Una carta desde la prisión
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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¿Alguna vez se ha preguntado como reaccionaría si tuviera que enfrentar el martirio inminente?
El 26 de junio de 1570, el Anabaptista Joost Verkindert escribió la siguiente carta a su hermano y cuñada desde una prisión de Antwerp, Bélgica, antes de que lo quemaran en la hoguera por su fe:
“Gracia, gozo y paz de Dios el Padre Celestial y nuestro amado Señor Jesucristo, quien nos amó y lavó de nuestros pecados en su propia sangre, y la consolación del Espíritu Santo, quien es el consolador de todos los que están en cualquier tribulación y dolor. Para Él sea la alabanza, honor, gloria, dominio, poder y majestad por siempre jamás. Amén. Ésto es lo que deseo para ustedes, junto con un querido y cordial saludo, mi muy querido y amado hermano y su también amada esposa’.
“Sepan además, que todavía estoy tolerablemente bien, de acuerdo con la carne, y en lo que respecta al espíritu, espero por medio de la gracia grande e indescriptible de Dios, acabar este grande y severo conflicto con la ayuda del Altísimo - de quien debemos esperar ayuda y consuelo - para alabanza de su santo nombre. También recibí el saludo de ustedes, junto con las cosas que nos enviaron, las cuales mucho nos exhortaron y fueron de gran consolación en nuestra tribulación, razón por lo cual nos regocijamos, alabamos y agradecemos a Dios, de que existan todavía hermanos de tan buen corazón, que nos recuerden a nosotros, pobres y débiles prisioneros’.
“Oh amados hermanos y hermanas, siempre recuérdennos en sus oraciones, para que el Señor nos fortalezca, para que así podamos despojarnos de nuestra carne con gozo, aquí sobre la tierra; ya que algunas veces sentimos mucho miedo del ahogo y de ser quemados vivos, lo cual a pesar de todo acaba muy pronto. Sin embargo, cuando pienso del fuego que arderá por la eternidad, doy gracias al Señor, por haberme considerado digno de confesar su santo nombre entre esta malvada y perversa generación’.
“Además, mi querido hermano, encomiendo a ti mi esposa, a quien amo con todo mi corazón; deseando y pidiéndote que ejercites la caridad cristiana con ella, más que nada porque desea permanecer viuda y la santa Escritura nos ordena en Santiago 1:27, visitar a las viudas y a los huérfanos en sus tribulaciones. Por lo tanto, sé diligente para ayudarla cada vez que ella pueda necesitar tu consejo y ayuda, a fin de ganar un modo de subsistencia para sí misma y para mis hijos; y que así ella no se sienta desanimada’.
“Oh, mi amado hermano, esto te exhorto con lágrimas, porque si el Señor no me hubiera apartado de ellos, yo mismo habría podido proveer para sus necesidades a pesar de mi debilidad; pero el Señor ha ordenado algo diferente para mí, ya que Él sabe qué es lo que más necesito, y qué es mejor para nosotros. Por lo tanto, también los dejaré a ellos por amor al Señor. Querido hermano, mi esposa ha estado conmigo, y comimos juntos, compartimos una comida y así nos dijimos nuestros último adiós. Piensa por ti mismo, en lo amarga que debió ser nuestra despedida, porque sé que ella también me ama con el corazón’.
“Recuérdenme, mi querido hermano y mi querida hermana; confío en que los esperaré bajo el altar, en donde Dios enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos. Por lo tanto yo los encomiendo a Jesucristo crucificado, para que Él fortalezca vuestros corazones y mentes, y los dirija hacia todo lo que es aceptable ante Él. Por medio de esta carta también les digo adiós, mis amados hermano y hermana’.
“Joost Verkindert”.
Reflexión
Nos sentimos profundamente conmovidos por las historias de mártires como Joost Verkindert, pese a todo podemos pensar que de alguna forma esto es irrelevante para nuestras vidas. Pero... ¿Sabía usted que hubo más mártires durante el siglo veinte que en ninguna otra época? Siempre pensamos del martirio como algo que puede ocurrirle a otras personas, pero... ¿qué sino es así? ¿Qué si nos ocurre a nosotros? La Escritura que le proveyó consuelo a los mártires en el pasado, también está escrita para traernos consuelo a nosotros.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4).