Pecadores en las manos de un Dios airado
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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El predicador era Jonathan Edwards, pastor de la iglesia congregacional en Northhampton, Massachusetts, futuro presidente de la Universidad de Princeton. La fecha era el 8 de julio de 1741, y el lugar era Enfield, Connecticut, en donde Edwards había sido invitado a hablar.
Enfield no era un lugar religioso. El gran despertar espiritual había tocado los pueblos de los alrededores, pero no a esta localidad. De hecho, los cristianos en las cercanías temían que Dios los pasara por alto debido al letargo de los pobladores de Enfield. Cuando la multitud entró en el lugar donde habría de celebrarse la reunión para escuchar a Edwards, lo hicieron por curiosidad y con indiferencia.
Luego Edwards comenzó a hablar, y no lo hacía como los evangelistas de hoy, sino que escribía sus sermones palabra por palabra y a menudo los leía. Escucharlo, era como oír a un conferencista que exponía su caso en un estilo sosegado, intelectualmente demandante, en el cual trataba de desarrollar cada paso de su argumento lógicamente.
El título del sermón de Edwards era “Pecadores en las manos de un Dios airado”, y su texto era Deuteronomio 32:35b: “A su tiempo su pie resbalará...”
Edwards explicó así su texto: “El que camina en lugares resbaladizos está expuesto en cada momento a caer, no puede predecir si al siguiente momento permanecerá de pie o caerá; y cuando se desploma lo hace de súbito sin advertencia, lo cual está también expresado en Salmos 73:18-19a: ‘Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente!’...
“El arco de la ira de Dios está curvado, la flecha lista en la cuerda, la justicia dirige la flecha a tu corazón, y tensa el arco, y sólo es por la simple misericordia de un Dios que está airado, quien sin ninguna promesa y obligación del todo retiene la flecha por un momento antes de que se embriague con tu sangre. Así están todos entre ustedes, quienes nunca han pasado por un gran cambio de corazón, por el gran poder del Espíritu de Dios sobre sus almas; todos esos de ustedes que nunca han nacido de nuevo, ni han sido hechos nuevas criaturas, ni han sido levantados de la muerte en pecado a un nuevo estado, y nunca han experimentado la luz y la vida. Todos están en las manos de un Dios airado...’
“Pero ahora tienen una oportunidad extraordinaria, un día en el que Cristo tiene ampliamente abierta la puerta de la misericordia, y permanece allí llamando, y clamando en voz alta voz por los pobres pecadores; un día en el que muchos están uniéndose a Él, y apresurándose a entrar en el reino de Dios. Multitudes vienen diariamente del este, oeste, norte y sur; quienes estaban en la misma condición miserable en que están ustedes, y que ahora se encuentran en un estado de gozo, con sus corazones colmados de amor por aquel que los amó y los lavó de sus pecados con su propia sangre, y se gozan en la esperanza de la gloria de Dios”.
Conforme Edwards predicaba, miembros de la audiencia clamaban: “¿Qué debo hacer para ser salvo? ¡Oh, estoy camino al infierno!”. Algunos se amontonaban ante el púlpito rogándole que parara. En un punto durante el sermón había tanto ruido que Edwards le pidió a todos que permanecieran quietos para que pudieran escucharle.
Él concluyó el sermón diciendo: “Que todos los que estén sin Cristo ahora se despierten y huyan de la ira venidera. La ira del Dios Todopoderoso se cierne ahora sobre una gran parte de esta congregación. Que cada uno huya de Sodoma: ‘Dense prisa y escapen por sus vidas; no miren hacia atrás, escapen a la montaña, no sea que sean consumidos’”.
La pequeña población de Enfield nunca más fue la misma.
Reflexión
¿Por qué piensa usted que este sermón es tan conocido? ¿Cree que Dios está furioso con usted, o se encuentra entre esos cuyos pecados hay sido lavados en su sangre? Todos necesitamos huir en dirección a Jesús para escapar de la ira venidera.
“Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero” (Apocalipsis 6:16).