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Del pabellón de los condenados a la vida eterna

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

Velma contaba: “En muchas de esas ocasiones deseaba hablar con alguien acerca de todos los malos sentimientos que había en mi interior, como enojo y resentimiento.  No sabía quién podría ayudarme, ni cómo.  Sólo guardaba todo muy dentro de mí”.  Nadie en la comunidad tenía conocimiento de la clase de vida que se estaba viviendo en ese hogar.

Cuando tenía diecisiete años, Velma escapó del horror de su casa fugándose con un joven de la iglesia.  Durante los siguientes cuatro años tuvo un hijo y una hija y experimentó felicidad por primera vez en su vida.

         Luego todo comenzó a hacerse pedazos.  Mientras estaba hospitalizada después de sufrir un accidente causado por un conductor borracho, Velma sufrió su primer ataque de depresión.  Más o menos en el mismo tiempo, su esposo comenzó a beber y se convirtió en un abusivo.  Ella suplía las necesidades de su familia, trabajando tiempo completo en dos lugares.  Extenuada por la tensión y la falta de sueño sufrió una crisis nerviosa en 1968.

         Encontró algún alivio del dolor y la vergüenza que la había acosado desde su infancia, por medio de las medicinas que los doctores le prescribieron para la depresión.  Pronto se convirtió en una adicta a los tranquilizantes prescritos y a los calmantes, y se valió del fraude para poder costear su adicción, escondiendo su problema con las drogas y su dolor de todos.  Sólo sus hijos sospechaban que algo no estaba bien en su vida.

         Luego el 13 de marzo de 1978, Velma Barfield, “la dulce abuelita”, confesó que había envenenado al hombre con quien esperaba casarse.  Más tarde se supo que había asesinado asimismo a otros tres, todos con arsénico.  Si bien reconocía que cada uno había muerto mientras ella estaba en esa especie de niebla inducida por los fármacos, sólo podía recordar que deseaba que todas esas personas problemáticas desaparecieran.

         Cortar con el hábito de las drogas casi le cuesta la vida, durante los cinco meses de confinamiento solitario que pasó mientras esperaba para ser juzgada.  Velma se encontraba en el punto más sombrío de su vida.  Su único pensamiento era: “Deseo morir”.

         Fuera de su celda, un guardia sintonizaba regularmente una emisora cristiana.  Una noche un evangelista invitó a todos los que le escuchaban, que aceptaran el perdón del Señor Jesucristo.

         Velma más tarde dijo: “El horror de mi vida, desde mi infancia había sido insoportable... Pero la revelación maravillosa era que Dios lo sabía.  Sabía que estaba indefensa sin Él.  Y por eso envió a su Hijo único.  Jesús quien no tenía pecado, pagó el castigo por mí, porque yo no podía hacerlo, debido a mis graves pecados.  No podía devolverle la vida a esas personas, era demasiado tarde para retroceder.  Pero en ese momento me di cuenta que sí podía seguir adelante”.

         Avanzar no fue fácil, incluso con Cristo.  Velma fue acusada de asesinato en primer grado y sentenciada a muerte.  Los siguientes cinco años de apelaciones y de suspensión de la ejecución, fue un tiempo determinado por Dios para la redención de muchos.  Se unió a un estudio bíblico en la prisión y guió a muchas mujeres jóvenes a Cristo.  Intercambió correspondencia con cientos de personas en el pabellón de la muerte y escribió su autobiografía, testificando del poder transformador de Dios.

         Pero el Señor no la escogió para detener su ejecución, Anne Graham Lotz, la hija de Billy Graham, se había convertido en una amiga cercana de Velma, y más tarde escribió: “Yo fui testigo de la ejecución de mi querida hermana en Cristo el 2 de noviembre de 1984, quien estaba confortada por el conocimiento de que la muerte física no es una interrupción entre la relación del creyente con Jesucristo, sino que es simplemente un paso adelante en una relación basada en la fe.  Velma Barfield, con paz y tranquilidad en su rostro, con sus labios moviéndose en una plegaria silenciosa, cerró los ojos al morir a las dos y quince de la madrugada, mientras los abría ante el rostro de su amado Salvador y Señor por la eternidad”.

Reflexión

         El apóstol Pablo participó en el asesinato de Esteban, sin embargo se convirtió en líder de la iglesia del Nuevo Testamento.  Dios se especializa en salvar a esos que más lo necesitan.

         “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.  Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15:9 y 10).

Modificado por última vez enSábado, 25 Septiembre 2010 04:08
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