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¿Cuáles son los pasos que debe dar todo pecador para ser salvo y crecer en su nueva vida?

  • Fecha de publicación: Sábado, 07 Enero 2023, 20:18 horas

Es sorprendente cómo la gran mayoría de los cristianos confunden, por ejemplo, la regeneración (nacer de nuevo) con la conversión.  No pocos consideran que la regeneración y la conversión ocurren siempre simultáneamente, es decir, que la salvación, que la Biblia llama NUEVO NACIMIENTO, y la conversión son la misma cosa, o deben suceder en el mismo momento.  Sin embargo, lo que hallamos en la Palabra de Dios difiere bastante.  Para evitar esta confusión, tenemos que recurrir a las Escrituras para aclarar esta enseñanza.

• En primer lugar, para que se produzca una salvación, el pecador debe ser evangelizado, debe oír el evangelio.  De no suceder esto, no habrá fe salvadora: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).

• En segundo lugar, el pecador, después de oír el evangelio, debe arrepentirse.  Todo pecador que ha sido salvo, primero se arrepintió para con Dios.  Esta es la razón por qué Juan el Bautista comenzó su ministerio llamando al arrepentimiento: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:1, 2).  Así también nuestro Señor comenzó llamando a los pecadores al arrepentimiento: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4: 17).  También el apóstol Pedro, cuando Juan ya había muerto y Jesús había partido al cielo, comenzó su ministerio llamando al arrepentimiento: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:37, 38).

Si un predicador no habla del arrepentimiento, no es predicador del evangelio.  Si un predicador no cree en la necesidad del arrepentimiento, no le crea usted, porque el arrepentimiento es absolutamente necesario, arrepentimiento para con Dios.

Son muchos nuestros pecados, razón por la cual debemos humillarnos y acercarnos a él con verdadero arrepentimiento, con esto queremos decir que el pecador reconoce haber vivido de espaldas a Dios, haber vivido para el enemigo de Dios y de los hombres, que no es otro que Satanás mismo.  El pecador reconoce haber ofendido a Dios debido a su orgullo, pretendiendo muchas veces, resolverlo todo con una buena dosis de religión, de buena conducta, de moralidad, de sacrificio personal; ignorando que de esta manera desprecia el sacrificio que el Señor hizo en su lugar al morir clavado de una cruz.  Al arrepentirse, el pecador se pone de acuerdo con Dios y se rinde ante él.  En cierto modo el pecador le dice al Señor: «Soy pecador y me arrepiento por haberte ignorado.  Reconozco que soy pecador no porque peco, sino que peco porque lo soy.  Mis pecados no me hacen pecador, sino que mis pecados son el resultado de un pecador ahora arrepentido».

En el arrepentimiento, el pecador además de reconocer su condición como tal, confiesa sus pecados al único con autoridad de perdonarle, que es el Señor.  El arrepentimiento sin la confesión de pecados no es arrepentimiento.  Tampoco de nada le sirve al pecador confesar sus pecados si no incluye el arrepentimiento.

• En tercer lugar, usted debe RECIBIR a Jesucristo como su Salvador personal.  Nunca olvide lo que sobre esto dice la Palabra de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).  Si usted sufriera una grave enfermedad y el médico le prescribiera una medicina, el hecho que la medicina sea indiscutiblemente muy buena y tenga mucha fama por haberse comprobado sus virtudes, no hace de usted un paciente recuperado más.  Usted personalmente debe recibir esa medicina y entonces sí podrá gozar de sus virtudes.  Pero... ¿Qué es RECIBIR A CRISTO?  No es el bautismo, no es la primera comunión, no es recibir la hostia, recibir a un indigente o a un necesitado pretendiendo que, ayudándole, socorriéndole, uno está recibiendo al Señor como Salvador.  Esto sería pretender la salvación por obras.  ¿Qué es entonces?  ¡Es exactamente lo que el mismo texto dice: “A los que creen en su nombre!”  Cuando usted se despoja de todo otro intento por salvarse y deposita su fe en Cristo, en ese momento, según sus promesas (no según los sentimientos del pecador) usted recibe PERDÓN ETERNO.  Su condición jamás cambiará delante de Dios.  En el momento de recibir a Cristo como Salvador personal, él nos da “potestad de ser hechos hijos de Dios”:

* Recibir a Cristo es depositar uno su fe en él, no en María ni en ningún otro santo.

* Recibir a Cristo es creer en él, no en tal o cual iglesia.

* Recibir a Cristo es abandonarse, el pecador, en sus brazos.

* Recibir a Cristo es volver a nacer y ser una nueva persona a los ojos de Dios.

* Recibir a Cristo es pasar de perdido a hallado, de condenado a justificado, de muerte a vida.

• En cuarto lugar, tenemos la conversión.  Mientras la regeneración (salvación del pecador) es un verdadero milagro y ocurre de manera instantánea, en la conversión la participación del regenerado es un imperativo, además de ser progresiva.

He aquí algunos textos bíblicos: Joel 2:12, 13.  En Jonás 3:8, dice: “…conviértase cada uno de su mal camino...”  En otro lugar leemos: “…los cuales se convirtieron al Señor” (Hch. 9:35b).  En Antioquía dice que un “…gran número creyó y se convirtió…” (Hch. 11:21).

Este es exactamente el orden: Primero el pecador cree y luego se convierte.  Cuando Pablo relata su propia salvación, dice: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hch. 26:18).  Pablo sigue hablando al rey Agripa y dice: “…que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hch. 26:20b).

Son muchas las referencias en el Antiguo Testamento vinculando la conversión con la conducta (Jer. 44:5).  La salvación es, en cierto modo, pactada en un instante, pero la conversión es tarea que está a nuestro cargo hasta el día cuando Él nos llame a su presencia.  Por otra parte, es verdad que hay quienes tienen una experiencia de salvación y conversión en el mismo momento.  Un ejemplo de ello es Pablo (Hch. 9).

Es posible que una persona sea convertida, pero no regenerada.  La salvación tiene que ver con nuestro fuero interno, pero la conversión tiene que ver con lo que somos externamente, a la vista de nuestros semejantes.

La regeneración es obra totalmente divina, pero la conversión es el esfuerzo humano por dejar su vieja manera de vivir.  El Espíritu Santo acompaña al RECIÉN NACIDO a fin de lograr el cambio total.

Pero es un hecho que no estamos solos tanto en la regeneración como en la conversión, y puede decirse que en ambos casos el Señor nos motiva; primero para que recibamos al Señor como Salvador y luego para que busquemos una vida que manifieste su presencia en nosotros.

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