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Boletin dominical - 27/12/09

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

Al llegar el cierre de un año y comienzo del otro, nos sentimos con deseos de lograr lo que no hemos logrado en los doce meses pasados. No hay nada de malo en tener buenos deseos y ciertas esperanzas de que el próximo año será mejor que el que estamos despidiendo.
Ya sabemos que si “hasta aquí nos ayudó el Señor”, seguiremos dependiendo en adelante.
Como todas las otras fiestas cristianas, la celebración de Año Nuevo en occidente comenzó mucho antes que la Iglesia existiera.  En el principio los romanos conmemoraban el comienzo del nuevo año, el primero de marzo.  Julio César instituyó la celebración de Año Nuevo el primero de enero para honrar a Jano, el dios de las puertas y también de los comienzos, que según los romanos aseguraba buenos finales.

Al llegar el cierre de un año y comienzo del otro, nos sentimos con deseos de lograr lo que no hemos logrado en los doce meses pasados. No hay nada de malo en tener buenos deseos y ciertas esperanzas de que el próximo año será mejor que el que estamos despidiendo.

Ya sabemos que si “hasta aquí nos ayudó el Señor”, seguiremos dependiendo en adelante.

Como todas las otras fiestas cristianas, la celebración de Año Nuevo en occidente comenzó mucho antes que la Iglesia existiera.  En el principio los romanos conmemoraban el comienzo del nuevo año, el primero de marzo.  Julio César instituyó la celebración de Año Nuevo el primero de enero para honrar a Jano, el dios de las puertas y también de los comienzos, que según los romanos aseguraba buenos finales.

Jano era el dios con dos caras, cada una mirando en dirección opuesta, una hacia el año viejo y la otra hacia el nuevo.  La costumbre de las “resoluciones de año nuevo”, se inició en este período, cuando los romanos comenzaron a adoptar decisiones con tintes morales: principalmente para ser mejores los unos con los otros.

Cuando el cristianismo fue instituido en Roma como la religión oficial, guardaban los primeros días del nuevo año.  Ellos cambiaron este vago énfasis moral, por la práctica de orar y ayunar, con la meta de vivir una existencia mejor para Cristo.  Hay algo acerca del comienzo de cada año, que trae consigo un sentimiento de frescura, de un nuevo comienzo.

En realidad, no hay diferencia entre el 31 de diciembre y el primero de enero.  A la medianoche del 31 de diciembre no ocurre algo místico, sin embargo la Biblia no dice nada en contra del concepto de las resoluciones del nuevo año.  No obstante, si una persona cristiana determina tomar una resolución de año nuevo, ¿qué clase de determinación debe adoptar?

Las decisiones más frecuentes de año nuevo son: dejar de fumar, no tomar licor, administrar mejor el dinero y pasar más tiempo con la familia.  Pero las más comunes son: perder peso, hacer más ejercicio y comer alimentos más saludables.  Todas estas cosas son buenas, pero 1 Timoteo 4:8 nos instruye con estas palabras: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”.  La gran mayoría de las resoluciones de año nuevo, incluso entre cristianos, son en relación con las cosas físicas, pero no debería ser así.

Muchos cristianos adoptan la resolución de orar más, de leer la Biblia diariamente, atender a la iglesia más regularmente.  Estas son metas fantásticas, pero a menudo fracasan al igual que las resoluciones no espirituales, porque no hay ningún poder en ellas.

Decidir comenzar o dejar de hacer cierta actividad, no tiene valor alguno a menos que tengamos la motivación apropiada para obrar o dejar de hacerlo. Por ejemplo: ¿Por qué quiere leer la Biblia diariamente?  ¿Es para honrar a Dios y crecer espiritualmente, o simplemente porque escuchó que es algo bueno?  ¿Por qué quiere perder peso?  ¿Es para honrar a Dios con su cuerpo disfrutando de mejor salud y así servirle más activamente, o es por vanidad para verse mejor?

• Filipenses 4:13 dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
• Y Juan 15:5 declara: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Si Dios es el centro de sus resoluciones de año nuevo, tiene opción para tener éxito, dependiendo de su compromiso con ellas.  Si es su voluntad que las alcance, Él mismo lo capacitará para que lo logre.  Si una resolución no honra al Creador y no está de acuerdo con su Palabra, no recibirá su ayuda para hacerla una realidad.

Por lo tanto, ¿cuáles son las resoluciones de año nuevo que debe adoptar un cristiano?  Permítame hacerle unas sugerencias:

• Si es que quiere tomar alguna resolución, ore al Señor y pídale sabiduría respecto a qué debe hacer: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg. 1:5).
• Suplíquele a Dios que le otorgue sabiduría para cumplir con las metas que quiere que alcance.
• Confíe en que Él le otorgará fortaleza para que lo logre.
• Busque a otro creyente digno de confianza para que sea su compañero o compañera de oración, le ayude y anime.
• No se desanime con los fracasos ocasionales, en lugar de eso permita que esto le sirva de estímulo y motivación.
• No sea orgulloso ni vano, sino dele a Dios toda la gloria.
• Finalmente, “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.  Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía” (Sal. 37:5-6).

¿CUÁL SERÍA LA MEJOR RECOMENDACIÓN PARA NOSOTROS AQUÍ?

     Ser una persona digna de confianza.  Si usted pide ayuda en dinero y promete devolver en cierto tiempo, cumpla su promesa.  Toda promesa que hacemos a un hermano, la oye nuestro Señor también.  ¡Siempre lo decimos en presencia de un testigo, que es Dios mismo!  Es bueno que tomemos en serio las palabras de Eclesiastés 5:4-6 y Efesios 4:25.  La única manera para no mentir, es hablar siempre la verdad.

Tanto nuestros hermanos en la fe como aquellos que no lo son, deben conocernos como personas dignas de crédito: «Vale la pena creer lo que promete ese cristiano de la Iglesia Bíblica Misionera».

• Hablar la verdad con su propio cónyuge.
• Hablar la verdad con los hijos y estos con sus padres.
• Hablar la verdad con nuestros vecinos.
• Hablar la verdad con nuestros condiscípulos (para los estudiantes).
• Hablar la verdad con nuestros clientes (para comerciantes).

Bien dice el apóstol: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Col. 3:9).

Es cuestión de hábito.  Desde las cosas más serias, como la cuestión dinero cuando prometemos devolver en cierto tiempo, hasta las cosas pequeñas, como acordar mutuamente con otro hermano emprender una tarea a cierta hora al día siguiente, la mentira es siempre lo mismo, es mentira y es grave pecado.

Cuando logremos poner en práctica este principio, los pecadores comenzarán a creernos cuando les hablemos de nuestro Salvador y su poder para transformar al hombre.

J. A. Holowaty, Pastor

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