Una tierra más bella que el día
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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James Taylor se despertó antes del amanecer el día de su boda, siendo un hombre sin Dios. Mientras realizaba su trabajo esa mañana trillando trigo en su granero sumido en sus pensamientos, su corazón estaba siendo extrañamente atraído hacia el cielo. Las palabras “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” se repetían una y otra vez en su mente.
Se arrodilló orando en medio de la paja, sin advertir que el sol se elevaba en el firmamento y que avanzaba hacia el medio día. Mientras James oraba, Dios le permitió echarle una ojeada hacia la eternidad, y su puso de pie de la paja siendo un hombre que había experimentado el nuevo nacimiento.
De súbito se dio cuenta que estaba atrasado para su boda, y salió corriendo del granero tan rápido como pudo, descendiendo la pendiente de la colina hacia el valle nevado de Croyden, en donde el repique de las campanas entonaban una bulliciosa invitación para su matrimonio con Betty Johnson.
James Taylor, un joven albañil de Yorkshire en la parte norte de Inglaterra, había escuchado las palabras de Jesús toda su vida. Incluso antes de su conversión el día de su boda, tocaba las campanas y era un miembro del coro de la parroquia de Royston, pero no había conocido a Dios personalmente hasta ese momento.
No sabemos la forma cómo el Señor inició este despertar espiritual en su vida. Tal vez fue mediante la lectura del Evangelio que escuchaba cada semana de los labios del vicario de la villa, o debido a la dramática conversión de sus vecinos Joseph y Elizabeth Shaw, desde cuya casa podía escuchar a menudo los himnos que entonaban, amplificados por el viento que azotaba la cordillera. El entero vecindario conocía la noción extraña y la “mente estrecha” de esta pareja metodista. También sabía que Elizabeth un día estuvo inválida con reumatismo, pero que ahora se encontraba robusta y saludable, convencida en su corazón que Dios la había sanado instantáneamente cuando confió en Él.
Tal vez pudo ser que cuando joven, James Taylor, escuchaba con mucha atención durante las ferias de verano en Mapplewell, al predicador metodista radical John Wesley, quien audazmente advertía a la tibia audiencia que le escuchaba, de “la ira venidera”.
Lo que sí sabemos, es que esa mañana del primero de febrero de 1776, mientras reflexionaba en la contemplación del estado eterno de su alma y estuvo tarde para su propia boda, le dijo: “¡Sí!”, al Señor Jesucristo.
Betty Johnson nunca había intentado casarse con un metodista, pero la nueva esposa pronto siguió a su esposo en el reino de Dios, como parte del glorioso despertar espiritual que se extendía por Gran Bretaña e Irlanda. El Espíritu de Dios estaba haciendo una obra poderosa entre las personas de todos los niveles de la sociedad.
Luego de un serio accidente unos años después, James Taylor se vio forzado a abandonar su carrera de albañil. La pareja ahora con una joven familia, se mudó a un pueblito minero cercano en donde Taylor finalmente se convirtió en un predicador metodista. Su fidelidad para ministrar en una esquina espiritualmente resistente de la nación, sentó el fuerte fundamento de compromiso cristiano, para la generación de Taylors que habrían de venir.
Un día, el primero de mayo de 1832, mientras el cálido sol de la primavera derretía las últimas nieves del invierno en el valle de Yorkshire, nació un niño, el nieto del albañil fallecido y ministro metodista James Taylor, el recién nacido fue llamado James Hudson Taylor. Hudson, como se le llamaba, finalmente se convirtió en el primer misionero protestante en el territorio de China. Sin embargo, la historia grande y gloriosa de Hudson Taylor en la iglesia de Jesucristo, ya la examinaremos otro día.
Reflexión
Así como en el Antiguo Testamento Dios escogió a Abraham y lo atrajo hacía sí, para que fuera el progenitor de una familia piadosa, de la misma forma eligió a James Taylor y lo llamó para tener una relación personal con Él, para que fundara una familia devota que ayudaría a cambiar el mundo. Si usted es parte de una familia con una herencia cristiana, alabado sea el Señor por ello. Si no, comiéncela ahora, implórele al Todopoderoso para que empiece esa herencia con usted.
“Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra” (Salmos 103:17 y 18).