¿Debemos lavarnos los pies los unos a los otros?
- Fecha de publicación: Sábado, 12 Abril 2025, 16:28 horas
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Mientras nos acercamos a la semana que nos lleva a la reflexión de los días justo antes de la crucifixión de nuestro Señor, uno de los cuadros que no podemos ignorar es el que encontramos en Juan 13, cuando el Señor se pone a lavar los pies de sus discípulos. ¿Por qué lo hizo? ¿Cuál es su significado? ¿Debemos practicarlo nosotros también? ¿Por qué no acostumbramos el lavamiento de los pies?
En primer lugar, esta era una tradición, no una ordenanza de parte de Dios. En la ley tenemos algo un poco parecido: “Habló más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones” (Éx. 30:17-21).
Lo que aquí leemos era exclusivamente para Aarón y sus hijos, quienes ejercían el sacerdocio. Además, ellos se lavaban las manos y los pies (v. 21). Era únicamente para: “Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran…” (v. 20a).
El cuadro de Juan 13 difiere mucho de esto. Hasta donde podemos saber, se trataba de una tradición que los judíos adoptaron con el correr de los años. Muchas familias contaban con esclavos y eran estos los encargados de lavar (ceremonialmente) los pies de sus amos y demás de la familia. El Señor y sus discípulos estaban justamente listos para celebrar la pascua. Los doce se habrán mirado y habrán pensado cuál de ellos tendrá que hacer la labor humillante de esclavo. Jesús, sabiendo lo que se cruzaba por la mente de ellos, sin mucho trámite: “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Jn. 13: 4, 5).
Nuestro Señor asumió el papel de esclavo, tal como dice en Filipenses 2:5-11. Notemos el versículo 7, cuando dice: “…tomando forma de siervo…”. La palabra “siervo” es la misma que «esclavo».
El diálogo con Pedro nos permite descubrir el significado de esta ceremonia (Jn. 13:6-10). Pedro al principio se resiste, reconociendo que el Señor no tenía por qué asumir tan bajo papel. Jesús se limitó a decir que Pedro no podía entender la lección: “Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (v. 7). Cuando Pedro se resiste y no le parece buena idea que sea el Señor quien le lave los pies, la respuesta del Señor no se hizo esperar: “Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (v. 8b). Ahora Pedro le dice que sería necesario lavar “…también las manos y la cabeza” (v. 9b). Pero la respuesta del Señor es que ellos ya están limpios, por lo cual era necesario lavar únicamente los pies. Luego agregó: “…y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (v.10). Con “no todos”, se refería a Judas Iscariote. Pero, ¿cuál es el significado de este diálogo entre Pedro y Jesús? El cuerpo, cuando nos bañamos lo tenemos limpio, pero lo primero que se ensucia son nuestros pies, especialmente entonces, cuando ellos caminaban por senderos polvorientos. Cuando Jesús le dijo a Pedro: “Vosotros limpios estáis”, a renglón seguido agregó: “Aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar”. Es lo mismo que decir: «Ustedes ya son salvos, menos uno, Judas Iscariote». Por lo tanto, el lavamiento de los pies era, es y será tarea de nuestro andar. Cada vez que pecamos, lo obligamos a que vuelva a hacer el papel de esclavo, que se coloque de cuclillas y nos lave los pies: nos perdone.
Lo que sigue tiene que ver con nosotros y lo de lavarnos los pies los unos a los otros (vs. 13-17). ¿Debemos lavarnos los pies los unos a los otros? Sí, pero no ceremonialmente. No debemos llevar agua en una palangana, sentar al hermano sobre una silla, llevar con nosotros una toalla y comenzar a lavarle los pies y luego secarlos. Lo que el Señor nos enseña es que debemos ceñirnos de la “toalla” de la humildad de un esclavo, y debemos contar con el auxilio del agua, que en este caso ilustra tanto el Espíritu Santo como la Palabra de Dios. (Jn. 7:37-39; 15:3).
Esta es la razón por qué Jesús le dijo a Pedro que, “si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. Es lo mismo que decir: «Yo no perdono los pecados de quienes no me recibieron por Salvados. No tienen parte conmigo». Pero Pedro sí tuvo parte con Él.
Una buena pregunta sería: «¿Le lavó el Señor los pies a Judas Iscariote también?» No tenemos razón para dudarlo. ¿Entonces Judas tiene parte con Él? No, pero el Señor le extendió su perdón, tal como tiene extendido su perdón para todos los pecadores. Todos fuimos condenados a la pena capital, pero muy a tiempo llegó el indulto para nosotros; indulto que quedaría firmado con la sangre de Cristo y sellado con el Espíritu Santo.
Sin embargo, el indulto para que el condenado no tenga que cumplir con la pena, debe ser aceptado. Judas Iscariote nunca aceptó el indulto divino. Sin duda el Señor le lavó sus pies también, como diciéndole: «Judas, yo sé lo que te propones (“Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase”) (v. 2), pero todavía tienes la oportunidad de ser perdonado. Al lavarte los pies te estoy diciendo que yo te perdono, pero tú debes aceptar mi perdón, de lo contrario tu paradero eterno será el infierno».
Finalmente, ¿debemos practicar hoy el lavamiento de los pies? No. No encontraremos que la Iglesia primitiva lo haya hecho jamás. Pero por otra, sí debemos hacerlo, porque es nuestro deber humillarnos ante nuestro hermano o hermana y pedirle perdón, incluso si no somos culpables. Es cierto que esta actitud es humillante, no es nada agradable, nuestro espíritu se resiste a hacerlo, pero si no lo hacemos ¿cómo queremos que el Señor nos perdone cada vez que pecamos contra él? (Mr. 11:25, 26).
La única cita que tenemos sobre el lavamiento de los pies es 1 Timoteo 5:9, 10. Pablo da instrucciones sobre el tipo de hermana que podría recibir auxilio material de la Iglesia, la cual debía contar con características que incluía una conducta intachable, si se leen con cuidado los dos versículos indicados. Ella no debía lavar los pies literalmente, sino ser mayor de 60 años de edad, que se haya quedado viuda sin volverse a casar. Que haya sabido criar a sus hijos, que haya sido hospitalaria, que practicaba la humildad, y que aun cuando no era culpable, se disculpaba con los hermanos.
No cabe la menor duda de que Pablo no sugiere que esa hermana haya puesto agua en un lebrillo alguna vez para lavar los pies de algunos hermanos. Jesús mismo le dijo a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”. Sin duda Pedro comprendió después. ¿Qué en cuanto a nosotros? ¿Hemos aprendido la lección?