Boletin dominical - 21/06/0
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Pero... ¿Qué queda del cristianismo si eliminamos las doctrinas? ¿Qué dice la Biblia al respecto? ¿Insiste en las doctrinas? ¿Qué dijo nuestro Señor sobre esto mismo? Hagamos un recorrido por las páginas de la Palabra de Dios y tratemos de ser claros.
Jesús habló sobre los mandamientos de hombres enseñados como doctrinas divinas: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”(Mt. 15:7-9).
Sin duda la doctrina más odiada por el cristianismo nominal de nuestros días es LA DOCTRINA DE LA SEPARACIÓN. La gran mayoría de los cristianos que algunos llaman “postmodernos”, desean la “paz a cualquier precio”. Lo que importa es andar bien con todos y no pretender imponer tal o cual doctrina bíblica.
Pero... ¿Qué queda del cristianismo si eliminamos las doctrinas? ¿Qué dice la Biblia al respecto? ¿Insiste en las doctrinas? ¿Qué dijo nuestro Señor sobre esto mismo? Hagamos un recorrido por las páginas de la Palabra de Dios y tratemos de ser claros.
Jesús habló sobre los mandamientos de hombres enseñados como doctrinas divinas: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”(Mt. 15:7-9).
Cuando los mandamientos de Dios son reemplazados por los mandamientos y doctrinas de los hombres, ninguna enseñanza divina tiene valor alguno. Tomemos como ejemplo la salvación.
LO QUE TODOS DEBEMOS SABER
Por delante nos esperan dos cosas: la muerte física y nuestro destino eterno. Usted puede y debe saber lo que Dios tiene que decirnos. Asegúrese de que usted entendió las declaraciones divinas y que tomó las precauciones correspondientes.
1. Algún día usted morirá y entonces ya no podrá resolver el asunto más importante para todo ser humano; a saber, su destino eterno: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza...” (Pr. 11:7a). “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28, 29). “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee” (Ec. 8:8).
2. Usted tiene que saber que hay dos resurrecciones por delante. Primero la de los salvos, y unos mil años después la de los no salvos: “En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:52). “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16, 17). “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Co. 15:23, 24).
3. Usted tiene que saber que el único que puede salvar al pecador es Jesucristo, porque él pagó nuestra deuda para con Dios cuando murió, siendo inocente, sin pecado: “He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Is. 38:17). “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 P. 3:18). “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21). “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gá. 3:13).
La doctrina de la substitución es absolutamente necesaria si queremos ser salvos. Esta es la razón por qué Él es “el camino, y la verdad, y la vida”.
4. Usted debe saber que la salvación más allá de la muerte del pecador NO existe. Tal vez le enseñaron que existe un... purgatorio donde el pecador tiene una segunda oportunidad. Pero sepa de una vez y por todas que ese es un invento de los hombres. ¡Simplemente el tal purgatorio no purga nada porque no existe! Justamente esta es la razón por qué es muy peligroso posponer la decisión por Cristo. Es que nadie sabe a qué distancia está la muerte con su guadaña: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones... Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado... Otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7, 8a, 12, 13, 4:7).
5. Recuerde que usted es pecador por nacimiento. No es pecador porque peca, sino que peca porque es pecador: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios... Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 3:23; 5:12).
6. Recuerde que usted, aunque muera, resucitará quiera o no, pero resucitará. Ya sea en la primera o en la segunda resurrección. Todos cuantos resuciten en la primera, lo harán por ser salvos, pero los que resuciten en la segunda, serán llevados a juicio y condenados por la eternidad: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28, 29).
¿Significa esto que “los que hicieron lo bueno” serán salvos porque hicieron buenas obras, obras de caridad, etc.? No. Si quiere una respuesta correcta lea Juan 6:28, 29: “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”. Note bien que cuando le preguntaron a Jesús sobre “LAS obras de Dios”, él les habló de LA obra. Y esa única obra buena que Él espera de los pecadores es, “que creáis en el que él ha enviado”.
Note la grata noticia para cuantos mueren siendo salvos: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Los verdaderos cristianos siempre sabían que la muerte física es abandonar el cuerpo y partir a la presencia del Salvador, al cielo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:21, 23). “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:24, 25).
No permita que la muerte lo sorprenda desapercibido. Haga las paces con Dios, recibiendo por la fe a Jesucristo como su Salvador personal: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).
J. A. Holowaty, Pastor