Boletin dominical - 31/05/09
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Mas sobre el pentecostalismo
Para tratar un asunto de doctrina debemos usar estos dones de Dios: discernimiento, lógica sana, seriedad, calma y por encima de todo, la luz de las Santas Escrituras.
La discusión esta muy en su lugar si se hace con dignidad y comedimiento. Porque es cierto que de la discusión nace la luz. Pero las personas que se adhieren a una enseñanza torcida se enojan si les tocamos el asunto.
Mas sobre el pentecostalismo
Para tratar un asunto de doctrina debemos usar estos dones de Dios: discernimiento, lógica sana, seriedad, calma y por encima de todo, la luz de las Santas Escrituras.
La discusión esta muy en su lugar si se hace con dignidad y comedimiento. Porque es cierto que de la discusión nace la luz. Pero las personas que se adhieren a una enseñanza torcida se enojan si les tocamos el asunto. No discuten, ni escuchan ni piensan, sino cierran los ojos, levantan una gritería de «amenes» y «aleluyas» y quieren arreglarlo todo a gritos y sombrerazos. Pero no destruyen los argumentos, sino quedan en pie, formidables, para aplastar la doctrina errónea y falsa que el diablo ha sembrado en sus corazones.
Si le decimos a un romanista que sus ídolos para nada sirven, inmediatamente se exalta, grita, vocifera y a gritos y sombrerazos sostiene que la santísima virgen no es ídolo, que es la madre de Dios, que así lo manda el Papa y así lo enseña la iglesia; y al oír sus violencias y su gritería optamos por callar y dejarlo en paz. Nos contentamos con haberle dado testimonio y nos alejamos entristecidos porque no quiso el pobre obstinado dar oído a la Palabra de Dios que enseña claramente que los ídolos son abominación al Señor.
El espiritista, cuando refutamos sus enseñanzas diabólicas, se llena de ira, reniega hasta de Dios, insulta las Escrituras y consagra alabanzas a Judas el apóstol traidor. Es decir, más gritos y sombrerazos, pero no buen juicio, ni lógica ni cordura ni la luz del Señor Jesucristo.
También a este hombre errado lo dejamos en su camino torcido porque se emperra en no oír la Palabra santa que pudiera instruirle y dar la salvación de Dios a su alma tenebrosa y sucia. La Biblia permanece para siempre y allí queda, formidable e invencible, condenando al espiritismo y a los espiritistas obstinados y ciegos.
Y por ese orden nos hallamos frente a los enemigos de la Verdad, y de los que contradicen a la Biblia, y los vemos con pena que quieren apagar el sol con un dedo, o a gritos y sombrerazos, como los perros que le ladran a la luna, pero una vez que se cansan de ladrar ella sigue brillando en el cielo; y una vez que se cansan los hombres de gritar sin ton ni son contra la Palabra, ella, la Santa Biblia sigue en su gloria como la eterna revelación del Padre que nos enseña todo lo que debemos creer y nos muestra lo que es falso y mentiroso para que lo dejemos a un lado.
Esos gritos tan fuera de lugar, esas vociferaciones sin base de verdad, esa contradicción de la Biblia en total ignorancia de la doctrina de Dios, acusan el mismo fanatismo y ceguedad que mostraron los fariseos a quienes el Señor reprendió y les dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras...”(Mt. 22:29).
Se puede sentar como verdad incontrovertible que todas las sectas que tienen enseñanzas erradas nacen de ese mismo desvío: LA IGNORANCIA DE LA PALABRA. Si el romanista conociera la Biblia, no sería romanista; si el sabatista conociera la Biblia, no trataría de justificarse por las obras de la ley; si el espiritista conociera la Biblia, no se entregaría a las prácticas de sus sesiones tenebrosas y diabólicas. Este principio puede aplicarse infaliblemente a todas las sectas de perdición y a las doctrinas de demonios: al agnosticismo, al ateísmo, a la enseñanza de la regeneración bautismal, a la ciencia cristiana, a la evolución, al humanismo, a los testigos de Jehová, al mormonismo, al unitarianismo, a la teosofía, a los llamados santificados o santos rodadores, a los que enseñan la sanidad divina, las lenguas, y a otros muchos cultos, sectas y herejías que se desvanecerían como una nube si los seguidores de esas sendas torcidas diesen oído a la voz de Dios revelada en su Palabra, y si les alumbrase en su corazón la luz del Señor.
