Un país que nació en un día
- Fecha de publicación: Martes, 11 Abril 2017, 07:38 horas
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Este mensaje fue traducido en memoria de nuestro querido Pastor José Holowaty, quien amaba profundamente a Israel - el pueblo de Dios
Dijo Dios por medio del profeta: “¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos” (Isaías 66:8).
El 15 de mayo de 1948, el día después que Israel declaró su independencia, fue atacado por cinco naciones árabes: Egipto, Iraq, Líbano, Siria y Jordania. Aunque superados grandemente en número y pobremente armados, los israelíes fueron capaces de expulsar a las naciones invasoras. Para finales de 1948, habían derrotado a las naciones árabes y al hacerlo habían conquistado la mitad del territorio que las Naciones Unidas habían planeado otorgarle a la nueva nación árabe. La otra mitad fue dividida entre Jordania y Egipto. Israel controló la parte occidental de Jerusalén, y Jordania la parte oriental, incluyendo la Ciudad Antigua y el Monte del Templo. El estado de Israel fue establecido, tanto en los círculos diplomáticos como en el campo de batalla, y desde entonces ha permanecido luchando por su supervivencia en ambas arenas.
Jehová en el campo de batalla
La historia de la lucha por la independencia de Israel en el campo de batalla, es una serie de milagros. El día después de que declaró su condición de estado, cinco ejércitos árabes mecanizados invadieron el país defendido sólo por 35.000 personas: hombres y mujeres. El ejército incipiente consistía en su mayoría de refugiados de guerra, muchos procedentes de los campos de concentración de Europa. No tenían fuerza aérea de que hablar, sólo seis tanques. Mientras que el ejército egipcio estaba integrado por 40.000 soldados, 135 tanques, cañones de grueso calibre y una fuerza aérea de más de 60 aviones, incluyendo Spitfires y bombarderos. Los jordanos contaban con la Legión Árabe, entrenada por los británicos y dirigido por el inglés, Sir John Bagot Glubb, junto con 48 oficiales británicos.
El ejército egipcio lanzó un ataque a lo largo de la costa mediterránea contra el kibutz Yad Mordejai el 19 de mayo de 1948, como parte de una ofensiva para tomar Tel Aviv. Se esperaba que la fuerza integrada por unos 5.000 hombres tomaría posesión del kibutz de 130 residentes, a lo sumo en tres horas. En lugar de eso la batalla se prolongó durante varios días. Los defensores judíos mantuvieron a raya a todo el ejército egipcio, más de lo que nadie esperaba, usando armas de fabricación casera que en la mayoría de los casos no hacían nada más que ruido. Incluso utilizaron soldados hechos de madera, los que movían de trinchera en trinchera, para dar la apariencia de un mayor número. En lugar de tomar el kibutz en horas, los egipcios capturaron su objetivo sólo después de varios días con su moral bastante maltrecha.
En el norte, los árabes estaban firmemente atrincherados en la parte superior de Har Canaán que domina desde lo alto a Safed. Mientras ellos estuvieran allí, los judíos no podían tomar el control de la carretera, mucho menos de la ciudad de Safed. Fue entonces cuando los israelíes trajeron el Davidka, un mortero de artillería de grueso calibre y pequeña longitud, que disparaba proyectiles explosivos o granadas incendiarias, que además era extremadamente impreciso y de poco valor táctico, pero que sin embargo hacía muchísimo ruido. Ese viernes por la tarde, los israelíes dispararon el Davidka varias veces y luego ocurrió un milagro: comenzó a llover. Nunca llueve allí en mayo o junio. Ante esto, los árabes quedaron convencidos de que los judíos tenían la bomba atómica. Ya que pensaron... “¿Qué otra cosa podría provocar un aguacero torrencial súbito?”. En consecuencia, abandonaron sus posiciones en la parte superior de Har Canaán y los israelíes capturaron Safed y expulsaron a los árabes de toda la zona norte de Galilea.
Una historia milagrosa
Éstas son sólo dos de los cientos de historias, en que la mano de Dios preservó a Israel mientras se esforzaba por mantener su identidad nacional. Sin embargo, la historia principal de los acontecimientos que condujeron a la declaración del estado de Israel, fue del todo milagrosa.
