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La Biblia y el libre albedrío

  • Fecha de publicación: Sábado, 20 Noviembre 2021, 20:01 horas

Dios nos dignificó con el libre albedrío, el poder para tomar nuestras propias decisiones, en lugar de ser Él quien predetermine nuestro destino.  Considere lo que enseña la Biblia.  Dios creó a Adán, el progenitor de la raza humana a su propia imagen: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26).

A diferencia de los animales, los cuales actúan principalmente por su instinto, nosotros somos semejantes a nuestro Creador, en la capacidad que tenemos para exhibir cualidades tales como amor y justicia, y al igual que Él también tenemos libre albedrío.

Asimismo podemos determinar nuestro futuro.  La Palabra de Dios nos anima a “escoger la vida... al escuchar la voz de Dios” es decir, al decidir obedecer sus mandamientos: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Dt. 30:19, 20).

Este ofrecimiento no tendría significado alguno, e incluso sería hasta cruel, si no tuviésemos libre albedrío, porque en lugar de obligarnos a hacer lo que dice, Dios amorosamente apela a nosotros con estas palabras: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Is. 48:18).

Nuestra victoria o fracaso no están determinados por la predestinación, o por el destino.  Si deseamos tener éxito en una empresa, debemos trabajar duro.  Dice la Biblia: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas...” (Ec. 9:10a).  La Escritura también dice: “Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza” (Pr. 21:5).

El libre albedrío es un don precioso de Dios, porque permite que le amemos a Él, libremente con todo nuestro corazón, porque deseamos hacerlo: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37).

Pero... ¿Acaso Dios no controla todas las cosas?  ¿Acaso no enseña en estos versículos que su poder no es limitado por nadie, aparte de Sí mismo?

“Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá” (Job 37:23).

“Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio” (Is. 40:26).

Sí, es cierto que el Creador es Todopoderoso, pero Él no usa su poder para controlarlo todo.  Por ejemplo, en la Biblia está registrado, que Dios se controló a sí mismo para no actuar de inmediato en contra de la Babilonia antigua, un enemigo de su pueblo.  Dice: “Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido...” (Is. 42:14a).  De manera similar, hoy en día tolera a esos que hacen mal uso de su libre albedrío para lastimar a otros, sin embargo, no lo hará indefinidamente: “Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Sal. 37:10, 11).

Estos versículos ratifican el libre albedrío:
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16, 17).

“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

“Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:30-32).

“Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34).

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12, 13).

Dijo el Señor Jesucristo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Jn. 7:17).

“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:9, 10).

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gá. 5:16, 17).

“Y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Ti. 2:26).

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20).

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