Boletin dominical - 09/05/10
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Por fin estoy ya con mi familia “original” en la ciudad de Burlingame, California, Estados Unidos a donde llegué el martes a las 11:30 PM (tenemos tres horas de diferencia). A Dios gracias todo me fue muy bien.
Al llegar a la ciudad de México procedente de Buenos Aires, tomé otro vuelo y fui a Cancún donde me esperó el hermano Rafael Salazar, a quien conozco hace muchos años. Allí estuve hospedado en un hotel de cinco estrellas.
Cuando terminé mis compromisos aquí, viajé de nuevo a la Ciudad de México donde me esperó el hermano Moisés García. Éste me llevó al estado de Puebla a un pueblo llamado Jesús Nazareno. Uno se siente allí como si estuviera en el campo. Me hospedaron unos hermanos muy nuevos en la fe y con ese auténtico “primer amor”, prácticamente extinguido hoy. ¡Qué familia tan singular! Tuve reuniones con ellos en varias otras pequeñas poblaciones. No recuerdo haberme acostado alguna vez antes de la medianoche. Era mucho el andar de un lado para otro, pero valió el esfuerzo. Aquí no tuve las cinco estrellas, pero como se trata de una zona sin humo ni mucha iluminación, ¡cómo brillaba Venus durante la noche! Y ya no eran cinco, sino millones de estrellas. Uno de mis problemas (mejor dicho dos) eran la mucha comida y el horario donde nada de madrugar existe. Como mi propósito era darme una “tonelada de descanso”, ¿por qué no aprovechar semejante oportunidad?
Finalmente, pude trasladarme a Torreón donde me esperaron los esposos Iván y Adriana Pérez, y sus dos hijos. Ahora estuve en una casa cómoda y me sentía en familia. Como ambos son médicos, me dejaron en “0” kilómetro. Es que... este modelo 1934 ya reclamaba un examen a fondo para “reparar” varias “piezas” que fallaban. El Hno. Dr. Iván se ocupó de comprarme toda la medicina que necesitaba, me hicieron las curaciones correspondientes, especialmente para con mis manos y mi tobillo. Se arregló todo hasta donde se pudo, porque no todas las “piezas” después de tantos años se pueden reparar. Así que dejamos allí y ahora creo que funcionará bien mi “34” hasta el milenio, cuando al entregar la vieja matraca a fin de recibir una completamente nueva y que, puesto que el Fabricante no se puede equivocar y usa materiales imperecederos, será un “modelo milenial eterno”.
Es difícil que pueda expresar a mis hermanos todo cuanto uno vive tan lejos de los suyos, y en el presente caso todos ustedes son para mí parte de la familia, pero muy especialmente Angelito y Rosanna. Los extraño bastante, pero... me digo: «¡Adelante joven José, porque esto no es de lamentar, sino de agradecer!».
Aquí ya pude comunicarme con varias personas con quienes necesitaba hablar, y estoy contento porque allá las cosas siguen con toda normalidad.
En prácticamente todas las reuniones encontré a hermanos que me conocieron hace muchos años gracias a la “finada” KGEI. No se imaginan hermanos, cuánto agradezco al Señor por todo cuanto él me da. El clima aquí no podría ser mejor. Durante el día el sol sonríe de oreja a oreja y durante la noche el viento refresca el ambiente de modo que bajo una buena frazada, uno duerme como un bebé sanito y bien alimentado. Mientras escribo esta Columna a eso de media tarde, el cielo azul y sin una sola nube, con una temperatura de unos... 21°C., no se puede pedir otra cosa. Creo que apenas tengo tiempo para prepararme para el regreso, porque los días pasan velozmente. Aquí ya no tengo compromisos de predicar y enseñar, salvo algo aislado por allí. Más bien me interesa estar con mis hijas y sus esposos, además de sus encantadoras hijas.
Hay mucho más para contar, pero creo que con esto es suficiente por ahora, lo único que añadiría es decir con Pablo: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido” tanta atención de los hermanos donde quiera que haya estado (Fil. 4:18).
No digo que me sobra algo, pero sí agradezco al Señor por todos los hermanos que conocí y tuve la oportunidad de ministrarles, quienes con tanto amor me recibieron, me ayudaron, me hospedaron y hasta con su actitud me animaron.
Aparte del Señor, nadie jamás podrá pagarles todo cuanto me han significado. No puedo borrar de mi mente a los hermanos de Nazareno, el Hno. García, los esposos Iván y Adriana, quienes me trataron como si fuera el mismo Señor con quien tenían compromiso.
Gracias también a todos cuantos estuvieron y siguen orando por este viaje, especialmente los de la querida Iglesia Bíblica Misionera y los hermanos lejanos de Radio América.
Sigamos adelante hermanos. Nuestro ministerio, que es del Señor, es muy apreciado por aquellos que aún permanecen fieles a la Palabra. Las oportunidades que tenemos para cumplir la Gran Comisión son las mejores de todos los tiempos, salvo lo que logró la Iglesia en sus comienzos.
J. A. Holowaty, Pastor