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El cierre y comienzo de año

  • Fecha de publicación: Sábado, 31 Diciembre 2022, 21:28 horas

  Ahora que llegamos a la “frontera entre dos años”, el que se cierra y el que comienza, la situación se presta para una reflexión seria y constructiva.  Nuestro Señor dijo: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo” (Lc. 5:36).

 Nuestro Señor generalmente usó parábolas de cosas, personas y acciones que eran muy conocidas para quienes le escuchaban.  María, su madre, era una mujer que no contaba con muchos recursos.  José su esposo era carpintero, no contaba con una gran empresa como para comprar siempre ropa nueva a sus hijos.  No se trataba de un hijo único, sino que Jesús, según los Evangelios, era el primogénito de María.  Pero luego aparecen los nombres de los demás hijos de ella, Jacobo, José, Simón y Judas, además de algunas hermanas: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?” (Mt. 13:55, 56).

 Como se trataba de una familia con ingresos limitados, María más de una vez se pasaba las horas remendando la ropa de sus 5 hijos más las de sus hijas, cuando todos eran todavía pequeños.  Jesús notó que María nunca usaba tela nueva para remendar la ropa vieja, y habrá preguntado por qué lo hacía así.  Por qué no aprovechar algunos retazos de tela nueva para remendar la ropa.  Esta es una pregunta que muchos lo hacen.  Jesús explicó que esto se hacía por dos razones: En primer lugar, porque el remiendo nuevo rompería aún más, o, como dice en otro lugar, “porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura” (Mt. 9:16b).
A renglón seguido el Señor hizo otra comparación, ésta ya no tan familiar para nosotros, pero el principio es el mismo: “Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán” (Lc. 5:37).  Los... “odres” eran recipientes para líquidos.  Eran de pieles de ovejas o cabras, incluso a veces de cuero vacuno o de camello.  El vino nuevo, el jugo de uva, para fermentar, siempre se echaba en un odre también nuevo, porque un odre viejo no podría resistir la fermentación del líquido de uva.

 ¿Qué nos enseña esta comparación, ahora que estamos entrando en un año nuevo?  Simplemente que no habrá nada “nuevo”, aunque el año sea nuevo, a menos que decidamos por una vida nueva.  ¡Qué bueno sería una vida nueva para un año nuevo!  El 1 de enero no son un número y mes mágicos.  No hay ningún poder en el día primero del año.  Pero eso sí, hay gran poder en Jesucristo, quien transforma al pecador y hace de él una nueva criatura.  ¡Cuántas veces colocamos remiendo de paño nuevo en vestido viejo y lo único que logramos es una rotura aún mayor!  Si la persona no recibió por la fe a Jesucristo, si no ha decidido abandonar su vida vieja y vivir una vida nueva, no importa que se haya bautizado y sea miembro de la iglesia.  No importa que ore, que cante, que use el vocabulario tan conocido de los cristianos, como... «hermano, Dios le bendiga, amén», etc.  Si el ropaje es viejo, si su proceder espiritual es el mismo, entonces los remiendos de “hermano”, “Dios le bendiga”, “amén” y otros paños por allí, pronto mostrarán que lo único nuevo del año que comenzamos, será lo que aparece en el calendario que cuelga de la pared.  Lo mismo ocurre con ese odre viejo que no sirve para el vino nuevo.  El odre es el pecador, cargado con el “vino viejo”.  Pretender echar el vino viejo y llenar el mismo odre con el nuevo, es echarlo a perder todo.  El pecador debe ser una “nueva criatura”.  Debe abandonar sus creencias mitológicas que arrastra del catolicismo romano o de otras creencias, saturadas de mitos, ceremonias, tradiciones, procesiones, mitologías, beatificaciones y tantas otras... “solemnidades”.  Con mucha frecuencia hemos visto este desastre en nuestras iglesias, porque tal vez no pudimos explicar bien cuán importante es que el cristiano sea nuevo, tanto en lo que cree como en lo que vive.  El apóstol nos dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

 Cuando el pecador reconoce su condición de perdido, no buscará remiendos religiosos para lucir “bien remendado” para las ocasiones dominicales.  Buscará la desaparición de su andrajosa vestimenta sin Dios y sin su perdón, y será vestido de santidad, de perdón y de vida eterna.

 ¿Quiere usted que el año le sea realmente nuevo?  Pues... si ya es cristiano, pero conserva algunos de esos remiendos incompatibles con la vida cristiana, tales como el orgullo, la negligencia, el engaño, la hipocresía, etc., abandone definitivamente y comience el año como un cristiano nuevo.  Un cristiano que se despojó de todas aquellas cosas en el diario vivir que son incompatibles con su condición de hijo o hija de Dios.

 Pero si usted todavía no es salvo, ¿por qué no aprovecha esta oportunidad y comienza el año rendido a Cristo?  Tal vez ya en otras oportunidades lo ha pensado, pero nunca realmente lo hizo.  La idea de retener algo de creencias y costumbres o tradiciones pasadas, está bien arraigada en el corazón y la mente del pecador.

 Dios no acepta un cristianismo cargado de remiendos.  El Señor tiene para cada cristiano esa vestidura blanca, sin mancha ni arruga, de pureza, de obediencia a Su Palabra, de consagración a Su causa y de sumisión total a Su voluntad.  Menos que esto él no aceptará.  Usted podrá engañarse y engañar a otros también, pero no le será posible engañar al Señor.  Si usted como pecador no se arrepiente, si no se despoja de su paganismo, si no toma en serio la Biblia como su única guía y si no está dispuesto a depositar su confianza totalmente en los méritos de Cristo, no espere nada nuevo.  El año podrá ser nuevo, pero no usted.  No oculte más sus pecados.  Confiéselos al Señor y apártese de ellos.  No deje esta decisión para mañana.  Es un acuerdo entre usted y el Señor.

 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado, conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24).

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