguridad en otras cosas aparte de Dios. En Isaías 28:15, el profeta los reprende por decir: “Hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos”. Entonces les ofreció un amparo verdadero y les dijo: “Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure. Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el escondrijo” (Is. 28:16, 17).
Podemos sentirnos tentados a buscar seguridad en otras cosas que no sean Dios, pero eso sólo puede proporcionarnos una falsa sensación de seguridad. Nuestro Padre Celestial es el único refugio real que tenemos, aunque esto no implica que nunca permitirá que tengamos situaciones difíciles o peligrosas.
El Señor Jesucristo condujo a los discípulos a una barca, sabiendo muy bien que se avecinaba una tormenta violenta. Ellos estaban aterrorizados, pero como era Su Refugio, calmó la tormenta: “Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mt. 8:23–27).
Cuando estamos en la voluntad de Dios, podemos enfrentar con confianza, incluso hasta las situaciones más peligrosas, porque Él está con nosotros. En innumerables ocasiones, condujo a los israelitas a batallas contra ejércitos mucho más poderosos que ellos, y sin embargo, cuando confiaban en Él y le obedecían siempre salían victoriosos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
Sin importar nuestras circunstancias, el lugar más seguro para estar es el centro de la voluntad de Dios. Él promete ser nuestro refugio: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:5, 6).