Los acontecimientos del nacimiento de Jesús - Parte 2
- Fecha de publicación: Sábado, 30 Diciembre 2023, 22:02 horas
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Muchas de las creencias falsas involucradas en la doctrina de la mariología han evolucionado a lo largo de los siglos. Se fueron desarrollando por la tradición y voluntad de los hombres, no porque estén reveladas en la Palabra de Dios. A no dudar, son falsas. En ningún lugar de la Biblia se insinúa siquiera que María naciera sin la naturaleza pecaminosa. Ella tuvo un padre humano como todas las demás personas. Después que nació Jesús tuvo otros hijos, murió y partió para estar con Jesús en el cielo. Esto es bien claro, ya que ella misma confesó a su Hijo Jesús como su Señor y Salvador cuando declaró: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc. 1:47). No debemos admitir que la falsa doctrina de la mariología no nos permita ver la importancia de María, en el plan y propósito de Dios al dar a luz al Salvador.
La Biblia nos dice que María permaneció con Elisabet durante tres meses, hasta que nació Juan el Bautista, lo cual debió ocurrir alrededor del 25 de marzo, de acuerdo con nuestro calendario, para el tiempo de la celebración del Cordero Pascual. Luego María retornó a Nazaret donde vivió con su esposo José. Para ese tiempo Nazaret era una villa pequeña adyacente a Caná en la cima de una montaña al oeste del mar de Galilea. Era muy probablemente una villa pobre, porque cuando se anunció que Jesús había nacido en Nazaret, la respuesta fue: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Jn. 1:46). Su población probablemente no excedía a 400 ó 500 habitantes.
En cualquier caso, seis meses después María regresó a Nazaret y llegó el tiempo para el nacimiento de su Hijo. Leemos sobre esto en Lucas 2:1-7. Aunque Juan el Bautista no era Elías, legalmente cumplió con las profecías que debía satisfacer el precursor del Mesías. De la misma manera, todas las condiciones religiosas y políticas que deben estar presentes en el mundo cuando Jesucristo retorne para tomar sobre sí el control del gobierno del mundo y destruir el poder y los ejércitos del Anticristo, también estuvieron presentes a su primera venida. Debían conformarse a las profecías en el Antiguo Testamento concernientes a la venida del Mesías para traer el Reino, y Jesús predicaba en todas partes: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). De tal manera, que todas las señales que estarán presentes cuando el Señor retorne nuevamente, también estuvieron legalmente presentes cuando Cristo vino por primera vez.
César Augusto reinó sobre Roma por un periodo más largo que ningún otro emperador romano. En ese tiempo el imperio romano abarcaba todo el mundo entonces conocido. Por lo tanto, César Augusto, un hombre que fuera aclamado como dios por la mayor parte del mundo, gobernaba todo el imperio y dictó un decreto ordenando que todos fuesen empadronados. En otras palabras, nadie podía trabajar, comprar o vender, si no eran censados ante Augusto y el imperio romano. Leemos en el capítulo 13 de Apocalipsis, que de la misma manera el Anticristo controlará todo el mundo a través del imperio romano revivido y ordenará que para poder trabajar, comprar y vender, todos deberán recibir su marca y su número.
El periodo promedio de reinado de un emperador romano era sólo de cinco años, eran muy pocos los que morían de viejos. Casi siempre había una guerra continua entre los césares y el senado. Por la ley, ningún César podía ser declarado dios sino hasta después de morir, pero Augusto fue la excepción. Reinó durante 45 años y fue aceptado como divino. La plenitud del tiempo había llegado, el profeta Miqueas lo había anticipado en Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.
Fue así como José tomó a María con él, quien ya estaba en el noveno mes de su embarazo, y partieron para Belén. No había excepción alguna, ni siquiera para los que tenían niños pequeños. No había excusa para no cumplir con las órdenes del grande y divino emperador Augusto, como leemos en Lucas 2:8-14: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
Ahora: ¿Qué día ocurrió esto? ¿Fue en verano? ¿En la primavera o el otoño? Si los registros del calendario son correctos y la histórica fecha del decreto de César Augusto es correcta, entonces fue a comienzos del otoño, no en diciembre durante el invierno. El tiempo del nacimiento de Jesús fue perfecto. Hablando humanamente, Él tuvo una madre ejemplar, nació en el lugar perfecto y la fecha fue asimismo perfecta: tuvo que ser el primer día de la Fiesta de los Tabernáculos, el 29 de septiembre del año IV antes de la era cristiana, como dice en Zacarías 14:16: “Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos”. El Rey de Israel, el descendiente de David, el gran Señor y Salvador eterno, iba a ser adorado por los gentiles en la fiesta de los tabernáculos. Por lo tanto, de acuerdo con la Palabra profética, Jesús el Rey de Israel, nació el primer día de la fiesta de los tabernáculos, el único día de fiesta asociado directamente con la adoración y salvación gentil. Él vino a los suyos la primera vez, y a todos los que le recibieron les dio el poder de convertirse en hijos de Dios. A su nacimiento, gentiles llegaron desde el oriente, probablemente magos de la Corte del rey de Persia, para adorarle.
El hecho que Jesús naciera el primer día de la Fiesta de los Tabernáculos también cumplió con la profecía de Juan 1:14: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Es así como en Navidad, tal como hacemos cada día del año, los cristianos exaltamos a Jesucristo, del linaje de David, concebido del Espíritu Santo, nacido de una virgen, Hijo de Dios, eterno como el Padre, crucificado por los pecados del mundo, quien resucitó de los muertos y está sentado a la derecha de Dios hasta que todas las cosas en el cielo y en la tierra sean puestas bajo su autoridad y poder.
¿Le conoce usted como su Señor y Salvador? ¿Entiende realmente la razón de su nacimiento? Es para exaltar a Jesucristo, resucitado de la tumba para nuestra justificación, quien regresará por nosotros para llevarnos con Él en gozo y gloria eternos. Si aún no conoce a Jesucristo como su Señor y Salvador, le invito para que confiese su condición perdida, reconozca que es incapaz de salvarse a sí mismo y deposite su fe en Él, quien murió por sus pecados.
Tenemos un distinguido grupo de hombres y mujeres, quienes protagonizaron sus respectivos papeles, antes, durante y después del nacimiento del Salvador. Están Zacarías y su esposa quienes esperaban al precursor del Salvador, Juan el Bautista. Luego tenemos a José y María. Más adelante a los pastores en las colinas de Belén. Tenemos también a los sabios del Oriente y sin duda otros más cuyos nombres no aparecen en las Escrituras.
¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros hoy?
De no haber venido el Salvador, no podríamos ser salvos. No mencionamos a los ángeles, tanto a los que anunciaron individualmente Su advenimiento como a los que alabaron a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:14). Tal vez nos preguntemos: «¿Dónde está esa paz en la tierra?»
La respuesta es muy sencilla: Por ahora la paz es espiritual, en el corazón de cada redimido, pero no olvidemos que nuestro Salvador encabezará un reino, el milenial, cuando la paz llenará toda la tierra. Es sólo cuestión de tiempo y la promesa, “en la tierra paz” se cumplirá literalmente. Nuestro Salvador es el “Príncipe de Paz”. Tengamos paciencia porque Su regreso ya no está muy lejos: “…y hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (Zac. 9:10b).