Idus de marzo
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Una tarde, en una reunión en su casa, Julio César estaba discutiendo acerca de cuál sería la mejor forma de morir. Dijo que prefería que su muerte fuera “de repente”.
La mañana siguiente del Idus de marzo, que corresponde al 15 de marzo del 44 antes de Cristo, en nuestro calendario, cuando César estaba próximo a salir para el senado, su esposa le rogó que no fuera, diciéndole que había tenido un sueño en el que lo vio cubierto de sangre. Su amigo Bruto lo urgió para que ignorara las palabras de su cónyuge y partiera. César fue, y el resto ya es historia. Una vez en el senado, Bruto y sus conspiradores, lo emboscaron y asesinaron.
César había designado a su sobrino nieto, Cayo Octavio, nacido en el año 63 antes de Cristo, como su heredero al trono. En el año 49, el emperador quedó tan impresionado al ver el desempeño de su sobrino como líder en una serie de guerras civiles, en la cual fue victorioso, que lo adoptó como hijo y lo nombró su heredero.
Siguiendo la muerte de Julio César, Octavio lo sucedió, pero durante un buen período de años tuvo que probarse a sí mismo de continuo contra retadores que aspiraban al trono. La batalla naval de Actium en el año 31 antes de Cristo, finalmente eliminó la oposición cuando su flota derrotó a la de Marco Antonio y Cleopatra. Al año siguiente, Octavio convirtió a Egipto en parte del imperio romano, y Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron. Para celebrar sus logros el senado le otorgó a Octavio el título de “César Augusto”.
Con todos sus brillantes logros, César Augusto nunca habría podido predecir de qué forma sería recordado a lo largo de la historia. Tal vez el relato más conocido de todo el tiempo comienza con las palabras: “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado” (Lucas 2:1). Es irónico que el nombre de uno de los emperadores más poderosos de todos los tiempos, esté asociado con el de un bebé que nació tan distante de donde él estaba y en circunstancias tan humildes.
Cuando el pasaje dice “que todo el mundo”, Lucas está confirmando la soberanía de César sobre el mundo entonces conocido. Sin embargo, cuando Dios envió a su Hijo a este planeta, no se lo anunció a César, sino a unos pastores que cuidaban de sus rebaños. Este es el Dios, que “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes” (Lucas 1:52).
Durante su vida, César Augusto no apoyó la veneración de sí mismo como divino. Sin embargo, confirmó la deidad de Julio César su padre adoptivo, y como era su hijo permitió que le llamaran “Hijo de Dios”, preparando de esta manera el escenario para ser divinizado después de su muerte. César Augusto también aceptó el título de “Salvador” y fue honrado por haber traído paz a todo el mundo. Una inscripción sobre él, dice: “Divino Augusto César, Hijo de Dios, Salvador del mundo”.
No obstante, el pequeño niño en el pesebre, cuyo nacimiento estaba asociado con César Augusto, fue el Príncipe de Paz, el Hijo de Dios y el Salvador.
Reflexión
¿A quién mira usted como salvador? ¿A un político, a la tecnología, o a la última droga maravillosa? ¿O es al bebé en el pesebre? Si es a Jesús, ¿lo ve como un ejemplo a seguir o como su Señor y Salvador para confiar en Él?
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:6 y 7).