Las epístolas de Pablo a los tesalonicenses (II)
- Fecha de publicación: Sábado, 27 Mayo 2023, 20:44 horas
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“La apostasía”
De manera sorprendente todo lo que Pablo escribió en su primera epístola a los Tesalonicenses, sobre el tiempo de la venida del Señor Jesucristo, no fue suficiente para persuadir a muchos de ellos, quienes estaban convencidos de que la ira de Dios ya había comenzado.
Fue entonces, que Pablo optó por escribir una segunda carta de aclaración, su segunda epístola, en la que le dio, tanto a ellos como a nosotros una pista notable en cuanto a la secuencia de los eventos que habrán de ocurrir antes de la Tribulación. Su declaración de apertura es absolutamente clara: “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Ts. 2:1-3).
Para los cristianos, esta profecía es la más importante en la lista. Porque nos dice claramente, que antes de la Tribulación, vendrá “la apostasía”, una apostasía de origen bíblico. Una rebelión en un sentido amplio, contra Dios. Es decir, que las personas no le obedecerán, ya sea siguiendo a falsos dioses, por idolatría, desviación moral o por hacer lo que mejor les plazca y les convenga, ignorando plenamente el consejo de la Palabra de Dios.
A la luz de los muchos acontecimientos proféticos que están sucediendo en la actualidad, este evento ya parece estar en proceso. Pero debemos preguntarnos: ¿Es esto realmente el caso, y cómo sabremos cuando haya llegado a su conclusión? En otras palabras, ¿cuán terribles tienen que estar las cosas antes de que se cumpla la profecía de Pablo?
Antes de responder a esta pregunta, es conveniente que tengamos en cuenta que en los últimos dos mil años, la humanidad ha sido testigo de muchos episodios desastrosos que podrían ser considerados como una “apostasía”. Ya en el tiempo de Pablo, la decadencia del Imperio Romano, junto con las relaciones políticas tensas que prevalecían entre los herodianos y los líderes judíos, bien podría definirse como “apostasía”.
Los términos de la clarificación de Pablo son muy definidos. Reconoce que algunos de sus contemporáneos creían que el Día del Señor ya estaba presente. A causa de profecías falsas, predicación equivocada o cartas fraudulentas, habían llegado al convencimiento de que la ira de Dios ya había descendido sobre el mundo.
¿Y por qué no iban a creerlo? En el momento en que Pablo escribió esta carta, alrededor del año 51 del primer siglo de la era cristiana, el reinado del emperador romano Claudio se acercaba a su fin, marcado por el libertinaje, el engaño político, y, finalmente por el asesinato que llevó a Nerón al poder. Claudio había perseguido a los judíos, quienes previamente se habían sentido a salvo en el imperio. Tanto judíos como cristianos estaban sorprendidos y repudiaban el aumento del libertinaje en la casa imperial. La sociedad romana se había dedicado a la práctica reprobada de adorar a dioses y diosas.
Por otra parte, Claudio había nombrado a Herodes Agripa Segundo, bisnieto de Herodes el Grande como rey de Calcis. Este rey perverso estaba casado con su propia hermana, Berenice. Esta extraña pareja se había convertido en el centro de los chismes en todo el imperio. Para empeorar las cosas, Agripa controlaba la política y las finanzas en el Templo en Jerusalén, y sus sacerdotes desde hacía mucho tiempo habían sucumbido a la corrupción por medio de su alianza política impía, tanto con el gobierno de Roma como con el de Herodes. La propia Jerusalén, se encontraba sumida en una corrupción absoluta.
Teniendo en cuenta estos y otros eventos, era fácil concluir que la ley y la estabilidad de que tanto se jactaba el gobierno romano estaban desapareciendo todo rápidamente. Locos sin escrúpulos estaban reemplazando todo, lo cual creó la concepción general de que el peligro acechaba por todas partes.
Nerón pronto estaría en el poder, y el sacerdocio judío se había vuelto irreversiblemente corrupto, lo cual sugería que el juicio de Dios era inminente.
Sin embargo, a pesar de la agitación social y la corrupción del sacerdocio judío y de los dirigentes en general, Pablo le aseguró a la Iglesia primitiva que el evento que él llamó “la apostasía” todavía no había sucedido. Este término es una traducción de la palabra griega apostasía, e indica específicamente la apostasía de la fe, la rebelión en contra de Dios.
Hoy sabemos con certeza histórica, de que esta misteriosa “apostasía” no sucedió durante todo el primer siglo, sino que este periodo marcó el comienzo y avance de la Iglesia, no su desaparición, y ciertamente mucho menos su arrebatamiento.
Incluso esta crítica apostasía ni siquiera ocurrió, a pesar de las persecuciones infames que sufrió la Iglesia primitiva durante los reinados de Nerón, Vespasiano, Tito o Domiciano, quienes gobernaron entre los años 54 al 96 de la era cristiana.
En su lugar, le siguió un cambio continuo que terminó por privar a los judíos del control de la Tierra Santa.
Finalmente, en el año 135, el emperador Adriano presidió la derrota total de la resistencia judía. Cambió el nombre del Monte del Templo a “Aelia Capitolina”, y a Israel, le llamó “Siria Palestina”. La diáspora, la dispersión del pueblo judío, había comenzado.
A pesar de todos estos eventos, la “apostasía” no había ocurrido. Pero... ¿Cómo sabemos esto? Debido a que Pablo escribió que cuando llegara, desataría una cadena de eventos. En primer lugar, el “hombre de pecado” tenía que revelarse. Primero, tenía que pararse en el Lugar Santísimo del templo judío y autoproclamarse Dios. Tal como declara 2 Tesalonicenses 2:4: “El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”.
Casi parece innecesario señalar, que ninguna de estas cosas ha ocurrido todavía. El “hombre de pecado” no se ha presentado como Dios, ni siquiera como “un dios”. No se ha entronizado a sí mismo en el templo de Jerusalén. Tampoco hizo esto en el primer siglo, antes que el Templo fuera destruido en el año 70 de nuestra era.
Alrededor del año 132, Adriano colocó una estatua pagana de Júpiter en su templo, lo cual no era otra cosa que una versión reconstruida del Santo de los Santos. Y también puso una estatua de sí mismo montado sobre un caballo delante de este ídolo obsceno, pero después de un corto tiempo, se hizo añicos terminando por convertirse en polvo.
Históricamente, esto es lo más cerca que podemos aproximarnos para ofrecer un ejemplo de la profecía de Pablo. A partir de ese momento hasta ahora, ningún hombre se ha entronizado jamás a sí mismo en un templo, y mucho menos en un templo judío autoproclamándose Dios.
Y esa ha sido la situación a lo largo de toda la edad de la Iglesia. Tal como lo declara así en su libro “Pensando una vez más en el Rapto”, el erudito bíblico E. Schuyler English: «¿Cómo los Tesalonicenses o los cristianos de cualquier siglo, podían estar calificados para reconocer la apostasía cuando se manifieste, si se supone simplemente que la Iglesia se encuentra en la tierra cuando llegue?»
Continuará…