El anuncio del señor Ben-Gurion de que se había refundado el estado de Israel no quedó en el aire, porque antes de sus palabras había ya un grupo de diplomáticos tras bastidores haciendo negociaciones.
En 1948 los británicos dieron a conocer su intención de renunciar a su mandato y retirar su ejército junto con su administración. La pregunta entonces fue: “¿Qué iba a ser de Palestina?”. Los británicos apoyaban la idea de entregársela a las Naciones Unidas. La Agencia Judía, de la cual David Ben-Gurion era el presidente, propuso su división en dos partes: una judía, y otra árabe. Mientras que los estados árabes vecinos advirtieron que cualquier proclamación de una nación judía resultaría en una guerra a gran escala.
Hay que recordar que los eventos en Palestina tuvieron lugar después de la segunda guerra mundial, en un momento en que Estados Unidos era de hecho la primera potencia mundial. Por decirlo de alguna forma: Lo que ellos hacían, el mundo lo seguía. Por consiguiente, la humanidad esperaba para ver qué determinación iban a adoptar.
Sin embargo, en Estados Unidos no había consenso con respecto a qué hacer con el “problema judío”. El Departamento de Estado dirigido por el jefe del estado mayor del ejército durante la segunda guerra mundial y entonces Secretario de Estado norteamericano George C. Marshall, se mostró en favor de entregarle Palestina a las Naciones Unidas y no tener un estado judío. El Departamento de Defensa también adoptó esta misma posición. La razón principal de ellos era mantener las buenas relaciones con los países productores de petróleo de la región.
La tarjeta del petróleo
Hasta finales de 1947, las exportaciones estadounidenses de petróleo habían superado las importaciones. Pero ahora la balanza se inclinaba. El auge económico que trajo consigo la segunda guerra mundial en Estados Unidos, ocasionó un aumento dramático en el uso del petróleo. En 1948, las importaciones en conjunto de petróleo crudo y sus derivados, superaron por primera vez a las exportaciones. Estados Unidos ya no podría continuar con su papel histórico como proveedor de petróleo para el resto del mundo. Ahora era dependiente de otros países para obtenerlo, y una nueva frase ominosa comenzó a escucharse en el vocabulario de los estadounidenses: “petróleo extranjero”. El petróleo estaba siendo suministrado por los mismos países que eran los enemigos jurados de Israel. El organismo de la política exterior de los Estados Unidos estaba preocupado de que si apoyaba la causa sionista, las importaciones de petróleo cesarían.
Ibn Saud, rey de Arabia Saudita, era un franco y declarado opositor del sionismo e Israel como cualquier líder árabe. Decía que los judíos habían sido enemigos de Israel desde el siglo séptimo. Y le dijo al entonces presidente norteamericano Harry Truman, que el apoyo estadounidense a un estado judío, sería un golpe mortal a los intereses estadounidenses en el mundo árabe, y que si llegaba a existir un estado judío, los árabes los sitiarían hasta que se murieran todos de hambre. Además de su oposición a un estado judío, Ibn Saud retenía lo que un funcionario británico llamó una “carta de triunfo”: Podía castigar a Estados Unidos con la cancelación de las concesiones petroleras. Esta posibilidad alarmaba enormemente no sólo las compañías petroleras interesadas, sino también a los departamentos de Estado y Defensa de Estados Unidos.
Cuando ellos discutieron acerca de qué iban a hacer con Palestina, Marshall le dijo al presidente Truman, “Si usted sigue este curso de acción hacia el estado judío, y yo tuviera que votar en la elección, lo haría en su contra”. Esto tenía implicaciones ominosas para el presidente. En ese tiempo Marshall era considerado el hombre más popular en Estados Unidos.
En una ocasión un reportero le comentó al presidente: “Señor presidente, muchos norteamericanos piensan que el general Marshall debería ser el presidente”. Truman replicó, “Debería ser el presidente, pero el presidente soy yo”. Es claro que la carrera política de Truman estaba en juego.
