Uno de los grandes evangelista de China
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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John Sung nació en 1901, era hijo de un ministro metodista en el sureste de China. Cuando tenía nueve años un gran despertar espiritual arrasó la ciudad de Hinghwa, y John le entregó su vida a Jesús. De inmediato comenzó a asistir a su padre en su ministerio. A través de sus años de adolescente, se entregó a sí mismo al evangelismo y al estudio.
En 1919 tuvo un sueño que un día se convertiría en un gran evangelista. Viajó a Estados Unidos para escapar del clima político en China, lo cual sentía que restringía su búsqueda académica. Una vez en América, se dedicó a estudiar física y química en la Universidad Weslyeana en Ohio y luego en la Universidad Estatal de Ohio, en donde recibió el título de doctor en química en sólo veintinueve meses. Comenzó a tratar de obtener un título en el Seminario Teológico Unión en la ciudad de Nueva York, pero sentía que su fe en Jesús se esfumaba conforme sus estudios de racionalismo, taoísmo, y budismo influenciaban su pensamiento.
Luego en febrero de 1927 atendió a un servicio evangélico en una iglesia bautista local en donde escuchó a una jovencita de quince años leer la Escritura y hablar del Evangelio con increíble convicción y pasión, lo cual lo tocó profundamente. Anhelaba con intensidad poseer la fe y poder que vio en esa joven, una fe que él había tenido una vez. Más tarde, mientras leía la historia de la muerte de Cristo en el capítulo 23 de Lucas, experimentó un arrepentimiento profundo conforme reconocía que sus pecados habían sido verdaderamente perdonados. No podía contener su gozo y la nueva paz que había encontrado, y corrió por los predios universitarios gritando de gozo y cantando alabanzas a su Salvador.
El entusiasmo de Sung por su fe reclamada no fue visto como positivo por todos en el seminario. Como había sido previamente un estudiante muy serio y ahora estaba corriendo por los alrededores, saltando de gozo y contándole a todos su experiencia espiritual, el presidente del seminario pensó que Sung había perdido la razón y que tenía que ser internado en una institución mental. Fue sólo debido a la intervención del cónsul chino y de un profesor amigo en la Universidad Wesleyana de Ohio, que se le dio de alta en el hospital mental después de seis meses, con la condición de que regresaría a China.
Al encontrarse nuevamente allí, la gran pasión que movía a John Sung, era proclamarle a todos el Evangelio de Jesucristo. Durante los siguientes quince años fue un evangelista muy efectivo, guiando a miles a Cristo a través de China y el sureste de Asia. Sus sermones de dos horas estaban centrados en la necesidad de arrepentimiento, con la Cruz como el único remedio. Su estilo de predicación único y sus acalorados reproches sobre la tibieza de parte de los líderes y misioneros, creaban agitación en dondequiera que iba.
Finalmente su salud descuidada por tan largo tiempo comenzó a deteriorarse, y en 1940 fue diagnosticado con cáncer y tuberculosis. Durante los siguientes tres años tuvo que someterse a múltiples cirugías, mientras continuaba predicando siempre que podía. En junio de 1944 su condición empeoró. Como ya no tenía fuerzas para predicar, pasaba sus días leyendo la Biblia, cantando y orando con su familia y amigos.
El 16 de agosto le dijo a su esposa que Dios le había dejado saber que moriría. Cayó en coma pero al día siguiente recobró el conocimiento lo suficiente para cantar los versículos de tres himnos: Pecador ven al dulce Jesús, Jesús manténme cerca de la Cruz y Jesús es todo en el mundo para mí. Sus últimas palabras a su esposa fueron: “¡No tengas miedo! El Señor Jesucristo está ante la puerta. ¿Por qué vamos a temer?”.
John Sung murió la mañana del 18 de agosto de 1944, a la edad de cuarenta y dos años. Conforme era llevado al cementerio, la multitud cantaba muchos de sus himnos favoritos, un tributo adecuado a una vida caracterizada por el canto y la alabanza a Jesús.
Reflexión
John Sung experimentaba tan gran pasión y gozo acerca del perdón que había encontrado en Jesucristo, que algunos pensaban que estaba loco. ¿Experimenta usted gozo al servir a Jesús? ¿Lo comparte con otros?
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8).