Un rey con mucho peso
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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¿Alguna vez ha notado cómo Dios al realizar sus planes, en ocasiones usa a personajes poco prometedores para que lleven a cabo papeles importantes?
Un caso en punto es el del fundador de la iglesia episcopal, un hombre que pesaba cuatrocientas libras. Nació el 28 de junio de 1491, el segundo descendiente del rey Enrique Séptimo de Inglaterra. Llamado igual que su padre, el joven Enrique fue entrenado para una carrera en la iglesia con una educación clásica, ya que como segundo hijo no había nacido para ser rey. Sin embargo, cuando Arturo, su hermano mayor, murió en 1502, el joven Enrique se convirtió en el heredero del trono.
Enrique sólo tenía diecisiete años cuando su padre falleció y comenzó a reinar como el rey Enrique Octavo. Honrando la petición póstuma de su progenitor, se casó con la viuda de su hermano Catalina de Aragón, manteniendo así la alianza entre Inglaterra y España. Dos semanas después de la boda en 1509, fueron coronados como rey y reina de Inglaterra. Enrique le entregó la administración de su reino a sus ministros, en particular a Thomas Wolsey, su capellán. En 1515 Wolsey fue nombrado cardenal por el papa y ministro por Enrique.
En los primeros años de su reinado, el monarca estaba preocupado con dos asuntos: la propagación de la Reforma y su inhabilidad para engendrar un heredero varón. En asuntos eclesiásticos, era un fuerte partidario del papa y se oponía a la Reforma. En 1521, fue coautor del libro En defensa de los siete Sacramentos, el cual se convirtió en un éxito de ventas a través de todo el territorio de Europa.
Conforme Enrique Octavo envejecía y aumentaba de peso, su preocupación por la falta de un heredero varón aumentó. Catalina de Aragón tuvo seis hijos de él, pero sólo una, María Tudor sobrevivió la infancia. Para Enrique era impensable que fuera una mujer quien le sucediera en el trono. Esto se convirtió en algo especialmente frustrante, cuando en 1519 su amante Elizabeth Blount tuvo un hijo de él, quien no era elegible para sucederle debido a que era ilegítimo. Cuando Catalina cumplió cuarenta años en 1526, fue obvio para Enrique que nunca le daría un hijo varón.
Para 1527 Enrique estaba locamente enamorado de la joven de veinte años Ana Bolena, la hermana menor de otra de sus amantes. El cardenal Wolsey trató de divorciarlo de Catalina por medio del papa, pero fue un asunto que se prolongó por años. Finalmente, Enrique de forma desafiante tomó las cosas en sus propias manos y en un reto directo a la autoridad del papa, se convirtió a sí mismo en cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Sentía que era la única forma para poder obtener un divorcio de Catalina. El rey llamó a Thomas Cranmer quien había sido influenciado por el luteranismo y era arzobispo de Canterbury, y en agradecimiento Cranmer le otorgó el divorcio de Catalina de Aragón. Enrique se casó en secreto con Ana Bolena, la segunda de sus seis esposas, antes de que su divorcio fuera final.
Más importante aún, en el futuro Enrique puso en vigor una serie de leyes que separaron permanentemente la iglesia de Inglaterra de la católica, la que hoy es conocida en Estados Unidos como la iglesia episcopal y en otros lugares como anglicana.
El propio Enrique muy probablemente nunca apoyó ninguna doctrina protestante y sus motivos fueron bien egoístas, sin embargo Dios lo usó para comenzar la Reforma en Inglaterra, porque Él usa a quien quiere para llevar a cabo sus propósitos.
Reflexión
¿Qué persona o experiencia ha usado Dios en su vida en forma inesperada? ¿Acaso esta elección lo ha dejado perplejo? El rey Enrique Octavo pudo haber tenido razones egoístas para iniciar la iglesia anglicana, pero el Señor de todas maneras lo usó para sus propósitos. La maravilla de la soberanía de Dios es que no tenemos que comprender por qué hace lo que hace. Es suficiente con saber que todo es parte de un plan mayor para nuestro bien y su gloria.
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8 y 9).