¿Dirigiendo detrás de las bambalinas?
El presidente Truman estaba dispuesto a mantenerse al margen de esta pelea. Parecía estar satisfecho con “dirigir detrás de las bambalinas” en lo que se refería al asunto palestino. No estaba de humor para discutir el establecimiento de una patria judía en Palestina. Además, las discusiones pasadas sobre el tema le habían enfurecido.
Para tratar de convencer al presidente norteamericano, a fin de que apoyara la causa sionista, los líderes judíos enviaron a Chaim Weizmann, para que hablara con él. Weizmann, era un judío ruso, que más tarde serviría como primer presidente de Israel, y que ya para entonces era un anciano enfermo, con problemas en la visión.
Intentó varias veces ver al presidente Truman, pero el hombre de Missouri se negaba a recibirlo. Ya a principios de año, una delegación sionista estadounidense se había reunido con él en la Casa Blanca, exigiendo una acción inmediata en favor de las miles de víctimas del Holocausto sin hogar que buscaban refugio en un estado judío. El rabino Abba Hillel Silver, de Cleveland, Ohio, literalmente, dio un puñetazo sobre el escritorio del presidente. El mandatario estaba indignado, y dijo: “¡Nadie, pero absolutamente nadie, entra en la oficina del presidente de los Estados Unidos y grita, o da un golpe sobre su escritorio! ¡Si alguien va a gritar o a dar golpes aquí, ese seré yo!”. Y con estas palabras el señor Truman hizo que los condujeran fuera de la Oficina Oval, y le dijo a su personal: “Ya tuve suficiente con esos exaltados. Nunca los vuelvan a admitir, y lo que es más, tampoco deseó volver a oír mencionar la palabra Palestina”.
Pero sino hubiera sido por un judío de la ciudad de Kansas, Missouri, poco conocido, no existiría el estado de Israel.
El doctor Chaim Weizmann, presidente de la Organización Mundial Sionista había llegado a la ciudad de Nueva York desde Londres para encontrarse con el presidente. Sin embargo, Truman canceló la reunión. Weizmann había sido profesor de química en la Universidad de Ginebra en 1901, y profesor adjunto de bioquímica en la Universidad de Manchester en 1904. Los hechos más destacados en su vida comenzaron a desarrollarse cuando irrumpió la primera guerra mundial y Dios hizo que saliera de Polonia y se trasladase a Inglaterra.
Mientras desempeñaba el cargo de director de los laboratorios del Almirantazgo Británico entre 1916 a 1919, el científico se advirtió de que quizá los británicos no iban a terminar la guerra victoriosamente. Fue así como se puso realizar investigaciones de manera incansable, terminando por descubrir y desarrollar un método para sintetizar acetona.
Sus estudios con este fluido le permitieron descubrir un método para sintetizarla y extraer de ella una sustancia esencial en la elaboración de la cordita, un explosivo compuesto de algodón, pólvora, nitroglicerina, que se mezcla con acetona. Con esto le prestó un servicio notable al gobierno británico durante los últimos años de la primera guerra mundial. Weizmann fue reconocido en toda la nación por su descubrimiento.
En junio de 1917 el primer ministro de Gran Bretaña David Lloyd George, prometió retribuirlo por este logro espectacular, y él pidió como recompensa que el gobierno británico proporcionara un hogar geográfico nacional para el pueblo judío. Fue así cómo Weizmannn participó en las conversaciones que llevaron a la proclamación en 1917 por parte del gobierno británico de la Declaración Balfour, que aprobaba el establecimiento de “una patria nacional para el pueblo judío” en Palestina. Entre 1921 a 1929 fue presidente de la Organización Sionista Mundial, la que actuó como fuerza de equilibrio entre aquellos que querían un cumplimiento inmediato de la Declaración Balfour y los británicos y árabes, que se resistían a cualquier maniobra de este tipo.
