Las cosas no siempre son lo que parecen
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
- Publicado en Tema del día /
- Visitado 6617 veces /
- Imprimir /
Los rumores circulaban a través de Europa de la forma cómo los peregrinos eran maltratados por los turcos. En el año 1095, el emperador Bizantino le envió al Papa Urbano Segundo una súplica urgente por asistencia militar. Su respuesta fue organizar la primera cruzada para arrebatarle el control de la Tierra Santa a los infieles. Ofreciendo el incentivo del perdón absoluto por todos los pecados cometidos a esos que se unían a la cruzada, Urbano pudo reclutar un ejército de cinco mil caballeros e infantería procedente de Francia, Alemania e Italia.
En su camino a Jerusalén, los cruzados finalmente pudieron capturar a Antioquía, pero sólo después de nueve meses amargos de asedio. Sin embargo, ni bien habían tomado posesión de la ciudad, cuando llegó una fuerza de relevo turca y rodeó la ciudad, ocupando las mismas posiciones que ellos mantenían hacía sólo unos días antes. Los cruzados ahora estaban próximos a morir de inanición. No deseando darle muerte a sus caballos para alimentarse, bebían su sangre para mantenerse vivos. Una fuerza de relevo desde Roma se aproximó a la ciudad de Antioquía, pero cuando vio el gran número de militares que la rodeaban, rápidamente huyó en lugar de tratar de salvar a los hambrientos.
En este momento decisivo, un cruzado llamado Pedro Bartolomé, más conocido por sus visitas frecuentes a la taberna que por sus habilidades como soldado, aseguró que el apóstol Andrés se le había aparecido en una visión y le había dicho que la lanza que había traspasado el costado del Señor Jesucristo, yacía enterrada detrás del altar de la iglesia de San Pedro en Antioquía, y que si ellos lograban elevarla en contra de sus enemigos obtendrían la victoria.
La fecha fue el 14 de junio de 1098. Los cruzados de inmediato comenzaron a excavar detrás del altar, tal como les dijera Bartolomé. Después que otros estuvieron cavando por un día entero, Pedro Bartolomé se integró al grupo, pidiéndole a los presentes que rezaran para que encontrara la lanza. Entonces introdujo furtivamente una vieja lanza árabe que había mantenido oculta bajo sus vestiduras, en el polvo de la excavación y él mismo se puso a trabajar. Al golpear el arma con la pala, Bartolomé triunfalmente la sacó en medio de la tierra. Sosteniéndola en el aire, gritó: “¡Lo ven, lo que el cielo prometió, la tierra ha preservado, el apóstol prometió y los rezos de un pueblo contrito lo lograron!”. Pasmado por el asombro, el capellán besó la lanza. La esperanza y la emoción colmó a los cruzados conforme desfilaron a través de la ciudad, cantando y alabando a Dios por haberles dado la lanza. A Pedro Bartolomé lo vistieron con ropas finas y oro y le presentaron costosos regalos.
Dos semanas después los soldados energizados por las supuestas promesas del apóstol Andrés de que obtendrían la victoria y llevando su “santa lanza” al frente, con confianza atacaron al ejército turco y obtuvieron la victoria.
Reflexión
¿Alguna vez ha tenido conocimiento de cosas que parecen sobrenaturales, pero que a no dudar no provenían de Dios? ¿Cómo podemos prevenir ser engañados? Sólo porque algo parezca sobrenatural, no significa necesariamente que se origina de Dios. Nunca olvide que Satanás es el gran mentiroso y engañador.
“Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes” (Mateo 24:24 y 25).