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Las epístolas de Pablo a los tesalonicenses (III)

  • Fecha de publicación: Sábado, 03 Junio 2023, 17:58 horas

Pablo asoció la aparición del “hombre de pecado” con la “apostasía”.  Muchos expositores han notado que la palabra griega de la cual se traduce «apostasía» es «apostasía».  La cual, si se usa como verbo, su significado es consistente con el término «ir de un lugar a otro o cambiar de sitio».

De hecho, en las primeras Biblias, el vocablo se tradujo como «salida» o «partida».  Las Biblias Wycliffe, Tyndale, Coverdale, Cranmer, Breeches, Beza y Geneva, todas citaron uno de estos dos términos.  Sin embargo, esto indica un cambio de lugar, no de una creencia, tal como declara específicamente esta palabra.  Tal expresión se refiere claramente a que el rapto tendrá lugar antes de la manifestación del Anticristo, lo cual es una referencia inequívoca a que el rapto de la Iglesia ocurrirá antes de la Tribulación.

Además, el término apostasía está precedido por el artículo definido «hee», que en español se traduce como «la».  En otras palabras, el texto muy correctamente implica “la apostasía” o “la salida o partida de la Iglesia”.  Se trata de algo específico, no general; lo cual refuerza una vez más la idea de un evento individual, no de una tendencia.

Por otra parte, el significado de «apostasía» en el texto original es algo incierto, por lo que bien podría portar los dos significados que se le atribuyen: es decir, la partida o salida de la Iglesia, o el rapto.

Cuando Pablo redactó cuidadosamente su Segunda Epístola a los Tesalonicenses, presentó a los creyentes allí, y también a los fieles de nuestro tiempo, un escenario de prueba.  Abarca un conjunto específico de instrucciones, con el fin de determinar si el día del Señor ha llegado.  Debido a esta información, ningún creyente, jamás volvería a ser capaz de enseñar que la Tribulación ya había comenzado.

Por otra parte, una persona no creyente, que esté viva en el periodo después del rapto, podrá usar la Epístola de Pablo para afirmar que el Día del Señor de hecho comenzó.  Será una simple cuestión de observar el escenario previsto y aplicar un poco de lógica.

Pablo dijo que todo comenzaría, con la misteriosa “apostasía”.  Y de inmediato una pregunta viene a la mente: «¿El término ‘apostasía’, se aplica a la sociedad en general, o simplemente a la Iglesia?»

La respuesta a esta pregunta parece bastante simple.  Aquellos fuera de la Iglesia, los no redimidos, ya están en un estado caído.  Técnicamente, ellos ya son apóstatas en sus sistemas de creencias.  Sus únicas restricciones reales, morales y éticas, provienen de la influencia que recibieron de las tradiciones culturales de la enseñanza judeo cristiana que han prevalecido por largo tiempo.

Las sociedades del mundo occidental todavía son profundamente influenciadas por las costumbres y éticas cristianas que datan de largo tiempo.  A pesar de que se han debilitado, todavía se perciben.  La Iglesia cristiana todavía sigue siendo una fuerza en la sociedad.

Por otra parte, la entera Edad de la Iglesia se ha caracterizado por la apostasía.  En todas las épocas, los cristianos llenos del Espíritu Santo han constituido sólo una pequeña minoría de la población mundial.

Pero, esto es lo más importante, muchas congregaciones continuarán reuniéndose después del rapto, porque no todos los que atienden a las instituciones eclesiásticas son creyentes que han experimentado el nuevo nacimiento.  Algunos predicadores han señalado con ironía que el primer domingo después del rapto, bien podría estar marcado por una asistencia récord.  Los que lleguen querrán saber qué fue lo que acabó de suceder en la Tierra, y para compartir su incertidumbre mutua respecto al futuro.

Pablo hace notar más adelante en su carta, que el rapto removerá el poder restrictivo del Espíritu Santo de la Tierra, dejando un caos creciente, mientras que el mal prevalecerá.