Una carta de triunfo propia
Ante la negativa del presidente de recibir a Weizmann, los judíos se decidieron a jugar su propia “carta de triunfo”. Llamaron a Eddie Jacobson. Edward Jacobson era un judío de Nueva York que se había trasladado a Missouri en 1893. Él y el presidente se conocieron por primera vez cuando Eddie tenía 14 años y Harry 20. Eddie trabajaba como encargado de la mercancía en una tienda de camisas, y Harry como contador en un banco cercano. Sus diferencias de edad y religión: ya que Harry era bautista y Eddie judío, no importaban. Harry dejó su posición en el banco para hacerse cargo de la granja familiar, pero los dos se mantuvieron en contacto.
La amistad se reanudó cuando descubrieron que ambos se habían unido a la Guardia Nacional de Missouri, Harry como segundo teniente en la artillería D, y Eddie como sargento en la artillería F. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, sus unidades se fusionaron en la artillería 129 de campaña. Truman fue puesto a cargo de la bodega del regimiento, además de otras funciones, pero como tenía poco conocimiento comercial, de inmediato pidió que el sargento Jacobson fuera transferido a su unidad. Juntos administraron la bodega más exitosa en la zona. Reconocido por su administración ejemplar, Truman fue ascendido al rango de capitán y nombrado comandante de artillería.
Debido a la experiencia de ellos con la bodega, el par decidió abrir una mercería después de la guerra, que prosperó por un par de años hasta que llegó la depresión de 1921 y el negocio fracasó. Ese fracaso empresarial dejó a los dos hombres con una deuda que les tomó años pagar.
Cuando el negocio fracasó, Truman se dedicó a la política y Jacobson se convirtió en un vendedor ambulante, una vocación que le permitía ver a Truman a menudo, cuando visitaba Washington.
Por otro lado, como el presidente se negaba a recibirlo, Weizmann reconoció que tenía que jugar la única carta que le quedaba: Eddie Jacobson, así que lo contactó por medio de un intermediario. Eddie quien se había enterado del rudo comportamiento de los sionistas en la oficina del presidente, y quien además no era sionista, rehusó involucrarse. Y le dijo: “En mis 37 años de amistad con el presidente Truman, nunca le he pedido un favor, y si usted me dice que él no desea que le vuelvan a mencionar la palabra Palestina, ciertamente no voy a poner en peligro nuestra amistad convirtiéndome en su antagonista”.
Después de un poco de persuasión, Jacobson accedió a regañadientes a ir a ver al presidente, en nombre de Weizmann. Jacobson llamó a la Casa Blanca y el presidente le dijo que estaría contento de verlo, siempre y cuando no se mencionara el tema de Palestina.
Una reunión en la Oficina Oval
Finalmente Jacobson fue admitido por el presidente en la Casa Blanca. Al llegar allí, fue escoltado hasta la Oficina Oval a través de una entrada privada para evitar a los medios noticiosos. El presidente lo recibió calurosamente y le señaló una silla. Jacobson se sentó. Truman le preguntó por su familia. Él había visitado el hogar de los Jacobson frecuentemente, y en una ocasión había tocado un dúo de pianos con la hija de Jacobson. Jacobson le respondió amablemente, preguntando a su vez por la señora Truman y Margaret su hija.
“Ellas están bien” - fue la respuesta del presidente. “¿Qué te trae a Washington en esta ocasión?”. “Harry, tú me conoces. No soy diplomático. No me gusta andar por las ramas. Por favor, quiero pedirte que hables con el doctor Weizmann”.
“¿Queeé? ¡No puedo creer esto! ¿A pesar de mi objeción, te atreves a pedirme que vea a Weizmann?”. Y Jacobson respondió: “Bueno, señor presidente, al menos honré su petición, no mencioné a Palestina”.
Truman, lo interrumpió bruscamente: “Eddie, estoy harto, enfermo y cansado de los sionistas, quienes piensan que pueden decirme qué debo hacer. Finalmente perjudicaré a todos si trato de ayudarlos. Ellos vinieron aquí y me gritaron, e hicieron amenazas concernientes al apoyo futuro político, de los judíos norteamericanos”.
Colocando ambas manos sobre su escritorio, Truman se inclinó hacia delante y exclamó: “Si Jesús no pudo complacerlos cuando estaba en la tierra, ¿cómo puedes tú o cualquier otra persona, esperar que yo tenga alguna suerte?”.