Saulo de Tarso era un enemigo de Cristo y él no lo sabía. Antes pensaba que hacía servicio a Dios aborreciendo y persiguiendo a los cristianos. Un día vio la luz y no fue más rebelde, antes se cambió en un vaso escogido y útil para el uso del Maestro (Hch. 9:15). Los discípulos de Emaús estaban confusos y atolondrados hasta que el Señor les abrió el entendimiento y pudieron comprender las Escrituras (Lc. 24:25-32).
Pablo era sincero en su ceguedad, los discípulos de Emaús eran sinceros en su ignorancia. Y todos a una fueron felices el día que alcanzaron a recibir la sabiduría de Dios, la cual desciende de arriba; y se libraron para siempre de la sabiduría de los sentidos que es terrenal, sensual y diabólica (Stg. 3:15). Todo esto sirve como paso preliminar para que consideremos un solo caso de estos enseñadores de falsos dogmatismos: LA FALSEDAD DE LA SANIDAD DIVINA. Hay en estas sectas que siguen la sanidad, muchos buenos y sencillos hermanos en Cristo que persisten tercamente en su error porque son ignorantes de la Biblia. Si les exhortamos para sacarlos de su camino falso y torcido, usan el mismo método de marras, gritos y sombrerazos, en vez de ceñirse al estudio y al buen entendimiento de las Escrituras.
Hay un pasaje admirable en Hechos 18:24-26. Un judío llamado Apolos, hombre de rara elocuencia y conocedor de las Escrituras, había sido instruido en el camino del Señor y hablaba de Cristo «conociendo solamente el bautismo de Juan». A éste oyeron Priscila y Aquila, y lo llevaron consigo y con buenas razones le impusieron más completamente del camino de Dios. Le faltaba conocer el significado de la cruz y de la resurrección, y aquellos fieles hermanos le instruyeron y fue más útil en su ministerio de allí en adelante. Y así hay muchos queridos hermanos que necesitan instrucción en lo que toca a la sanidad divina. Cuando la enseñan y la defienden hablan de una cosa que no saben y en la que están muy errados, por eso falta la prosperidad en sus iglesias y les falta la salud y la bendición en sus hogares y en la vida diaria (1 Co. 11:30).
Repiten de memoria textos que no entienden y que sus enseñadores les han metido entre ceja y ceja, los cuales tuercen para su propio daño. Son cinco los pasajes de la Biblia que usan como fundamento esos hermanos que hacen bandería de la sanidad divina, el primero es que:
«Cristo es el mismo y no cambia»
Sacan este dicho de Hebreos 13:8. Y dicen: «Pues entonces, si antes sanó a los enfermos, también ahora los debe sanar». Pero no sólo sanó a muchos enfermos, sino que resucitó a los muertos. Y si hoy debe sanar a los enfermos ¿por qué no le exigimos también que resucite los muertos? ¿Acaso “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”solamente en lo que se refiere a los enfermos y no a los muertos? La sanidad divina se quede mustia y callada ante este problema y nosotros se lo vamos a explicar.
Nuestro amado Señor no cambia, y él «es el mismo, hoy y ayer, y para siempre», pero su trabajo entre los hombres sí cambia, por eso hoy no resucita muertos, ni da de comer a las multitudes, ni sana los enfermos oficiosamente como se lo quieren exigir los alucinados inventores de la sanidad divina. Tampoco hace nuevas revelaciones de su Palabra, ni manda escribir otros evangelios, ni puede morir otra vez en la cruz, ni resucitar de nuevo. Esto es bien claro para el que tiene un poco de discernimiento y medita con seriedad y sano juicio en las cosas de Dios.
J. A. Holowaty, Pastor