Laodicea
Por la profecía de las siete iglesias en Apocalipsis, es bien sabido que la Edad de la Iglesia concluirá con una falta de fe absoluta en apostasía desenfrenada.  Éfeso, la primera de estas iglesias, se caracteriza por su celo apostólico, cuando el Evangelio fue llevado a un mundo incrédulo durante el primer siglo después de Cristo.

Mientras que la Iglesia final, la de Laodicea ha abandonado completamente la fe y está en peligro de ser rechazada: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:14–17).

Aquí, nos encontramos con la Iglesia de los últimos días, la que llega a depender de su propia riqueza, en lugar del poder del Espíritu Santo.  Técnicamente, se ha aislado a sí misma de la premisa central y la razón misma de su existencia como Iglesia de la salvación y el Evangelio.

Tal como la representa una de las metáforas más ilustrativas de la Biblia, Laodicea está en peligro de ser escupida, más exactamente, ¡vomitada de la boca del Señor!  Esto es el equivalente a ser rechazada por su Cuerpo. El Cuerpo de Cristo, en otras palabras, esta Iglesia se compone de personas no salvas, quienes aparentan ser creyentes devotos. Tienen la riqueza, el poder social, hermosos edificios y una red de contactos de negocios, pero no tienen al Espíritu Santo.

Esta idea es reforzada por las palabras finales del Señor Jesucristo a esta Iglesia.  Los invita a que lleguen y tengan compañerismo con Él.  Su invitación para ellos es que se le unan, en otras palabras, que se arrepientan y sean salvos: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20).

La puerta abierta
Inmediatamente después de la invitación del Señor, llegamos al capítulo 4 de Apocalipsis, en el que encontramos la metáfora de una puerta que se abrió en el cielo, y al apóstol Juan siendo invitado por una voz celestial para que ascienda a los cielos, donde recibe su increíble Revelación apocalíptica.  Muchos expositores han comentado que esta escena es una representación perfecta del rapto.

En otras palabras, tenemos una afirmación de la propia descripción del apóstol, de los acontecimientos que rodearán el rapto de la Iglesia.  La “apostasía”, descrita por Pablo como el marcador que delinea los acontecimientos que conducirán al inicio del Día del Señor, se identifica como el tiempo cuando la mayoría de la Iglesia profesante se hunde en la apostasía.

Se podría argumentar que esto ha sido cierto en varias ocasiones desde la Edad Media.  Pero, de hecho, será una realidad en el momento de la partida del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia Verdadera del planeta Tierra.  Mucho de lo que se llama a sí misma la Iglesia, permanecerá aquí después de este evento, pero una cosa va a cambiar radicalmente.  Será una Iglesia apóstata que le dará la bienvenida a los cambios sociales y gubernamentales que nosotros consideramos como horribles.  Y lo más importante de todo, ellos le darán la bienvenida al Anticristo como el salvador del mundo: “Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Ts. 2:6-8).

El Espíritu Santo, a quien Pablo identifica como la fuerza que restringe, que frena el “misterio de la iniquidad”, acompañará a la Iglesia Verdadera a los cielos.

Cuando el cuerpo de creyentes en Cristo sea arrebatado al cielo, y la fuerza restrictiva del Espíritu Santo ya no sea un factor, la “apostasía” de que habló el apóstol Pablo se convertirá en una realidad.  Entonces, y sólo entonces, se revelará el “hombre de pecado”.

Las numerosas profecías del Antiguo Testamento sobre el Día del Señor impactarán la Tierra como una hilera de dominós, impulsando una serie de catástrofes sin precedentes que alterarán radicalmente la vida en el planeta.

La “apostasía” no ha tenido lugar todavía... en ningún sentido de la palabra.  Pero parece que hemos llegado a un punto clave, cuando los no creyentes entre las diversas iglesias, superan en número a los creyentes.  Ningún hombre puede discernir con precisión cuántos son, pero Dios sí lo sabe.  Un día, tal vez muy pronto, llegará el momento de partir.

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