Después de escuchar el arrebato del presidente, Jacobson se quedó estupefacto. En todos sus años de amistad, nunca habían intercambiado palabras desagradables; sin embargo, en este momento Harry Truman estaba literalmente bramando ante él. En ese instante, Eddie Jacobson sintió por primera vez que su querido y viejo amigo estaba próximo a convertirse en antisemita, y permaneció estático helado en la silla con los ojos llenos de lágrimas.
Entonces Jacobson vio en una mesa, una estatua en miniatura del general Andrew Jackson montado sobre un caballo, una de las posesiones más apreciadas de Truman. Jacobson colocó una mano sobre la estatua y con la otra tocó el hombro del presidente y con una voz casi inaudible, hizo su última petición: “¡Harry! Toda tu vida has tenido un héroe. Probablemente sabes más acerca de Andrew Jackson que nadie más en Estados Unidos. Recuerdo que siempre leías sobre él. Luego cuando fuiste juez del condado, hiciste construir un nuevo Palacio de Justicia en la ciudad de Kansas, y ordenaste colocar su estatua de tamaño natural sobre el césped, al frente del palacio. Bueno, Harry, yo también tengo un héroe. Un hombre que nunca he conocido, pero quien es un real caballero y un gran hombre de estado. Estoy hablándote de Chaim Weizmann. Él está muy enfermo, pero a pesar de todo viajó miles de kilómetros sólo para verte y abogar por la causa de su pueblo. Ahora tú te rehúsas a verlo debido a que unos imprudentes norteamericanos sionistas te insultaron, a pesar de que ni tú ni Weizmann tienen nada que ver con ellos. Esa actitud no parece tuya, Harry. Yo pensé que podías ver las cosas de otra forma. Y no estaría aquí sino supiera que lo ibas a ver, para que te informara de manera adecuada acerca de la situación que existe en Palestina”.
Cuando Jacobson terminó, Truman no dijo una sola palabra; se volvió y se quedó estático mirando hacia el jardín de rosas. Todo lo que Jacobson podía ver era la parte posterior de la silla de su amigo.
Mientras estaban sentados en silencio, Jacobson recordó que Truman le había contado de los dos días que estuvo a solas, mirando por una ventana, antes de decidirse a lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima. Jacobson recordaba que “Entre más transcurría el tiempo que estuvieron sentados, él más oraba para que no fuera a dejar caer otra bomba sobre él”.
Luego el silencio en la sala fue roto por el sonido de los dedos de Truman que tamboreaban en el brazo de su silla. Poco a poco se dio la vuelta, se detuvo y miró directamente a los ojos de su viejo amigo, y dijo: “Está bien, calvo... (y lanzó un improperio)... ¡lo veré!”.
Manteniendo su palabra, el presidente Truman invitó a Weizmann a la Casa Blanca el 18 de marzo de 1948. Durante la reunión, le aseguró que deseaba que se hiciera justicia en Palestina sin que hubiera derramamiento de sangre. Le prometió, que sí se declaraba un estado judío, con o sin la confirmación de las Naciones Unidas, Io reconocería sin demora.
Fue gracias a Eddie Jacobson que el presidente Truman se entrevistó con Chaim Weizmann. El resultado de esa reunión fue que Estados Unidos reconoció el estado judío.
Esta historia no acaba aquí
Todo esto es una gran historia, pero no concluye aquí, sino que hay más que contar sobre cualidades de liderazgo y carácter. El mismo día después de la reunión de Truman con Weizmann, Warren Austin, el embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, sin conocimiento del presidente o aprobación de la Casa Blanca, anunció a través de la radio nacional que el gobierno norteamericano se oponía la división de Palestina.
Truman ahora tenía un dilema, le había hecho una promesa privada a Weizmann de apoyar el estado judío, pero se había dado una declaración pública en los medios noticiosos de que Estados Unidos se oponía a tal plan. ¿Cómo manejaría el gobierno esta situación? Habría sido fácil decir que “se habían confundido sus palabras”, que Weizmann no había entendido la conversación. Sin embargo, Truman rápidamente le aseguró tanto a Weizmann como a Jacobson, que Austin no había representado correctamente la posición de Estados Unidos.
