Un recordatorio para todos nosotros
- Fecha de publicación: Sábado, 25 Marzo 2023, 20:06 horas
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Desde que comenzara Radio América, tenemos un programa diario de lectura bíblica sin comentarios en la voz del Pastor José Holowaty, quien fuera director y fundador de esta emisora, al igual que el programa A Través de la Biblia, del Hno. J. Vernon McGee. Estamos comprometidos en leer la Palabra de Dios de principio a fin cada año.
A muchos cristianos, la lectura del Antiguo Testamento les parece una tarea insuperable, especialmente cuando llegan al libro de Levítico y luego a Números. Las pruebas y tribulaciones de los hijos de Israel durante su viaje hacia la Tierra Prometida dominan los primeros cinco libros de la Biblia, y a veces pueden parecer tediosos e irrelevantes para nuestras vidas modernas.
Sin embargo, tengamos presente que el apóstol Pablo relató muchas de las experiencias del pueblo de Israel, durante su travesía por el desierto en sus propios escritos, y les dijo a los creyentes en Corinto: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10:11).
En los primeros cinco libros de la Biblia, podemos encontrar innumerables lecciones prácticas sobre la fe, la obediencia y el carácter de Dios, enseñanzas que Pablo consideró importantes que aprendiéramos en nuestra propia generación.
El libro de Números registra el largo viaje de los israelitas desde el segundo año después de su milagrosa liberación de la esclavitud en Egipto, hasta su llegada a orillas del río Jordán, frente a la Tierra Prometida, 38 años después. Narra la historia de dos generaciones: la primera, que aunque fue testigo de los milagros maravillosos que tuvieron lugar cuando fueron librados de la opresión en Egipto bajo el Faraón, fue rebelde y no pudo apartarse de su infidelidad, y la otra, que finalmente se convirtió en nuestro ejemplo de fe y obediencia.
El nombre de ese libro se deriva de dos partes que consisten de censos o “enumeraciones” de ambas generaciones. La primera parte, Números 1:1-46, comienza con un censo de la primera generación, y habla de la rebelión y la desunión entre sus filas. Mientras que en los capítulos 11 al 21 de Números, encontramos siete historias de esa insurrección, quejas y rebeliones:
1. “Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento” (Nm. 11:1).
2. “... Y, los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne!” (Nm. 11:4b).
3. “María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer cusita” (Nm. 12:1).
4. “Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” (Nm. 14:2).
5. “Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre” (Nm. 16:1, 2).
6. “El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová” (Nm. 16:41).
7. “Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!” (Nm. 20:3).
Debido a esa propensión a rebelarse contra Dios y Moisés, todas las personas de veinte años para arriba en ese primer censo, murieron en el desierto, excepto Moisés, Josué y Caleb.
En Números 26:1-65, encontramos el segundo censo de la nueva generación y allí podemos ver que ellos habían aprendido de los fracasos de sus padres. Aunque esta nueva descendencia no cumplió en todo con las instrucciones de Dios, y cometió algunos pecados similares a los de sus padres, cuando eran confrontados respecto a su pecado, la respuesta de ellos era diferente. Manifestaron un cambio de actitud, distinta forma de actuar, de reaccionar y arrepentirse. Por su fidelidad, recibieron la Tierra Prometida, que sus padres no obtuvieron debido a su incredulidad.
En el capítulo 31 de Números, leemos que los israelitas se encontraban fuera de la Tierra Prometida, y a punto de enfrentar la primera de muchas batallas por conquistar el territorio que Dios les había prometido. Pero después de obtener un triunfo sobre los madianitas, cuando la fértil orilla oriental del río Jordán se encontraba en sus manos, surgió un problema significativo, que amenazó el éxito de la campaña por ingresar a la tierra: “Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y les pareció el país lugar de ganado. Vinieron, pues, los hijos de Gad y los hijos de Rubén, y hablaron a Moisés y al sacerdote Eleazar, y a los príncipes de la congregación, diciendo: la tierra que Jehová hirió delante de la congregación de Israel, es tierra de ganado, y tus siervos tienen ganado. Por tanto, dijeron, si hallamos gracia en tus ojos, dése esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán” (Nm. 32:1, 2, 4, 5).
Si esta generación hubiese tenido el mismo espíritu de la anterior, ante la respuesta de Moisés, este incidente pudo haber causado rebelión y desunión: “Y respondió Moisés a los hijos de Gad y a los hijos de Rubén: ¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí? ¿Y por qué desanimáis a los hijos de Israel, para que no pasen a la tierra que les ha dado Jehová? Así hicieron vuestros padres, cuando los envié desde Cades- barnea para que viesen la tierra. Subieron hasta el torrente de Escol, y después que vieron la tierra, desalentaron a los hijos de Israel para que no viniesen a la tierra que Jehová les había dado. Y he aquí, vosotros habéis sucedido en lugar de vuestros padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún a la ira de Jehová contra Israel. Si os volviereis de en pos de él, él volverá otra vez a dejaros en el desierto, y destruiréis a todo este pueblo” (Nm. 32:6-9, 14, 15).
La aprehensión de Moisés es completamente comprensible, tal parecía que las tribus nuevamente iban a actuar con incredulidad, y a establecerse en la orilla al este del Jordán, en lugar de conquistar el territorio que tenían ante ellos, imitando así a sus antepasados. De hecho, esa petición iba a deshacer todo el proceso de conquista, porque alentaría a las otras tribus para que se establecieran allí en lugar de caminar hacia la plenitud de la herencia que Dios había prometido a los descendientes de Abraham.
Si hubiese sido la generación anterior a Rubén y Gad, en ese momento los jefes de las tribus habrían elevado sus voces en protesta, endurecido su cerviz y habrían comenzado a rebelarse contra Moisés en desaprobación de su plan. Pero algo extraordinario sucedió después que él los enfrentó con su pecado. Los nuevos líderes de Rubén y Gad no altercaron en su contra, sino que aceptaron su amonestación y prestaron atención a sus advertencias para no repetir los pecados de sus antepasados.
Regresando luego a donde Moisés con una propuesta revisada, prometiendo no sólo apoyar a sus hermanos en las batallas que se avecinaban, sino asumiendo también el papel más peligroso de liderar el avance hacia la Tierra Prometida. Le dijeron: “Y nosotros nos armaremos, e iremos con diligencia delante de los hijos de Israel, hasta que los metamos en su lugar; y nuestros niños quedarán en ciudades fortificadas a causa de los moradores del país. No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad” (Nm. 32:17, 18).
A este respecto, un gran predicador del siglo XVIII hizo la siguiente reflexión: «Las familias tienen obligaciones con su parentela. Los rubenitas y los gaditas no habrían reflejado hermandad, si hubieran reclamado la tierra que ya había sido conquistada y dejado al resto del pueblo para que luchara solo por sus porciones».
Esa nueva generación de líderes demostró que había aprendido de los fracasos de sus antepasados, aunque sin criticar las fallas anteriores ni suponer que eran mejores.
Estos nuevos descendientes corroboraron que habían comprendido la fidelidad y paciencia para perseverar hasta lograr todo lo que Dios les había prometido.