El presidente norteamericano escribió en su diario: “Esta mañana descubrí que el Departamento de Estado había revertido mi política sobre Palestina. ¡Lo primero que sé al respecto es lo que leo en los periódicos! Ahora me encuentro en la posición de un mentiroso. Nunca me he sentido tan deprimido en mi vida. Lo que generalmente no se entiende es que los sionistas no son los únicos que deben considerarse en el asunto Palestino. Hay otros intereses que entran en juego, cada uno con su propia agenda. El ejército se ocupa de los problemas de defender a un país pequeño creado recientemente, de los ataques de las naciones árabes, mucho más grandes y mejor entrenadas. Otros tienen intereses egoístas sobre el flujo del petróleo árabe a Estados Unidos. Dado que todos ellos no pueden salirse con la suya, es un ejemplo perfecto de qué tenía que recordar que a fin de cuentas, ‘La responsabilidad es mía’”.
El 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurion, el primer ministro de Israel leyó la “Declaración de Independencia” proclamando y anunciando oficialmente por primera vez el establecimiento del estado de Israel.
Once minutos después, Estados Unidos emitió una declaración firmada por el presidente Truman reconociendo el estado de Israel. Fue redactada tan rápidamente, que las palabras “Estado Judío” tuvieron que ser tachadas y él “Estado de Israel” fue escrito a mano.
Más tarde, Ellen, la hija de Eddie Jacobson contó que su padre quien yacía en su lecho de muerte, le había dicho: “Sabes que he estado yendo y viniendo de la ciudad de Kansas a Washington, y que ha agotado la herencia que tenía para ti”. Y Ellen respondió: “Padre, tú me entregas la más grande de las herencias: Me dejas el estado de Israel”.
Después de su muerte el estado de Israel inmortalizó el recuerdo de Jacobson, al darle su nombre al auditorio del edificio B’nai B’rith en Tel Aviv. Durante la ceremonia de dedicación, el señor Truman quien ya no era presidente, leyó una carta que decía en parte: “Aunque mis simpatías estuvieron siempre activas y presentes en la causa del estado de Israel, es un hecho de la historia que la contribución de Eddie Jacobson fue de importancia decisiva. Él merece todo el reconocimiento que está recibiendo, y su nombre debe ser venerado para siempre en la historia del pueblo judío”.
Coincidencia no es la palabra adecuada
Históricamente muchos rabinos han enseñado que “coincidencia” no es la palabra adecuada. ¿Acaso fue coincidencia que Harry Truman, un bautista de Kansas, y Eddie Jacobson un judío de New York, se convirtieran en amigos de toda la vida? ¿O fue todo un designio Divino? Las personas tienen diferentes opiniones a este respecto.
Sin duda hubo ciertos factores que actuaban en contra de ellos. Por seguro estaba la diferencia de edad, también los antecedentes de ambos. Pero a pesar de las diferencias, había algo que los unía. Truman escribió en una ocasión que Eddie Jacobson fue “uno de los mejores hombres que conoció en toda su vida”.
Incluso, hay algo más que es aún más extraño y que debería haberlos mantenido muy separados, porque durante todos los años que se conocieron, a Eddie Jacobson nunca se le permitió entrar en la casa de Truman en Missouri, ni antes ni después de sus años en la Casa Blanca. Según el historiador Michael Beschloss, todas las conversaciones de Truman con Jacobson tuvieron lugar en el porche de la casa, porque Bess Truman, la esposa de Harry, era antisemita. Truman lo explicaba así: “Ésta es la casa de Bess y no le permite la entrada a los judíos”.
La respuesta a la pregunta
La respuesta a la pregunta, de coincidencia o designio Divino, así sea con Jacobson, o con Israel, podemos encontrarla en la epístola a los Romanos, donde dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Una promesa para recordar
En estos días, también hay otra promesa para las naciones del mundo que se olvidan de Israel, y es que Dios dijo: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).